El P. Francisco de Roux es un jesuita que ha trabajado
incansablemente por la consecución de la paz en Colombia
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P. Francisco de Roux S.J. |
Actualmente es el presidente de la Comisión de la
Verdad. Compartimos con ustedes un texto que fue publicado el pasado 29 de
marzo por el portal Semana de Colombia y que nos invita a una reflexión en
profundidad sobre nuestro modo de estar en el mundo y de relacionarnos con todo
lo que nos rodea.
Como una contribución al pensamiento y el debate sobre
lo que vendrá después de superar el actual momento de crisis sanitaria,
ofrecemos a ustedes este artículo del padre Francisco de Roux, publicado en el
portal Semana. A continuación, el artículo
completo.
Nos creíamos invencibles. Íbamos a cuadruplicar la
producción mundial en las tres décadas siguientes. En 2021 tendríamos el mayor
crecimiento en lo que va del siglo. Matábamos 2.000 especies por año haciendo
alarde de brutalidad. Habíamos establecido como moral que bueno es todo lo que
aumenta el capital y malo lo que lo disminuye, y gobiernos y ejércitos cuidaban
la plata, pero no la felicidad.
Se nos hizo normal que el diez por ciento más rico del
mundo, Colombia incluida, se quedara cada año con el 90 por ciento del
crecimiento del ingreso. Habíamos excluido a los pueblos
indígenas y a los negros como inferiores. Los jóvenes se habían ido del campo
porque era vergüenza ser campesinos. Estábamos pagando investigaciones para
arrinconar la muerte más allá del cumpleaños 150.
Había preguntas incómodas. Para acallarlas inventamos
que podíamos prescindir de la realidad. Con Baudrillard y otros filósofos nos
alienamos en un mundo “des-realizado” y escogimos líderes poderosos que
dejaron de lado la verdad; y nos dimos a consumir cachivaches y fantasías y
emociones que encontrábamos en Netflix, YouTube, Facebook, las celebridades y
hasta pornografía de redes, donde metimos la cabeza como avestruces.
Quedaban los pueblos indígenas y los jóvenes y grupos
de mujeres y de hombres que nos decían que habíamos perdido la ruta de la
realidad y del misterio. Que las condiciones estaban dadas para una
fraternidad planetaria. Les decíamos atrasados y enemigos del progreso. El
declararse ateo, que puede ser una decisión intelectual honesta, se convirtió
en no pocos muestra de suficiencia. El Homo Deus, Hombre Dios, fue
el título del libro de Noah Harari que devoramos.
Pero de pronto la realidad llegó. El coronavirus
nos sacó de la ilusión de ser dioses. Quedamos confundidos y humillados
mirando subir las cifras reales de infestados y muertos. Y no sabemos qué
hacer. Ante la realidad Harari llamó estos días al espíritu de solidaridad que
antes no vio.
La vulnerabilidad
No estamos definitivamente seguros nunca. En pocas
décadas, todos nos habremos ido con o sin covid-19. La aplanadora de la muerte
empareja nuestras estúpidas apariencias. “Pallida mors aequo pulsat pede”.
La pálida muerte pone su pie igual sobre todos. Y el día que llegue
nadie se lleva nada. Nos vamos solos. Sin tarjetas de crédito, sin carro,
sin casa. Iremos con lo que hemos sido en amor, amistad, verdad, compasión,
y con lo que hemos sido en mentira, egoísmo, deshonestidad. Así enfrentaremos
el misterio y nos recordará o rechazará la historia.
Y sin embargo, vivir con grandeza la vulnerabilidad es
vivir auténticamente, solidarios e interdependientes, porque allí entendemos
que todos somos llevados los unos por los otros, protegidos los unos por los
otros. No importa la raza, ni el género, ni el país de origen, ni las clases
sociales, ni el dinero, ni la religión. Es el mensaje del covid-19.
La vulnerabilidad nos lleva a incluir a los demás sin
creernos superiores. Nos permite celebrar cada día como si fuera el
último. Nos da el coraje ante el riesgo y la audacia de anunciar con alegría la
esperanza en medio de las incertidumbres.
La vulnerabilidad llega para que los gobiernos
entiendan qué es el Estado. La única institución que tenemos los ciudadanos
para garantizar a todas y todos por igual, en las buenas y en las malas, las
condiciones de la dignidad. Para eso están los presidentes y los ministros y la
Policía y el Ejército, y los jueces y el Congreso. Todos vulnerables.
La verdad dura
En la Comisión de la Verdad de Colombia oímos con
frecuencia que es un error buscar la verdad de lo que pasó en el conflicto. “Dejen
eso así”, es la expresión proveniente muchas veces de un temor
auténtico. Pero la realidad de la pandemia muestra que no podemos
escapar de la verdad. Que tenemos la responsabilidad de esclarecerla. Por
eso la pregunta mundial hoy es sobre la verdad del covid-19, ¿qué elementos lo
componen?, ¿cómo se expande? ¿cómo se puede detener? No aceptamos que nos digan
que posiblemente es el montaje de un susto, que a lo mejor en un mes habremos
salidos, que con el rezo de una novena se cura. No nos sirven suposiciones, ni
ilusiones, ni creencias. Necesitamos saber la verdad.
Quizás ahora se comprenda por qué seguimos buscando la
verdad del conflicto armado interno colombiano para encarar realidades que nos
destruyen. No podemos abandonar la obligación de esclarecer el
asesinato de más de 300.000 civiles y de 9 millones de víctimas sobrevivientes.
Y mientras no conozcamos las causas estructurales y asumamos las obligaciones
que surgen de esa verdad, continuaremos lo que hoy sigue, con 10.000 personas
armadas entre el ELN, las disidencias y los grupos del narcotráfico, el
asesinato de líderes y la ruptura de las comunidades.
Estamos de acuerdo con las medidas extraordinarias
tomadas por el gobierno y los alcaldes ante el coronavirus. Son decisiones de
poder de Estado que muestran que sí es posible lo extraordinario ante una
realidad mortal cuando hay voluntad política. ¿Cuándo tomaremos medidas
extraordinarias contra la violencia política unida al narcotráfico que ha sido
mucho más letal que la pandemia entre los colombianos?
El mensaje de los Kogui
Hace tres semanas los mama Kogui nos recibieron en La
Sierra por una invitación de Juan Mayr. Nos compartieron el dolor de la
destrucción de su hábitat y la dificultad para preservar los sitios sagrados.
Estaban enterados de la pandemia y el mensaje que nos dieron fue sencillo y
claro:
Las fuerzas espirituales que originaron la
naturaleza pusieron el conocimiento en cada ser. Hay un conocimiento
en la tortuga, en el árbol, en la piedra, en el agua… Los seres humanos tenemos
que aprender de ese conocimiento. Pero hemos ido matando a esos seres, y al
matarlos, matamos el conocimiento. Por eso cada vez conocemos menos, y por eso
pasamos a matarnos a nosotros mismos, y puede ser que la naturaleza termine por
matarnos a todos.
El mensaje no es para dejar lo ganado con la
ampliación de la expectativa de vida al nacer, la educación y la tecnología que
nos comunica. Es para invitarnos a cambiar todas las locuras que nos
distanciaron de la naturaleza y de nosotros mismos y nos precipitaron en
el egoísmo, la injusticia, la inequidad, la violencia y la mentira.
La gente primero
Estamos recluidos. Trabajamos por las redes. En la
Comisión de la Verdad escuchamos las grabaciones de 12.000 víctimas. Leemos.
Contrastamos opiniones. Como nosotros, millones en Colombia trabajan en sus
casas y reciben ingresos. Pero hay otros millones que comen de lo que
ganan en el día, que no pueden comprar un bulto de papa porque pagan cada noche
por la libra de arroz y el cuarto de aceite.
¿Qué va a ser de ellos? ¿Cómo van a sobrevivir
encerrados cuando pasen tres semanas, o 20? Son las preguntas de madres
solteras populares, de miles de pequeñas iniciativas familiares que venden en
la calle, de millones de hogares donde la casa es un hacinamiento de dos
cuartos donde viven del rebusque cinco o siete personas. Estas preguntas ponen
a prueba al Estado y a la solidaridad de todos nosotros. Si todos
dependemos de todos y no respondemos, esa multitud va salir a llevarse lo que
haya en tiendas y supermercados, porque nadie puede dejar morir a su familia.
En necesidad extrema todas las cosas son comunes, escribió el teólogo Tomás de
Aquino. Si esa multitud sale a la calle nos invadirá el virus.
El Gobierno nacional y los alcaldes han de ir más
lejos para estar a la altura de las exigencias de la crisis. Las empresas
privadas y los bancos tienen que actuar. Y es una obligación personal de cada uno
de nosotros, ciudadanos. Parece desproporcionado decirlo, pero es un asunto de
vida o muerte. De todos en la cama o todos en el suelo. ¿Seremos capaces esta
vez de comportarnos como seres humanos?
El silencio
Las calles están vacías. La locura de correr para
llegar puntuales se ha detenido. La ansiedad del tráfico insoportable no nos
atrapa. Si queremos, por fin podemos hacer silencio. Si lo hacemos
tenemos la oportunidad de acceder a lo profundo de nosotros mismos, conectarnos
y comprender. Podemos hacerlo en familia. Es el momento de dosificar el
tiempo ante la televisión y el celular para abrir espacio a la realidad del
misterio que se deja sentir cuando nos abandonamos en quietud a lo que llega
desde nuestra experiencia interior. Allí accedemos a la sabiduría que hace
clara la razón de vivir, y lúcida la conciencia y las responsabilidades
personales y públicas.
Allí cobra sentido la determinación de avanzar a
sabiendas de nuestra propia fragilidad. La necesidad que tenemos los unos de
los otros. El significado de la dignidad auténtica que solo existe si las
condiciones de la misma están dadas para todos y todas. La viabilidad de lo que
nos parecía imposible: la generosidad, la solidaridad y, más allá de la
justicia, la reconciliación y el perdón. El coraje de vivir en medio de la
vulnerabilidad.
Francisco de Roux
*Francisco de Roux es padre Jesuita, filósofo, economista y presidente de
la Comisión de la Verdad.
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