Viajaron a pie desde su Francia natal hasta Tierra Santa, viviendo a base
de poco más que la generosidad de desconocidos
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Courtesy of Benoit Garnier and Ophélie Dechancé |
“Todos somos un
poco peregrinos toda nuestra vida”, dice Benoit Garnier. Garnier quizás esté
hablando metafóricamente pero, durante un año muy intenso, él y su amiga
Ophélie Dechancé han sido peregrinos en un sentido muy literal, en un camino a
pie desde su Francia natal hasta Tierra Santa.
Dechancé, de
París, y Garnier, de Besanzón, salieron del este de Francia en el verano de
2018. Casi un año después, atravesaron las antiguas murallas de Jerusalén,
después de vivir a base de poco más que la generosidad de los desconocidos que
encontraban por el camino.
Estos
mendicantes, ambos veinteañeros, se conocieron brevemente mientras estudiaban
en Estrasburgo, él ingeniería y ella logopedia. Pero no estrecharon vínculos hasta que Dechancé respondió a una
consulta que Garnier hizo por Internet buscando personas interesadas en la
peregrinación.
Garnier empezó a pensar en Jerusalén
mientras realizaba el Camino de Santiago en el norte de España en 2017.
Casualmente, Dechancé también había estado pensando en caminar hasta Jerusalén
en una peregrinación religiosa.
“Hace siete u ocho años, pensé
en irme de mochilera a descubrir el mundo, pero no estaba muy cómoda con la
idea porque pensaba algo así como ‘Vale, irse de mochilera es estupendo, pero
¿solo por ti misma? ¿Dónde está Dios en ese proyecto?’”,
explicó Dechancé en una entrevista. “Así que decidí esperar y, después de un
año trabajando, decidí ir a Jerusalén”.
Un amigo de ella le preguntó si
había algún sueño que quisiera cumplir. “Y le dije, de broma, ‘Sí, quiero ir
andando a Jerusalén’”.
Aunque fuera algo casual al
principio, Dechancé empezó a obsesionarse con la idea. “Así que decidí empezar
a informarme, pero no se lo dije a nadie, ni a mis amigos ni a mi familia”,
cuenta.
“Tenía dos trabajos. Tenía un
piso. Tenía muchos buenos amigos en Estrasburgo y me resultaba difícil decirle
a la gente ‘Oye, igual lo dejo todo y me voy andando a Jerusalén’”.
“Así que solamente recé por
conocer a alguien más o quizás a dos personas que caminaran conmigo. Esperé dos
años, quizás un año rezando”, agregó.
Y entonces apareció la
publicación de Garnier en Facebook.“Nos conocimos haría unos seis años y quizás
hablamos juntos durante 10 minutos sobre una caminata de ensueño y después nos
olvidamos del tema”, recuerda Dechancé.
“Contacté con cinco amigos,
entre ellos Dechancé”, explica Garnier. “Pensé que quizás ella conocería a
alguien que le interesara acompañarme a Jerusalén”.
Después de llegar a un acuerdo
para hacer el camino juntos, empezaron los preparativos a finales de enero de
2018. Salieron cinco meses y medio después.
Descubrieron que hacer la
peregrinación andando hasta la ciudad donde Jesús fue crucificado y resucitó de
entre los muertos es una antigua tradición. Entre las muchas personas que la
han realizado está san Francisco de Asís.
La capilla del convento de las
Pobres de Santa Clara, cerca de Besanzón, que fue el punto de partida de
Garnier y Dechancé, tiene, casualmente, un fresco donde aparecen Besanzón y
Jerusalén.
Por si no fuera poca
coincidencia, la lectura del Evangelio del día de partida, el 15 de julio, era
la de Jesús enviando a los apóstoles diciéndoles: “No lleven encima oro ni plata, ni monedas,
ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón (…).
Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable
y permanezcan en su casa hasta el momento de partir”.
“Deseábamos ir sin dinero,
confiar en la Providencia”, explicó Garnier. “Tuvimos muchas dudas”. Sin
embargo, sí se llevaron una tarjeta de crédito. “No estábamos muy cómodos con
la idea de ir sin dinero pero, el segundo día, rezamos con el Evangelio, y fue
parte de la peregrinación: ‘Confía en mí para cada día. No pienses en el
mañana’”, recordó Dechancé.
Sin embargo, la ruta sí estaba
planificada. “Para los países que tendríamos que cruzar nos informamos cuanto
pudimos sobre a qué parte podíamos ir y cómo cruzaríamos las fronteras y las
principales ciudades de nuestro viaje. Así que cuando partimos sabíamos que
teníamos un itinerario que estaba bien”, afirmó Garnier.
El camino los llevó hacia el sur
a través del este de Francia, Suiza, pasando por Turín, hacia Roma y hasta
Bari. Allí, navegaron hasta Durres, Albania.
Llevaban consigo una tienda de
campaña, con vistas a preguntar a la gente si podrían instalarla en su
propiedad y si tendrían algo de comida para compartir. Descubrieron que, en las
áreas rurales, había un “espíritu de compartir e incluso de solidaridad”. Las
personas eran amistosas y abiertas a sus peticiones.
“La mayoría de las veces nos
aceptaron y, cuando decían ‘no’, eran amables”, contó Garnier. “Además, en los
países donde no hablábamos el idioma, la gente nos veía y no hacía preguntas;
simplemente entendían que necesitábamos comida, nos la daban y estaban
contentos. Querían conocernos”.
