El
truco es no equivocarse de felicidad
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| Jeanette Dietl|Shutterstock |
Millones de personas
están sufriendo dolor y otros muchos problemas a causa del coronavirus y otros
muchos dramas que nos afectan. ¿Podemos hablar de felicidad en medio de todo
este sufrimiento? Ayer Día Mundial de la Felicidad, quizás es momento de
replantear cosas…
El
deseo de felicidad está profundamente arraigado en cada uno de nosotros. Y por
una buena razón, es Dios mismo quien lo puso en el corazón del hombre. Por lo
tanto, es normal querer ser feliz: ¡para eso estamos hechos!
El truco es no equivocarse
de felicidad.
En nuestra búsqueda de la
felicidad, el Maligno busca atraparnos, haciendo que los
falsos placeres y las satisfacciones mediocres brillen ante nuestros ojos.
Sin
embargo, no pueden satisfacernos, porque no estamos hechos para una
felicidad barata. Estamos hechos para la felicidad de Dios.
Cualquier otra
pseudo-felicidad sólo puede decepcionarnos y dejarnos
insatisfechos. A través de las
Bienaventuranzas, Jesús nos recuerda nuestra vocación a la felicidad y describe
sus “instrucciones de uso” (Mt 5, 1-2).
“No acumulen tesoros en la tierra”
El camino
de la felicidad que Jesús nos invita a seguir es desconcertante: se trata de
pobreza, lágrimas, persecuciones, hambre y sed. ¡Exactamente lo contrario de la idea de
felicidad que tiene el hombre!
¿Acaso no soñamos con un
camino fácil para nosotros y nuestros hijos? Básicamente, nos gustaría
conciliar la conquista de la felicidad terrenal -comodidad material, éxito
social, éxito, placeres- con la búsqueda de la felicidad eterna.
Pero Jesús es claro: “Entren
por la puerta estrecha”
(Mt 7, 13); “El que quiera venir detrás de mí, que
renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc 9, 23); “No
acumulen tesoros en la tierra” (Mt 6, 19); “No se puede servir a Dios y al Dinero” (Lc 16, 13).
Tenemos que elegir: ¿realmente
queremos la felicidad infinita de la que Dios quiere llenarnos? Si es así, sigamos
resueltamente los pasos de Jesús.
No podemos ser tibios o
tener dudas: un poco para Dios, un poco para el mundo. Es uno o el otro. ¿En
quién confiamos: en el Señor o en nuestra cuenta bancaria?
¿Qué ambición tenemos para
nuestros hijos: la felicidad eterna con Dios (en otras palabras: la santidad),
o el éxito terrenal?
“Tampoco
tienen que preocuparse por lo que van a comer o beber; no se inquieten, porque
son los paganos de este mundo los que van detrás de esas cosas. El Padre sabe
que ustedes las necesitan. Busquen más bien su Reino, y lo demás se les dará
por añadidura”
(Lc 12, 29-31).
¿Es tan difícil alcanzar la felicidad eterna con Dios?
La
felicidad que viene de Dios no es una promesa lejana; es ofrecida a
nosotros desde hoy.
Si leemos cuidadosamente las
ocho Bienaventuranzas, como nos informa san Mateo, notamos que la primera y la
octava están en el presente: el Reino es ahora dado a aquellos que lo buscan.
Quien desea lo que es
correcto a los ojos de Dios, quien espera todo de Él, saborea
desde hoy la alegría del Cielo, de manera concreta y palpable.
Jesús nos prometió que
aquello a lo que renunciamos por su causa nos será devuelto cien veces de ahora
en adelante (Mt 10, 29-30).
Buscar el Reino de Dios no
implica que conozcamos sólo dificultades y amarguras aquí en la tierra: ¡al
contrario! Por el contrario, cuanto más nuestro corazón está unido al
Señor, más se abre a las alegrías de cada día, pequeñas o grandes, ¡pero muy reales!
Cuanto más buscamos el
Reino, ¡más se nos da el resto!
El Reino de los Cielos
parece difícil de alcanzar. Es una tarea que nos parece compleja. Sin embargo,
el Señor ha puesto una sola condición: “Quien no se hace como un niño no es digno
de entrar en él.”
La infancia es sinónimo de
amor sin límites, de abandono a los padres en todas las cosas. El niño, como el
pobre, es el que se confía incondicionalmente al amor de su Padre.
Y cuando nos encontramos con
una prueba, nos ofrece vivirla con Él, en lugar de someternos
a ella, y así encontrar un anticipo de la felicidad eterna. ¿Lo queremos?
Por
Christine Ponsard
Fuente:
Aleteia






