Que esta pandemia deje una semilla de eternidad
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Jacob Lund | Shutterstock |
En
mitad del camino me detengo y medito, contemplo, callo y espero. ¿Qué tristezas
navegan por mi alma? ¿Qué miedos cubren mi horizonte?
¿Qué significa volver a esa
normalidad de antes que ahora echo tanto de menos? ¿Era
normal mi vida antes de que todo esto empezara? ¿Es más anormal ahora?
Una vida normal. Una vida
cotidiana. Lo que ahora llamo normal tal vez no lo sea tanto. Vivir
corriendo de un lado para otro sin tiempo para lo importante.
Un
mundo frenético en el que las pausas son pérdidas de tiempo. Un mundo de
afectos no expresados en el que descuido lo más valioso que tengo, mi familia. Un
mundo de producir sin tiempo para el encuentro.
Faltan ahora muchas cosas. Y
quizás siento que me sobran muchas de las que antes llenaban mi tiempo.
Miro
a Jesús que me llama en la orilla de mi vida para que coma con Él, para que
pierda el tiempo. Este tiempo de Pascua tiene mucho de vida, de una vida nueva
que me conmueve.
Porque yo quiero vivir más
plenamente. Me gusta este poema que leía el otro día. Sobre la vida, sobre la
muerte:
“Huerto sellado, tumba vacía.
Pasos presurosos. Llantos y risas.
No sé de qué está hecho el día.
Sólo sé que las sombras mueren con el sol.
Y los vientos se calman.
Y los silencios se tiñen de risas.
Y mi mano toca la vida entre piedras vacías.
Ya no temo.
Súbitamente comprendo, que la alegría que dura es la eterna.
Y mi alma descansa segura.
Pasa el miedo y huye con las sombras.
Y yo tejo en silencio una suave armonía.
Esperando ese día cuando todo encaje o no.
Ese día en el que la vida no conozca más la muerte.
Sí, cuando Tú hayas vencido en mí para siempre”.
Pasos presurosos. Llantos y risas.
No sé de qué está hecho el día.
Sólo sé que las sombras mueren con el sol.
Y los vientos se calman.
Y los silencios se tiñen de risas.
Y mi mano toca la vida entre piedras vacías.
Ya no temo.
Súbitamente comprendo, que la alegría que dura es la eterna.
Y mi alma descansa segura.
Pasa el miedo y huye con las sombras.
Y yo tejo en silencio una suave armonía.
Esperando ese día cuando todo encaje o no.
Ese día en el que la vida no conozca más la muerte.
Sí, cuando Tú hayas vencido en mí para siempre”.
Tiene mi vida ahora un
gusto a presente que
me impresiona. A mí que me gusta hacer planes y llenar agendas. A mí que me
gusta viajar de un lado a otro llenando mi tiempo. Ese tiempo que sigue ahora
corriendo rápido ante mis ojos, aunque me detenga de repente, no como antes,
cuando nunca paraba.
Me gusta el presente de la
Pascua que es eterno. Una puerta abierta al cielo. Una invitación de Jesús a
comer con Él esta Pascua. El paso de Dios silencioso, cotidiano, en la fuerza
de ese Espíritu más presente que nunca.
Una normalidad anormal
Es
normal mi vida ahora cuando no hago todas las cosas que antes parecían llenar
mi alma. ¿O vaciarla? No distingo muy bien lo que Dios me pide.
Me ha
despojado de mucho. También de mis hábitos pasados. Ha renovado su llamada a
vivir con Él, recostado en su regazo.
Renuevo mi sí, mi adsum, mi fiat. Le digo a Él que estoy
dispuesto a seguirle por los caminos. Aunque ahora el seguimiento sea en mi
hogar, en mi alma, en mi tierra sagrada. La normalidad más anormal de mi vida.
En ese
discurrir paciente de las horas me adentro con Él de nuevo en el mar de mis
sueños. Por
ahí sigo sus pasos. Él me ha dado la vida, le ha dado normalidad a mis días, le
ha dado criterios y sueños.
Quisiera saber elegir
siempre lo correcto. O mejor elegir lo que me construye como persona. Lo que me
hace más libre y más hondo.
¿Soy más hondo y libre ahora
que antes? ¿Dejará este tiempo una semilla de
eternidad sembrada en mi alma? ¿Viviré con más paz las cruces del
camino? ¿Habré madurado por fin?
No lo sé. Sé, eso sí, que no
puedo entender mi vida sin ternura. Sin tocar la ternura de Dios y de los
hombres. Sin percibir caricias que calman mi corazón inquieto.
“¡Sí!”
Vuelvo a
decirle que sí a ese Dios que ahora me llama de nuevo. Me susurra a mi oído
el nombre que ha grabado muy dentro de mí.
Para que no me olvide me ata
a su corazón, con una cuerda fuerte. Para que no me suelte si me siento débil.
Para que no tema si no veo la luz al final del túnel.
Siempre he sabido, no sé
bien cómo, que Él nunca va a dejarme solo. Y así ha sido. Es una
curiosa certeza que le ha dado estabilidad a mi ánimo, seguridad a mis pasos.
En medio de miedos humanos
veo su mano de nuevo, segura y firme. Y me alegra saber que su sonrisa no se va
a borrar nunca de sus labios.
Y creo en sus palabras y en
sus promesas. Y veo la vida que crece dentro de mi alma. Una
resurrección segura que supera la muerte.
Y el horizonte se hace más
ancho, más grande. Elijo la anormalidad que ahora vivo. Elijo los valores que
ahora toco. Elijo la mirada que me regala esta crisis.
Se ponen las cosas en su
sitio. Duele por dentro cambiar las prioridades y los deseos. Dejar de hacer y
comenzar de nuevo. Duele la pérdida y la ausencia.
Brota de la piedra una vida
nueva que vuelve normal lo imposible. Y hace de los sueños algo tan real como
mi vida. Agradezco a Dios que camina dentro de mis pasos.
Y me abrazo a sus pies queriendo retenerlo dentro de mi alma.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia