Mensaje
de Pascua
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Mensaje de Pascua del Santo Padre, 12 abril 2020 © Vatican Media |
“¡Resucitó
de veras mi amor y mi esperanza!” ha anunciado el Papa Francisco en su
tradicional mensaje de Pascua. Este año, desde el interior de la Basílica
Vaticana, en lugar del balcón de las bendiciones, donde se hace
tradicionalmente el Domingo de Resurrección.
El
Santo Padre ha pronosticado otro “contagio” provocado por la Resurrección de
Cristo: El contagio de la esperanza, “que se transmite de corazón a corazón,
porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia”.
Así,
a las 12 horas, al finalizar la Misa Pascual que ha tenido lugar en el altar de
la Cátedra, el Papa ha leído sus palabras delante del altar principal de la
Basílica de San Pedro, delante del Baldaquino de Bernini.
“El
Resucitado no es otro que el Crucificado”, ha advertido. “Lleva en su cuerpo
glorioso las llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de
esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la
humanidad desolada”.
En
la mañana de Pascua, el Papa ha recalcado que “las palabras que realmente
queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y
olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre!”.
Así,
ha descrito que este no es el tiempo de la indiferencia, “porque el mundo
entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia”, al
igual que no es este el tiempo del egoísmo, “porque el desafío que enfrentamos
nos une a todos y no hace acepción de personas”.
Asimismo,
ha asegurado que el tiempo de Pascua no es “no es tiempo de la división. Que
Cristo, nuestra paz, ilumine a quienes tienen responsabilidades en los
conflictos, para que tengan la valentía de adherir al llamamiento por un alto
al fuego global e inmediato en todos los rincones del mundo”, ni es tiempo del
olvido: “que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a
tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de
muchas personas”, ha deseado.
De
manera especial, Francisco ha recordado a los que han sido afectados
directamente por el coronavirus: los enfermos, los que han fallecido y las
familias “que lloran por la muerte de sus seres queridos, y que en algunos
casos ni siquiera han podido darles el último adiós”, ha comentado, y ha
deseado que el Señor de la vida “acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé
consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a
los ancianos y a las personas que están solas”.
Publicamos a continuación
el Mensaje Pascual del Santo Padre:
Mensaje del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua!
Hoy
resuena en todo el mundo el anuncio de la Iglesia: “¡Jesucristo ha resucitado!
¡Verdaderamente ha resucitado!”.
Esta
Buena Noticia se ha encendido como una llama nueva en la noche, en la noche de
un mundo que enfrentaba ya desafíos cruciales y que ahora se encuentra abrumado
por la pandemia, que somete a nuestra gran familia humana a una dura prueba. En
esta noche resuena la voz de la Iglesia: “¡Resucitó de veras mi amor y mi
esperanza!” (Secuencia pascual).
Es
otro “contagio”, que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón
humano espera esta Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza: “¡Resucitó de
veras mi amor y mi esperanza!”. No se trata de una fórmula mágica que hace
desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la
victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no “pasa por encima”
del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el
abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios.
El
Resucitado no es otro que el Crucificado. Lleva en su cuerpo glorioso las
llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él
dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada.
Hoy
pienso sobre todo en los que han sido afectados directamente por el
coronavirus: los enfermos, los que han fallecido y las familias que lloran por
la muerte de sus seres queridos, y que en algunos casos ni siquiera han podido
darles el último adiós. Que el Señor de la vida acoja consigo en su reino a los
difuntos, y dé consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba,
especialmente a los ancianos y a las personas que están solas. Que conceda su
consolación y las gracias necesarias a quienes se encuentran en condiciones de
particular vulnerabilidad, como también a quienes trabajan en los centros de
salud, o viven en los cuarteles y en las cárceles. Para muchos una Pascua de
soledad, vivida en medio de los numerosos lutos y dificultades que está
provocando la pandemia, desde los sufrimientos físicos hasta los problemas
económicos.
Esta
enfermedad no sólo nos está privando de los afectos, sino también de la
posibilidad de recurrir en persona al consuelo que brota de los sacramentos,
especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación. En muchos países no ha sido
posible acercarse a ellos, pero el Señor no nos dejó solos. Permaneciendo
unidos en la oración, estamos seguros de que Él nos cubre con su mano
(cf. Sal 138,5), repitiéndonos con fuerza: No temas, “he resucitado y
aún estoy contigo” (Antífona de ingreso de la Misa del día de Pascua, Misal
Romano).
Que
Jesús, nuestra Pascua, conceda fortaleza y esperanza a los médicos y a los
enfermeros, que en todas partes ofrecen un testimonio de cuidado y amor al
prójimo hasta la extenuación de sus fuerzas y, no pocas veces, hasta el
sacrificio de su propia salud. A ellos, como también a quienes trabajan
asiduamente para garantizar los servicios esenciales necesarios para la
convivencia civil, a las fuerzas del orden y a los militares, que en muchos
países han contribuido a mitigar las dificultades y sufrimientos de la
población, se dirige nuestro recuerdo afectuoso y nuestra gratitud.
En
estas semanas, la vida de millones de personas cambió repentinamente. Para
muchos, permanecer en casa ha sido una ocasión para reflexionar, para detener
el frenético ritmo de vida, para estar con los seres queridos y disfrutar de su
compañía. Pero también es para muchos un tiempo de preocupación por el futuro
que se presenta incierto, por el trabajo que corre el riesgo de perderse y por
las demás consecuencias que la crisis actual trae consigo. Animo a quienes
tienen responsabilidades políticas a trabajar activamente en favor del bien
común de los ciudadanos, proporcionando los medios e instrumentos necesarios
para permitir que todos puedan tener una vida digna y favorecer, cuando las
circunstancias lo permitan, la reanudación de las habituales actividades
cotidianas.
Este
no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y
tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Que Jesús resucitado conceda
esperanza a todos los pobres, a quienes viven en las periferias, a los prófugos
y a los que no tienen un hogar. Que estos hermanos y hermanas más débiles, que
habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se sientan
solos. Procuremos que no les falten los bienes de primera necesidad, más
difíciles de conseguir ahora cuando muchos negocios están cerrados, como
tampoco los medicamentos y, sobre todo, la posibilidad de una adecuada
asistencia sanitaria. Considerando las circunstancias, se relajen además las
sanciones internacionales de los países afectados, que les impiden ofrecer a los
propios ciudadanos una ayuda adecuada, y se afronten —por parte de todos los
Países— las grandes necesidades del momento, reduciendo, o incluso condonando,
la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres.
Este
no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos
y no hace acepción de personas. Entre las numerosas zonas afectadas por el
coronavirus, pienso especialmente en Europa. Después de la Segunda Guerra
Mundial, este amado continente pudo resurgir gracias a un auténtico espíritu de
solidaridad que le permitió superar las rivalidades del pasado. Es muy urgente,
sobre todo en las circunstancias actuales, que esas rivalidades no recobren
fuerza, sino que todos se reconozcan parte de una única familia y se sostengan mutuamente.
Hoy, la Unión Europea se encuentra frente a un desafío histórico, del que
dependerá no sólo su futuro, sino el del mundo entero. Que no pierda la ocasión
para demostrar, una vez más, la solidaridad, incluso recurriendo a soluciones
innovadoras. Es la única alternativa al egoísmo de los intereses particulares y
a la tentación de volver al pasado, con el riesgo de poner a dura prueba la
convivencia pacífica y el desarrollo de las próximas generaciones.
Este
no es tiempo de la división. Que Cristo, nuestra paz, ilumine a quienes tienen
responsabilidades en los conflictos, para que tengan la valentía de adherir al
llamamiento por un alto al fuego global e inmediato en todos los rincones del
mundo. No es este el momento para seguir fabricando y vendiendo armas, gastando
elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar personas y salvar
vidas. Que sea en cambio el tiempo para poner fin a la larga guerra que ha
ensangrentado a Siria, al conflicto en Yemen y a las tensiones en Irak, como
también en el Líbano. Que este sea el tiempo en el que los israelíes y los
palestinos reanuden el diálogo, y que encuentren una solución estable y
duradera que les permita a ambos vivir en paz. Que acaben los sufrimientos de
la población que vive en las regiones orientales de Ucrania. Que se terminen
los ataques terroristas perpetrados contra tantas personas inocentes en varios
países de África.
Este
no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar
de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el
sufrimiento de muchas personas. Que el Señor de la vida se muestre cercano a
las poblaciones de Asia y África que están atravesando graves crisis
humanitarias, como en la Región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique. Que
reconforte el corazón de tantas personas refugiadas y desplazadas a causa de
guerras, sequías y carestías. Que proteja a los numerosos migrantes y
refugiados —muchos de ellos son niños—, que viven en condiciones insoportables,
especialmente en Libia y en la frontera entre Grecia y Turquía. Que permita
alcanzar soluciones prácticas e inmediatas en Venezuela, orientadas a facilitar
la ayuda internacional a la población que sufre a causa de la grave coyuntura
política, socioeconómica y sanitaria.
Queridos
hermanos y hermanas:
Las
palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia,
egoísmo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre! Esas palabras
pareciera que prevalecen cuando en nosotros triunfa el miedo y la muerte; es decir,
cuando no dejamos que sea el Señor Jesús quien triunfe en nuestro corazón y en
nuestra vida. Que Él, que ya venció la muerte abriéndonos el camino de la
salvación eterna, disipe las tinieblas de nuestra pobre humanidad y nos
introduzca en su día glorioso que no conoce ocaso. Con esta reflexión querría
desearos a todos una feliz Pascua.
Rosa Die Alcolea
Librería
Editorial Vaticana
Fuente:
Zenit