El
enamoramiento acontece, sucede, no se puede exigir. Simplemente un día me
levanto y me encuentro fascinado. Por una presencia, por un camino, por una
vida
El Nariz | Shutterstock |
El
enamoramiento es esa fase del amor que lo disculpa todo, lo perdona todo, lo
sobrelleva todo. La vida se llena de luz, de alegría y todo parece tan
fácil. ¿Cómo hago para vivir siempre enamorado?
Hay que querer
de verdad con toda el alma esa vida que amo, a esa persona a la que amo. Hay
que poner no sólo el sentimiento sino la voluntad y querer elegir lo
que me seduce.
Decía Sor
Verónica, fundadora de la comunidad Iesu Communio:
“El acto de
libertad de creer y querer de verdad. Queremos muchas veces la vida sin romper
con lo que nos mata, sin dejar las redes que nos esclavizan. Entonces no lo
quieres. Cuando te enamoras quieres a esa persona sin pensar en todo a
lo que renuncias. Si sigo jugando a juegos de muerto no quiero la
vida. Hay que querer de verdad”.
La fuerza más poderosa
Quiero ese amor
verdadero y profundo que me permite vivir cada día enamorado, que es el que me
lleva a elegir el bien en mi vida.
El amor mueve
mi alma hacia el bien. ¿Es el amor lo que mueve el mundo? ¿Qué
mueve mi corazón? El amor y el odio. Dos caras de la misma moneda.
¡Cuántas
personas que se llegan a amar profundamente en un momento de su vida luego se
alejan, se distancian y se odian!
El amor
profundo que se han tenido se convierte en odio. ¿Es eso posible? ¿Cuántas
cosas hago movido por el amor? ¿Cuántas por el odio? ¿O es la
indiferencia la que hace que mis pasos se derramen lentamente por los caminos?
Sin amor no hay
fuego, no hay pasión, no hay vida. Quedan la indiferencia, la pereza, la
dejadez, la frialdad. Falta ese amor que es como un fuego que quema el
corazón por dentro.
Los enamorados
caminan de la mano por la calle. Se miran y tiemblan. Sonríen sin motivo y
hacen locuras el uno por el otro. Es el comienzo de un camino.
Me gusta mirar
a esos matrimonios ya mayores que se siguen mirando enamorados, con fuego en el
alma. Es la fidelidad de un amor maduro. El fuego conservado con el paso de los
años.
No desaparece
el amor, no se convierte en odio, tampoco en frialdad ni tibieza. ¿Cómo
se puede alimentar la hoguera del amor?
Tengo que
aprender a decir te quiero. A demostrar con caricias todo mi amor guardado.
Aprender a buscar la felicidad del amado.
No me cuesta
sufrir ni renunciar por aquel a quien amo. Me alegro con sus victorias, lloro
de emoción con sus logros, sufro en sus derrotas.
Quiero un amor
descentrado, un amor maduro que se haga oblación sincera, un amor que dure con
el paso del tiempo. Nunca se apaga la llama.
“Te quiero
más que ayer. Te amo como nunca he amado a nadie”. Las palabras están
vacías si no contienen obras, gestos, frutos que brotan de la tierra de mi
vida.
Escoge amar
Tengo ante mí
el mal y el bien, puedo elegir el acto de amor o la omisión por dejadez, por
pereza. Puedo elegir la fidelidad cotidiana o dejarme llevar por pasiones
pasajeras.
Puedo olvidarme
del amor primero y sentir que ahora Dios me pide otra cosa. Que soy joven aún y
merezco otra vida. Puedo olvidar esos años pasados, olvidar el amor y llegar a
creer que nunca fue, que nunca hubo.
Puedo desamar
lo amado. Y odiar al que tanto amaba. Puedo olvidar mi historia en mis amores
humanos. Es frágil la memoria del corazón.
Puedo olvidarlo
todo y sentir que mi vida se sigue jugando en el amor que doy, en el amor que
recibo. Al final de mis días me recordarán por esas elecciones tomadas desde el
amor. La vida que entregué sin guardarme nada. La vida que consagré sin esperar
nada.
Amar hasta que
duela, como me pide Jesús sabiendo lo que difícil que es amar de esa forma.
Imposible si no dejo que sea Él quien ame a través de mis palabras, de mis
obras, de mis renuncias.
Quiero querer.
Quiero aprender a amar dejándome amar por ese amor que todo lo eleva. Miro
a Jesús y sigo su camino. Elijo el bien. Lo elijo a Él para siempre.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia