Después de la pandemia de Covid-19 serás mejor, más sabio si
has sabido enfrentar tus horas y tus miedos
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Antoine Mekary | ALETEIA |
Me
han quitado los abrazos y los besos. Los encuentros y las risas. Me han hecho
evitar el contacto físico, el roce, la ternura, el cariño.
Me han quitado las
reuniones, las confesiones y las misas. Los paseos por el parque y los cines.
El café en el bar, las compras, el deporte.
Me han quitado muchas cosas
y lo entiendo, me he detenido.
Hay un
bien mayor que
esa felicidad vana que busco con ahínco haciendo cosas. Esa felicidad de estar
yo bien, sin problemas, de prosperar adecuadamente en la vida. Ese afán mío por
tener, por hacer, por lograr. Ese sueño tan humano, tan de carne, tan de tierra.
Me lo han quitado todo de un
plumazo. Y me han llevado a cuidarme para cuidar a otros. Y yo
sonrío. Porque si algo no pueden quitarme es la alegría ni tampoco la esperanza.
No pueden lograr que viva
sin un sentido. No pueden, atándome a mi casa, a las patas de mi cama, matar mi
sonrisa, silenciar mi canto, opacar mi luz.
No
puede este virus detener la primavera, apagar la voz de mil cantos, evitar mis
aplausos para esos que dan su vida por salvar mil vidas.
No pueden agotar mi
creatividad en ese afán mío por ocupar mis horas, mi tiempo, mi vida. No
puede la enfermedad cerrar mis ojos, oscurecer mi ánimo.
Me haré contador de
historias. Soñador de mil sueños. Reiré con mis chistes, con los de otros. Lucharé,
resistiré, venceré. No solo yo, sino todos.
No
caerá sobre mí nunca el desánimo ni la pena. No dejaré de gritar que hay vida
más allá de los hospitales. Que hay sueños resistentes a las
derrotas.
No dejaré de soñar con las
alturas, encendiendo el mundo con un fuego nuevo. Respiraré muy hondo queriendo
que no se apaguen los pulmones.
Alentaré a las plantas para
que den sus flores. Inventaré melodías entre bosques de luces. Amaneceré
feliz cada mañana. Y volveré a abrazar, a sentir la vida que florece.
No me quitarán la sonrisa de
mis labios. Y sentiré que la vida ha crecido con fuerza
en mi interior. La soledad me habrá dado hondura. Las privaciones,
libertad interior ante la vida.
El dolor físico y espiritual
me habrán unido más a la cruz de Cristo. Me sentiré más libre, más pleno. Esa
distancia infinita entre cada uno se acortará de nuevo. No estará mal dar la mano, un beso, un abrazo.
No me sentiré extraño en las distancias cortas.
Pero quizás
habré aprendido algo nuevo. Me habré acostumbrado a estar conmigo mismo. Sin distracciones, sin
miedos ni agobios. La soledad
no es mala compañera, aunque sea impuesta.
Ya no contagiaré, ya no me
contagiarán. Esos anhelos llenan hoy mi alma al vivir el presente. Cada hora
pasa a su ritmo. No corre el tiempo, no se escapa.
Es como un desgranar los
misterios del rosario, cada ave María, muy lentamente. No tendré la agenda
llena. Quizás sí de encuentros virtuales programados. Pero poco más.
El mundo se detiene. Y no
logran quitarme la sonrisa. Algunos querrán sacar ventaja de todo esto. Otros
pensarán que alguien tiene la culpa.
Aparecerán los que no
esbocen sonrisas. Y los que quieran aumentar el odio y la rabia.
Y habrá otros, hombres de
bien, con bondad en el alma, que vivan salvando vidas, entregando la propia.
Dando su tiempo, invirtiendo sus horas. Por salvar más vidas por encima de la
muerte.
Y muchos
rezarán en lo escondido. Y habrá solidaridad donde antes había egoísmo. Y se
harán servicios gratis que antes se cobraban.
La primavera irá venciendo
el frío. Lo hará sin percatarse del mal que aqueja al mundo. Seguirá su curso
desde la semilla muerta y enterrada. Con el sol que irá tomándole horas a la
noche.
Y sentiré que soy más viejo,
o quizás más joven. Pero más sabio al fin si he sabido enfrentar mis
horas y mis miedos. Si he vivido con conciencia nueva. Si me he dejado
modelar por el Dios de mi camino.
Oculto entre mis cuatro
paredes, atado como yo a las patas de mi cama. Clavado a mi propio madero desde
el que observo la vida sin poder andar entre la gente, entre los bosques.
Recluido en un aparente mal
sueño que es esta vida misma que Dios me ha dado. Esta vida y no otra.
Y ese Dios al que increpo, o
suplico pidiéndole aire, esperanza, y luz. Ese mismo Dios es el que dibuja con
gesto pícaro una sonrisa en mi rostro.
Para que dé
esperanza a otros y siembre luz en esta noche. Y sea yo uno de esos brotes verdes que
entre las arenas del desierto parece desafiar a la muerte. Porque el bien
siempre vence al mal. Y la generosidad
es más fuerte que cualquier egoísmo.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia