¿Es el otro el cielo o el infierno? Puede ser el paraíso cuando
mi vida resucita con Cristo
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En
este tiempo de encierro sueño con volver a los lugares donde he amado tanto la
vida. Es algo muy fuerte en el corazón que clama y lo llena de sueños.
Quiero volver a los lugares
amados y con las personas amadas. Después de tanto tiempo sin abrazos, sin
encuentros, sueño con una Pascua de reencuentros y abrazos.
Cincuenta días de luz, de
volver a abrazar y a amar como Jesús ama. El otro día escuchaba:
“Una de las
claves de la felicidad son los otros”.
Contradice a Sartre que
aseguraba:
“El
infierno son los otros”.
¿Es el
otro el cielo o el infierno? Puede ser el paraíso cuando mi vida resucita con
Cristo. Él
lo hace posible. Quiero volver con los que amo. Vivir con ellos. Son mi camino
al paraíso.
Es lo que Jesús hace en sus
apariciones después de resucitar. Vuelve a su tierra amada, a sus raíces, a
Galilea. Vuelve a los que ama y los abraza, y les dice que los ama.
Jesús
se aparece a ellos con cuerpo glorioso. Se aparece y no le reconocen. Y en sus
gestos de amor ven con más hondura y lo descubren oculto.
Jesús se manifiesta en ese
gesto de amor que tenía para cada uno. Va a Galilea y allí, junto al lago, en
su mar amado de Genesaret, donde amó la vida y llamó a los suyos, se
reencuentra con ellos y de nuevo salen a pescar juntos. Jesús y sus apóstoles,
sus amigos.
Además, ahora vuelve de un
modo nuevo, con una esperanza nueva. No es volver a la vida de antes, a la
misma pesca, al mismo horizonte estrecho. Todo se ha ampliado. Jesús hace en este camino de la muerte a la vida
todas las cosas nuevas.
Yo
espero que algo cambie en mi vida cuando todo esto pase. Me da miedo pensar que
todo va a seguir igual. La misma red, la misma barca, la misma mirada. Seguro
que será diferente.
Es lo que espero, lo que
sueño, lo que pido cada noche al acostarme. Que cambien mis pasiones, mis
prioridades. Que tome en cuenta lo importante y no me pierda en
superficialidades que me dejan vacío. Que
valore lo que tengo y no viva esperando lo que no es posible.
Miro
mis redes vacías y veo cómo Jesús las llena cuando me parecía imposible. Él prepara la comida para
mí en la orilla como hizo un día para ellos. Lo hace esperándome, esperándolos.
A mí
me espera siempre.
He visto cómo Juan ve a Jesús de lejos y lo reconoce: “¡Es
el Señor!”. ¡Qué mirada tan pura! Ve a Jesús oculto en esa apariencia
desconocida, nueva, resucitada. Es Él por fin que ha vuelto y está vivo.
Es Jesús que viene a mi mar,
a mi vida, a mi barca. Le pido que me ayude a abrir los ojos para
reconocerlo vivo entre los muertos.
Juan grita al reconocerlo.
¿Y Pedro? Él se lanza al agua. Parece que sí ha creído en esa mirada de amor de
Jesús en casa de Caifás, cuando negó tres veces y lloró. Pedro corre hacia
Jesús, desnudo, despojado ya de todo mérito y de todo poder. Ya no es el
vencedor, sino el derrotado.
Y
Jesús sólo le pregunta si lo ama. Me toca el corazón esa pregunta. Jesús
necesita el amor de Pedro. ¡Qué alegría ese encuentro para los dos! Así va a
ser para mí.
Jesús
vive y se acerca a mí en medio de mi rutina. Me espera en la orilla de mi vida,
cansado del trabajo, de este tiempo de encierro, de estas horas que pasan.
Viene a la orilla de mi mar a decirme que me ama y quiere saber si yo le amo.
Se aparece en medio de mi
actividad cotidiana. Y sólo me pregunta si lo amo. Y yo, que soy torpe,
que tengo miedo y he vivido la muerte y el dolor, yo que soy de barro, y tengo
manos de barro, dudo. No
siempre lo reconozco ni lo amo.
Creo en Él y lo espero. Pero
no siempre distingo sus manos, ni sus pies, cuando camina y habla a mi lado. No
escucho su voz o la confundo con otras.
Me
gustaría verlo como Juan. Y creer en los que lo ven como Pedro. Necesito comer
con Él en la orilla. Ese mismo pescado que he pescado con Él.
Necesito decirle desde mi
limitación: “Tú lo sabes todo, Tú sabes que
te quiero”.
Jesús
llena de sentido mi vida entera. En estos días renuevo mi vocación, la
llamada que escuché en mi alma un día. Me la vuelve a gritar para que no me
olvide.
Él ha caminado a mi lado
tantas veces. Él ha sanado mi corazón herido en medio de mi dolor. Él ha cenado
conmigo para que nunca me sienta solo.
Él ha cargado con mi
fragilidad humana cuando yo pensaba que podría hacerlo yo todo solo. Él ha
creído en mí incluso cuando nadie más creía, ni siquiera yo mismo. Él ha soñado
conmigo en sus sueños más vivos. Y me ha amado sin medida.
Y
ahora me recuerda cuánto me ama y me enseña a vivir de un modo nuevo, a su
manera, ya no a la mía. Esa es la fuente de mi alegría pascual.
Soy un hombre nuevo, porque
Jesús ha resucitado en mí cambiando mis formas y el fondo de mi alma. Merece la
pena vivir con Él. Eso es la Pascua. Es el reencuentro con aquel al que amo y
está vivo.
No permaneció en la tumba
donde lo enterraron. Ahora está vacía. Jesús
vive dentro de mí, en cada alma que le ha dicho que sí desde su pobreza.
Vive en mí casi sin yo
saberlo. Abrazo esta vida nueva y quiero
dar alegría a los que tengo a mi lado. Soy para ellos su cielo, no su infierno.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






