El Papa Francisco explicó en la Misa de la
Casa Santa Marta de este 21 de marzo que Jesús nos enseña que el mejor modo de
rezar es “con el alma desnuda, sin maquillaje”, reconociendo la realidad con
humildad
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El Papa Francisco en la Misa de la Casa Santa Marta. Foto: Vatican Media |
“Rezar con el alma desnuda, sin maquillaje,
sin travestirse con las propias virtudes. Él -lo hemos leído al inicio de la
Misa- perdona todos los pecados, pero necesita que le hagamos ver los pecados
con humildad. Rezar así, desnudos, con el corazón desnudo, sin cubrirse, sin
tener confianza ni siquiera en la forma en que aprendí a rezar. Rezar tú y yo,
cara a cara, el alma desnuda, esto es lo que el Señor nos enseña”, advirtió.
Al
reflexionar en las lecturas de la Liturgia del día, el Santo Padre destacó que
en el pasaje del Libro del Profeta Oseas (6:1-6) encontramos la importancia de
“la confianza en el Señor”.
“Y con esta esperanza el pueblo comienza el
camino para volver al Señor. Y un modo de encontrar al Señor es
la oración. Recemos al Señor, volvamos a Él”, invitó el Papa.
En
esta línea, Francisco destacó que en el Evangelio “Jesús nos dice cómo rezar” y
enumeró a diferentes personajes que se encuentran en las Sagradas Escrituras.
En primer lugar, el Pontífice recordó al
fariseo relatado en el Evangelio del día de San Lucas (18:9-14) “un hombre
presumido”, que “quizá hacía todas las cosas que decía la ley: ayuno dos veces
por semana, diezmo de todas sus ganancias”.
Después,
el Santo Padre mencionó a otros dos hombres: el hijo mayor de la parábola del
padre misericordioso que cuando regresó su hermano menor le reclamó a su padre
porque hacía una fiesta y al hijo pródigo, “quien recuerda las cosas feas que
había hecho y se golpeaba el pecho con humillación”.
Luego,
el Papa recordó al hombre rico, “sin nombre” a quien “no le importaba nada de
la miseria de los otros” como quienes tienen “seguridad en sí mismos con el
dinero, con el poder” y al pobre Lázaro, a la puerta del rico, quien “vivía su
miseria delante a la presunción de aquel Señor”.
El Señor nos enseña cómo rezar
Por último, el Santo Padre señaló al
publicano, relatado en el Evangelio del día de hoy, “que no va delante al
altar, se queda apartado manteniéndose a distancia no se atrevía ni a alzar los
ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh, Dios! ¡Ten
compasión de mí, que soy pecador!".
“En
este caso, el Señor nos enseña cómo rezar, cómo acercarnos, cómo debemos
acercarnos al Señor, con humildad”, explicó el Papa quien relató “una bella
imagen del himno litúrgico de la fiesta de San Juan Bautista que dice: el
pueblo se acercaba al Jordán para recibir el Bautismo, desnudos del alma y de
los pies”.
“Rezar con el alma desnuda, sin maquillaje,
sin travestirse con las propias virtudes. Él -los hemos leído
al inicio de la Misa- perdona todos los pecados, pero necesita que se le
hagamos ver los pecados con humildad. Rezar así, desnudos, con el corazón
desnudo, sin cubrirse, sin haber confianza ni siquiera en la forma en que
aprendí a rezar. Rezar tú y yo, cara a cara, el alma desnuda, esto es lo que el
Señor nos enseña”.
En
cambio, el Papa advirtió que “cuando iremos hacia el Señor demasiado seguros de
nosotros mismos, caeremos en le presunción del hijo mayor o de aquel rico que
no le importaba nada. Tendremos nuestra seguridad en otra parte”.
“El camino es la realidad,
el único hombre aquí en esta parábola que había entendido la realidad era el
publicano: Tú eres Dios y yo soy pecador, esta es la realidad”, subrayó el
Santo Padre quien exhortó a decir “soy pecador” no solamente de palabras, “sino
de corazón”.
Por
ello, el Papa Francisco pidió: “No olvidemos esto que el Señor nos enseña,
justificarse a sí mismos es soberbia, es orgullo, es exaltarse a sí mismos, es
travestirse de aquello que no somos, y las miserias permanecen dentro. El
fariseo se justificaba a sí mismo. Confesar directamente sus propios pecados,
sin justificarlos, sin decir: ‘yo he hecho esto, pero no era culpa mía…’ el
alma desnuda, el alma desnuda”.
“Que el Señor nos enseñe a entender esto,
esta actitud para comenzar la oración. Cuando la oración la
comenzamos con nuestras justificaciones, con nuestras seguridades, no será
oración, será hablar con el espejo. En cambio, cuando comenzamos la oración con
la verdadera realidad -soy pecador, soy pecadora- es un buen paso hacia
adelante para dejarse mirar por el Señor. Que Jesús nos enseñe esto a
nosotros”, animó al concluir su homilía.