Hace
falta un milagro en el corazón para ser capaz de vivir sin angustias y
ansiedades…
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Me
detengo a mirar a María. Sé que Ella vivió las mismas certezas e incertidumbres
que yo vivo. Ella abrazó como niña su sí inmenso, imposible de sostener, al
escuchar el deseo de Dios manifestado en labios del ángel.
María se detuvo inquieta al
preguntarse cómo sería posible lo que Dios le pedía. Abrazó su hágase en su
corazón de niña dejándose hacer por Dios en medio de muchas incertidumbres.
María tenía una certeza muy
grande. Sabía que la sombra del Altísimo la cubriría en medio de sus miedos e
inquietudes. No hizo planes, simplemente aprendió a
abandonarse en el plan de amor que aún desconocía. Paso a paso, día a día.
Aprendió a vivir el presente
amando y sintiéndose amada. Aprendió a abrazar la voluntad de Dios que se
encarnaba cada día para cada día.
Aprendió
a no querer controlar sus pasos ni los de su Hijo. Aprendió a amanecer
cada mañana sin querer retenerlo todo.
Aprendió a soltar el timón
de su barca cuando temía perder todo lo que poseía. Y aprendió a abrazar con
cariño el amor en el instante presente, sin temer nada más.
Aprendió
a vivir las incertidumbres con paz, sin temer tanto el futuro. Aprendió a
ahondar en su corazón de hija buscando la seguridad en un amor eterno que había
venido a habitar en su seno.
Aprendió a ser esclava y no
dueña, sierva y no poseedora de la verdad. Aprendió a ser niña y no adulta
segura de sus certezas.
Aprendió a confiar en que
detrás de cada noche vuelve siempre a aparecer el día. Y detrás de cada
tormenta en medio del lago, vuelven la paz y la calma.
Ella no hizo planes. Se
abrió a los planes de ese Dios que prometía cubrirla con su sombra y no dejar
nunca de cuidar sus pasos. Esa promesa sostendría su vida.
¿Con esa promesa basta para
caminar confiado?
Creo que hace
falta un milagro en mi corazón para ser capaz de vivir sin angustias y
ansiedades, con paz muy dentro, cuando todo se tambalea en mi vida.
Me cuesta aceptar los
cambios de planes, esos planes trazados con esfuerzo. Me
duele la incertidumbre de este tiempo que vivo. ¿Y si pierdo el control de mi propia vida? ¿Y
si pierdo todo lo que hoy me da seguridad?
A menudo las cosas van mal.
Los planes que había trazado no resultan. Los sueños soñados en mi alma
encuentran el silencio como respuesta.
¿Es
posible seguir creyendo en un plan de amor de Dios para mi vida en medio de la
incertidumbre y el desconcierto reinante?
¿Es más fuerte el amor que
el odio? No lo parece. Es verdad que nadie me ha garantizado días de vida, ni
éxitos en todas mis empresas. Y yo me empeño en hacer planes, en controlar las
riendas de mi vida. Vana ilusión.
María, turbada ante el
Ángel, pronunció su Fiat: “Hágase en mí según
tu palabra”. Y se dejó hacer por esa mano de Dios que iba a cuidar sus
días.
No sabía cómo iba a dar a
luz al Salvador. Ni cómo iba a cuidar sus pasos de niño. No sabía cómo iba a
llegar la salvación. No conocía el poder de su propio Hijo, ni tampoco su
impotencia.
Desconocía el camino, la
ruta a seguir. No sabía nada de cruces y coronas de espinas. Pero Ella, niña
ante Dios, dijo que sí confiaba.
¿Y el miedo a perderlo todo?
¿El miedo a fallar, a no estar a la altura? ¿El miedo a fracasar como Madre de
Dios? Me detengo ante María y la miro conmovido.