Pero ábrete a la posibilidad de que lo que buscas sea gratis
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| Foto di Camille Brodard su Unsplash |
La vida está
llena de expectativas: esperamos que algo cambie en el otro, esperamos
encontrar una respuesta a nuestras preguntas, esperamos el amor verdadero,
esperamos tiempos mejores, esperamos que este sea un buen año (mejor que el
anterior).
Y en su
mayor parte, estas expectativas siguen siendo decepcionadas. Entonces nos
dedicamos a vivir igual, aprendemos a no esperar más y nos encerramos en
nuestras trincheras evitando que todos, indiscriminadamente, entren en nuestra
vida
El gran peligro
de los cristianos de hoy es resignarse a lo existente, es la tentación
del desánimo, el riesgo de ser abrumado por la evidencia del desastre.
Luchamos por
creer en la liberación, porque (aunque no lo creamos conscientemente) no
aceptamos poder ser libres del todo: el exilio fue merecido, pero ¿puede ser
merecida la liberación?
Nos pesa
nuestra culpa y la del mundo que nos rodea, haciendo tan
grande el peso que llegamos a pensar que no somos dignos de ser
liberados. Nos cuesta creer en la gratuidad de la acción de Dios… Esto
es exactamente de lo que Pablo le habló a su amigo Tito:
“Pero cuando
apareció la bondad de Dios, nuestro salvador, y su amor por los hombres, nos
salvó no por las obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por
su misericordia” (Tito 3,5).
Nos inquieta la
acción de Dios porque nos da vergüenza recibir algo gratis. Preferimos
ganarlo, merecerlo. Y es por eso que nos quedamos atrapados,
porque no podemos ser salvados de nuestra desesperación, excepto por
alguien que viene a recogernos y tiene el poder de sacarnos de
nuestras tumbas. Y esto es difícil de aceptar y de recibir.
Quizá hubiera
sido aún más conveniente reconocer al Mesías en Juan el bautista, porque al
menos él nos pidió algo que hacer, una penitencia, un esfuerzo.
Pero Jesús
se presenta como la misericordia gratuita del Padre y esto invierte totalmente
nuestra lógica y nos desconcierta.
Siempre se
puede esperar. Siempre se puede creer en la espera, porque esperar tiene mucho
que ver con el desconcierto.
A veces viene
lo que no esperábamos, y aunque esto que llegue nos desilusione, no quiere
decir, necesariamente, que haber esperado algo mejor sea malo.
Porque al
amanecer de un nuevo día, muy probablemente caeremos en la cuenta de que eso
era exactamente lo que tenía que suceder.
Nuestras
esperas se cumplen cuando Dios comparte con nosotros esa experiencia y se casa
con el destino de la humanidad: Jesús desciende a las mismas aguas donde los
hombres y sus pecados han pasado.
Jesús desciende
al mismo desierto donde los hombres nos encontramos a veces sin encontrar un
camino. Jesús se une a nuestras esperas sin esperanza. Jesús
es un Dios que no se mantiene a distancia, sino que se involucra con nuestras
desilusiones.
“Pero aún
podemos y debemos dar un paso más. Para descubrir que la antropología de Jesús
encierra no sólo una comprensión de lo que es la humanidad, no sólo una
convivencia de los dolores y esperanzas de la raza humana, sino, sobre todo, la
construcción de una humanidad nueva.
Jesús trae la
gran respuesta a la pregunta humana sobre su destino. Y su respuesta no es
teórica sino transformadora. La historia —escribe también Meyer— está sembrada
de escombros de extravagantes promesas hechas a la humanidad, sembrada de
paraísos nunca encontrados. Jesús trae nada menos que una nueva vida. No sólo
un nuevo modo de entender la vida, sino una vida realmente nueva que
puede construir una humanidad igualmente nueva. (…)
Toda la
existencia de Cristo, toda su muerte no será sino un desarrollo de esa vida que
anuncia y trae. Para dársela a los hombres Jesús pierde la suya.
Alguien definió a Jesús como el expropiado por utilidad pública. Lo fue.
Renunció por los hombres a una vida suya, propia y poseída. En todos sus años
no encontramos un momento que él acapare para sí, no hay un instante en
que le veamos buscando su felicidad personal. Fue expropiado de su
bienestar, de su vida, de su propia muerte, puesta también a la pública subasta” (Martín Descalzo).
Por esto vale
la pena esperar, porque en la certeza de ese amor que hace la vida nueva,
siempre podemos ver cumplidas todas nuestras expectativas.
Luisa
Restrepo
Fuente:
Aleteia






