Cuando un ser querido está pasándolo mal, no siempre es fácil
encontrar las palabras adecuadas para levantarle el ánimo
“Hoy tengo
la moral baja…”. Todos
hemos escuchado una frase parecida de alguien de nuestro entorno. Y cuando
intentamos observar qué le pasa, descubrimos a una persona abatida, sin
energías, alicaída. Tiene la sensación de no
poder salir del agujero en el que está metida y puede tener la impresión de
estar hundiéndose más. ¿Cuál es ese mal siempre dispuesto a surgir después de
un suceso doloroso?
¿Cómo ayudar a esa persona
que sufre a salir de su situación?
¿Y
si fuera un “mal espiritual”?
Ese sentimiento de tristeza
que quizás nos abrume podría ser natural, “normal”, cuando experimentamos
desprecio, odio, indiferencia, incluso violencia, o después de un suceso que
suscita aflicción (duelo, separación, fracaso de una empresa…). Entonces, no es
ni bueno ni malo moralmente pero puede ser destructor de nuestro profundo ser
si lo cultivamos hasta convertirlo en un estilo de vida, cerrándonos al control
de las virtudes morales sobre las pasiones del alma, como nos enseña san Francisco
de Sales.
Podemos hablar de “mal
espiritual” cuando nos dejamos abatir por esos
males que vivimos como algo insuperable y que nos afectan en nuestro ser más
profundo, en nuestra alma, hasta el punto
de entorpecer o incluso paralizar nuestra capacidad de entendimiento y de
acción.
Así aconseja San Francisco
de Sales en su Introducción a la vida
devota:
“La
tristeza mala perturba el alma, la inquieta, infunde temores excesivos (…), es
como un invierno crudo que priva a la tierra de toda su belleza y acobarda a
los animales (…). Esfuérzate en contrariar vivamente las inclinaciones de la
tristeza, y, aunque te parezca que en este estado todo lo haces con frialdad,
pena y cansancio, no dejes, empero, de hacerlo”
Pero, más concretamente, ¿qué
podemos hacer para afrontar esos momentos de decaimiento cuando afectan a
nuestro cónyuge, nuestros hijos o algún otro ser querido? Y todo sin juzgarles y
aportándoles el apoyo y el consuelo que esperan…
Estar ahí para esa persona y rezar
Sin
duda, es necesario comenzar por aprender a admitir
nuestros propios momentos de tristeza sin juzgarnos a nosotros mismos. Y saber escoger
al amigo adecuado para expresarlos, porque “todo lo que no se expresa, queda
impreso en el cuerpo”, como diría el sabio.
Es importante también
cultivar los sentimientos contrarios, ocuparse en acciones dirigidas hacia otra
cosa más que a nosotros mismos para desviar al espíritu de las preocupaciones
que lo afligen.
Sea hombre, mujer o niño, lo
importante es estar ahí, estar presente. Asegurar al otro su amor indefectible
sin querer borrar de un plumazo el malestar. El tiempo rematará el trabajo. Y la
oración puede ayudarnos también, según el consejo del apóstol Santiago: “Si
alguien está afligido, que ore” (St 5,13).
Marie-Noël Florant (Asesora
matrimonial y familiar)
Fuente:
Aleteia