Dios no te va a dejar solo nunca
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Me gusta mirar
al cielo de vez en cuando sin sentirme turbado. Contemplar el sol escondiéndose
detrás de las nubes sin llegar a tener miedo.
Y asombrarme
ante las sombras que se alargan ante mí cada mañana mostrándome que mi vida
tiene un proyecto, un sueño detrás de cada paso, una meta alta y brillante.
Y sentir el
viento en medio de mis dudas, como una caricia de un Dios escondido, que me
habla para decirme que no me va a dejar nunca solo.
Me gusta
agradecer por todo lo que tengo, de forma especial cuando no estoy contento. Y
reír en ese momento en el que siento que la tristeza me invade.
Me gusta alzar
la voz rompiendo el silencio de vez en cuando y dejar que las lágrimas de
emoción rieguen la tierra, no me importa el llanto.
Sé que es muy
fácil que me desoriente en medio de mi camino. Y me despiste cayendo en las
redes que tienden a mi paso. Es fácil oír los gritos de sirena invocando mi
nombre, haciéndome creer que si me dejo llevar todo será más fácil.
No estoy
dispuesto a vivir sin un rumbo, por eso
prefiero dejar las redes a mis pies caídas, para seguir alegre a Jesús ya sin
ataduras. Leía el otro día algo muy verdadero:
“Si la libertad
no está orientada hacia un bien real, conducida por valores objetivos, deja de
existir. Solo la verdad nos hará libres”[1].
Esa libertad
orientada hacia el bien es la que me hace más libre. Por eso abro mis manos al
cielo para coger otras redes, las del amor de Dios que cubre mi alma con un
abrazo tierno.
He podido ver
que hay muchos falsos dioses que no me dan la felicidad, no llenan mi corazón
que está roto y herido. A menudo toco el dolor del mundo, mi propio dolor y
siento desazón y desánimo. Me sucede lo que comenta el padre José Kentenich:
“Habrá
situaciones en nuestra vida en las cuales nos costará mucho esfuerzo rastrear
la huella de Dios en todas estas cosas. En tales horas de perplejidad no
logramos comprenderlo, sacudimos la cabeza desorientados y desearíamos decir
¡no! y apartarnos de Dios. Tengámosle simpatía”[2].
Quiero tener
simpatía al Espíritu Santo para que oriente mis pasos y me enseñe el camino que
conduce a la paz. Estoy aquí para dar y recibir amor. Pero sólo se
puede dar lo que se ha recibido antes.
Mis heridas de
amor me han dejado roto y vacío, porque todo
el amor que llevaba dentro se me ha desparramado entre los dedos. Y me siento
solo y lleno de rencores que aumentan mi amargura.
Sé por eso que
por esas grietas del alma pierdo el agua de los amores humanos intentando
retenerlo todo. ¿Cómo podré cerrar esos orificios por los que corre la
vida para evitar derramarme a cada paso que doy buscando amores?
Persigo un
triunfo más, un amor más que dure en mi alma, una alegría que no muera repentinamente
sin darme cuenta. Veo que todo corre como el agua del torrente dejando húmeda
el alma y más sedienta aún.
La nostalgia de
plenitud y de infinito grita dentro de mí. No quiero vivir desorientado
buscando fuera de mí esas felicidades etéreas que no me satisfacen,
que no me colman. Esas felicidades pasajeras que dejan el alma triste con su
paso fugaz.
Quiero orientar
mis pasos en la dirección adecuada. ¿Hacia dónde va mi camino? Miro hacia
delante esperando que surja ante mí un sol radiante. Quiero abrazar confiado el
cielo azul, dejando a un lado esos miedos que me paralizan.
Quiero que el
aire fresco de la mañana me llene el rostro de sonrisa. Espero abrazar la vida
que se abre ante mí sin temer poner como prenda mi propio corazón. El
que no se entrega, no ama. El que no se da, no siembra.
No quiero vivir
de paso por la tierra. Quiero quedarme en las raíces que
crecen en la tierra que riego. No mido los pasos que doy. Ni llevo cuenta de
todo lo que entrego.
No miro el
cielo azul con miedo. No me canso de vivir amando. Es tan sencilla la vida
cuando la nostalgia no hace desvanecer la sonrisa… No me quejo, no miro con
nostalgia. El corazón permanece alegre, lleno de esa luz que viene de lo
alto.
Carlos Padilla
Esteban
Fuente:
Aleteia