Homilía
del Santo Padre
El
Santo Padre continúa reflexionando sobre los frutos de esta crisis mundial
provocada por la pandemia. Esta mañana, en la celebración de la Eucaristía, ha
invitado a apreciar el “silencio” en el que convivimos, con el deseo de que
“nos enseñe a escuchar”.
Este
martes de la segunda semana de Pascua, 21 de abril de 2020, el Obispo de Roma
presidió la Misa en la Capilla de la Casa Santa Marta con la participación de
algunas religiosas y empleados del Vaticano. Todos los días la celebración es
transmitida en vivo en Vatican News y en la página de zenit en Facebook.
“En
este tiempo hay tanto silencio. Incluso se puede oír el silencio”, ha observado
el Papa. “Que este silencio, que es un poco nuevo en nuestros hábitos, nos
enseñe a escuchar, nos haga crecer en nuestra capacidad de escucha. Oremos por
esto”.
Las
lecturas escogidas para la Misa de hoy son: la Primera Lectura, del libro de
los Hechos de los Apóstoles (4, 32-37), el Salmo 92,1ab.1c-2.5 y Evangelio
según san Juan (3,5a.7b-15).
La
Primera Lectura describe la vida de los miembros de la primera comunidad
cristiana que tenían un solo corazón y una sola alma y nadie consideraba lo que
les pertenecía como su propiedad, porque entre ellos todo era común y nadie
estaba necesitado.
El
Papa ha indicado que el Espíritu Santo “es capaz de hacer estas maravillas”. La
primera comunidad cristiana “es un modelo, un ideal, un signo de lo que el
Espíritu Santo puede hacer si somos dóciles. El Espíritu crea armonía”.
Así,
a raíz de este pasaje, Francisco ha advertido de tres cosas que dividieron a
las comunidades de los primeros cristianos: el dinero, la vanidad y las
habladurías.
A continuación, sigue la
homilía completa:
Homilía del Papa
Nacer
de lo alto es nacer con la fuerza del Espíritu Santo. Nosotros no podemos tomar
el Espíritu Santo para nosotros, sólo podemos dejar que nos transforme. Y
nuestra docilidad abre la puerta al Espíritu Santo: es Él quien hace el cambio,
la transformación, este renacer de lo alto. Es la promesa de Jesús de enviar el
Espíritu Santo. El Espíritu Santo es capaz de hacer maravillas, cosas que ni
siquiera podemos pensar.
Un
ejemplo es esta primera comunidad cristiana, que no es una fantasía, esto es lo
que nos dicen aquí: es un modelo, donde se puede llegar cuando hay docilidad y
dejar que el Espíritu Santo entre y nos transforme. Una comunidad, digamos,
«ideal». Es cierto que inmediatamente después de esto comenzarán los problemas,
pero el Señor nos muestra hasta dónde podemos llegar si estamos abiertos al
Espíritu Santo, si somos dóciles. En esta comunidad hay armonía. El Espíritu
Santo es el maestro de la armonía, es capaz de hacerlo y lo ha hecho aquí. Debe
hacerlo en nuestros corazones, debe cambiar muchas cosas de nosotros, pero debe
hacer armonía: porque Él mismo es la armonía. También la armonía entre el Padre
y el Hijo: es el amor de la armonía, Él. Y Él, con armonía, crea estas cosas
como esta comunidad armoniosa. Pero entonces, la historia nos dice – el mismo
Libro de los Hechos de los Apóstoles – de tantos problemas en la comunidad.
Este es un modelo: el Señor ha permitido que este modelo de una comunidad casi
«celestial» nos muestre a dónde debemos llegar.
Pero
entonces comenzaron las divisiones en la comunidad. El Apóstol Santiago dice en
el segundo capítulo de su Carta: «Que vuestra fe sea inmune al favoritismo
personal» – ¡porque lo hubo! «No discriminar»: los apóstoles deben salir y
amonestar. Y Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, en el capítulo 11, se
queja: «He oído que hay divisiones entre ustedes»: empiezan las divisiones
internas en las comunidades. Este «ideal» debe ser alcanzado, pero no es fácil:
hay muchas cosas que dividen a una comunidad, ya sea una parroquia cristiana o
una comunidad diocesana o presbiteral o de religiosos o religiosas… muchas
cosas entran para dividir a la comunidad.
Viendo
las cosas que han dividido a las primeras comunidades cristianas, yo encuentro
tres: primero, el dinero. Cuando el apóstol Santiago dice esto, que no tiene
ningún favoritismo personal, da un ejemplo porque «si en su iglesia, en su
asamblea, entra un hombre con un anillo de oro, lo ponen inmediatamente
adelante, y el pobre queda al margen». El dinero. El mismo Pablo dice lo mismo:
«Los ricos traen comida y comen, ellos, y los pobres, de pie», los dejamos allí
como para decirles: «Arréglate como puedas». El dinero divide, el amor al
dinero divide la comunidad, divide la Iglesia.
Muchas
veces, en la historia de la Iglesia, donde hay desviaciones doctrinales – no
siempre, sin embargo, muchas veces – hay dinero detrás: dinero del poder, tanto
el poder político como el dinero en efectivo, pero es dinero. El dinero divide
a la comunidad. Por esta razón, la pobreza es la madre de la comunidad, la
pobreza es el muro que protege a la comunidad. El dinero divide, el interés
propio. Incluso en las familias: ¿cuántas familias terminaron divididas por una
herencia? ¿Cuántas familias? Y ya no se hablaban… Cuántas familias… Una
herencia… Se dividen: el dinero divide.
Otra
cosa que divide a una comunidad es la vanidad, ese deseo de sentirse mejor que
los demás. «Gracias, Señor, porque no soy como los demás», la oración del
fariseo. Vanidad, sentirme que… Y también vanidad en mostrarse, vanidad en los
hábitos, en el vestir: cuántas veces – no siempre pero sí cuántas veces – la
celebración de un sacramento es un ejemplo de vanidad, quién va con la mejor
ropa, quién hace eso y lo otro… Vanidad… la mayor fiesta… La vanidad entra ahí
también. Y la vanidad divide. Porque la vanidad te lleva a ser un pavo real y
donde hay un pavo real, hay división, siempre.
Una
tercera cosa que divide a una comunidad son las habladurías: no es la primera
vez que lo digo, pero es la realidad. Y es la realidad. Esa cosa que el diablo
pone en nosotros, como una necesidad de hablar de los demás. «Qué buena persona
es esa…» – «Sí, sí, pero, pero…»: inmediatamente el «pero»: es una piedra para
descalificar al otro e inmediatamente algo que oigo decir y así disminuyo un
poco al otro.
Pero
el Espíritu siempre viene con su fuerza para salvarnos de esta mundanidad del
dinero, la vanidad y la habladuría, porque el Espíritu no es el mundo: está
contra el mundo. Es capaz de hacer estos milagros, estas grandes cosas.
Pidamos
al Señor esta docilidad al Espíritu para que nos transforme y transforme
nuestras comunidades, nuestras comunidades parroquiales, diocesanas,
religiosas: las transforme, para que podamos avanzar siempre en la armonía que
Jesús quiere para la comunidad cristiana.
Comunión espiritual,
adoración y bendición Eucarística
Finalmente,
el Papa terminó la celebración con la adoración y la bendición Eucarística,
invitando a todos a realizar la comunión espiritual con esta oración:
“Creo,
Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Pero como ahora no
puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón.
Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas,
Señor, que jamás me separe de Ti. Amén”.
Antes
de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona
mariana que se canta en el tiempo pascual, el Regina Coeli.
Regína
caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
Rosa
Die Alcolea
Fuente:
Zenit