Y cuando la pareja contaba a la
gente lo que estaban haciendo, los recibían con sorpresa.“¿A pie?”, solían
exclamar.
“Fue diferente en las diferentes
culturas”, dijo Dechancé. “Creo que los italianos lo entendían fácilmente. Pero
muchas personas se sorprendían mucho con solo imaginar que habíamos caminado
todo el trayecto desde nuestra casa a la suya”.
El camino a pie continuó hacia
el este por el norte de Macedonia, Bulgaria y Turquía. Desde la costa sur de
Turquía, tomaron un barco a Chipre, y desde allí hasta Líbano, evitando así el
conflicto en Siria.
El viaje fue también, en cierto
modo, una peregrinación litúrgica. En Europa occidental fue muy sencillo que
ambos encontraran donde asistir a la misa dominical, pero a medida que
avanzaban hacia el este, caminando hasta 30 kilómetros diarios, la situación
fue más irregular, aunque en algunos países, como Bulgaria, pudieron asistir a
la Divina Liturgia bizantina. “Fue muy interesante descubrir ese tipo de
liturgia”, confesó Dechancé.
Su
camino diario consistía tanto en andar juntos como por separado, rezando el
Rosario o meditando en silencio, deteniéndose en una iglesia o en algún lugar
conveniente (incluyendo una mezquita en un día especialmente frío) para leer el
Evangelio.
En cuanto a hablar de momentos
destacados de la peregrinación, ambos coincidieron en que era más interesante
hablar sobre las personas que conocieron por el camino, como una joven
cristiana siríaca de Turquía que había ido sola de peregrinación hasta Asís.
“Os esperaré en Estambul”, les dijo.
Cerca de Navidad, ambos estaban
en el norte de Macedonia. En el exterior la temperatura era la peor que encontraron
durante el viaje y los peregrinos enfermaron. La población local era sobre todo
musulmana y ortodoxa, que siguen el calendario juliano y celebran la Navidad el
6 de enero.
“Así que estábamos a punto de no
celebrar la Navidad”, afirmó Dechancé. “Habría sido triste. Mientras rezábamos,
supliqué: ‘Oh, Dios, por favor, concédenos una familia por Navidad’.
Y el mismo Día de Navidad unas
personas nos avisaron de que hay una comunidad croata allí. Llamamos a una
puerta y encontramos una familia con nueve hijos. Sin duda fue una respuesta de
Dios”.
Una semana después de abandonar
Plovdiv, Bulgaria, un sacerdote francés que habían conocido allí les escribió
un email diciéndoles
que dos jóvenes mujeres iban haciendo su propia peregrinación hacia Jerusalén.
“No sabíamos que también iban a
cruzar Turquía y nos encontramos en una misa en la casa de María en Éfeso”,
cerca del distrito de Selçuk, provincia de Esmirna, Turquía. Los cuatro
caminaron juntos durante tres semanas.
“Para ellas también fue difícil
porque en Turquía la gente no entendía por qué dos chicas caminaban ellas
solas”, observó Garnier. “‘Seguro que son prostitutas’, pensaban. La gente les
preguntaba por sexo. En las ciudades tuvieron dificultades, en especial
Esmirna, que es un destino vacacional”.
Desde Líbano, los peregrinos
volaron hasta Jordania, pero se posaron de nuevo en tierra firme para poder
subir al monte Nebo, como Moisés, para tener una vista de la “Tierra Prometida”
desde la cumbre.
Tomaron el paso fronterizo del
río Jordán, continuaron al sur hacia Jerusalén y descendieron el monte de los
Olivos hasta la Ciudad Santa.
“Justo un momento antes de que
decidiéramos bajar, encontramos a dos hombres que estaban muy emocionados
porque uno de ellos acababa de ser padre”, contó Dechancé. “De verdad sentí en
aquel momento que mi alegría era real por la llegada a Jerusalén, pero que hay
otros muchos tipos de alegría”.
La
fecha fue el 8 de junio, que no era solo el final del sabbat judío, sino que también ese año resultaba
ser el final del Ramadán musulmán… y la Vigilia de Pentecostés. Para Dechancé, esa fecha imprevista
de llegada “fue realmente como un agradecimiento, como si Dios
dijera…”. “’Yo lo planifiqué’”, dijo Garnier, terminando su hilo de
pensamiento.
“Llegamos a la iglesia del Santo
Sepulcro y empezamos a decir los nombres de todos lo que habíamos conocido y de
quienes pidieron oraciones”, recordó Dechancé. “Pasaríamos una hora y media
solamente haciendo eso y encendiendo velas por las personas que nos dieron
dinero para ello”.
Ahora, casi un año después,
quizás no sea el mejor momento para viajar, con la pandemia del COVID-19 aun
enfermando y matando personas por todo el mundo. Ciertamente, la iglesia del Santo Sepulcro
y muchos otros destinos de peregrinación están cerrados indefinidamente. Sin
embargo, para Dechancé, el proyecto fue un ejercicio de confianza.
“Para mí, cuanto más confías más recibes”, explicó. “Yo
confié solo un poco, pero recibí muchísimo más a cambio de esa poca
confianza”. Una lección, quizás, para un mundo arremetido de repente por
el miedo. Como dice Benoit Garnier: “Todos somos peregrinos toda nuestra vida”.
John Burger
Fuente: Aleteia