Son
expresiones tan variadas como la imaginación humana, pero todas nos ayudan a
meter por los sentidos el Misterio de los días finales de Jesús en nuestra
tierra antes de marchar al Padre
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© Cathopic/Mirna Encinas |
Hace
tiempo me marché de España a vivir en otros países durante unos años, de un
lado a otro fui y comprobé que cada Semana Santa, en todos los lugares, la
Iglesia se despliega para hacernos recordar el Misterio Pascual de Cristo: su
Pasión, Muerte y Resurrección.
Las
celebraciones son múltiples y la riqueza de las expresiones plásticas de la
piedad popular maravillosas, pero en el entorno de España es especialmente
atractivo y forma parte de nuestras más profundas tradiciones que, como en
carrera de relevo, como un testigo, recibimos de nuestros padres y pasamos a
nuestros hijos.
Son
expresiones tan variadas como la imaginación humana, pero todas nos ayudan a
meter por los sentidos el Misterio de los días finales de Jesús en nuestra
tierra antes de marchar al Padre.
Impacto
para los sentidos
Después
de casi 25 años fuera, en Italia y en Kenia, volver a Sevilla constituyó una
experiencia que no anticipé. Lo primero que me sorprendió fue el impacto en
cada uno de los sentidos con una belleza y armonía inesperadas. Lo que vi se
refería a la muerte terrible de un hombre, que era Dios, crucificado como un
animal. Sin embargo, la belleza de las imágenes es increíble. Lo mismo, o más
si cabe, ocurre con las imágenes de la Virgen.
No
era menos bella la música que parecía que iba al son del movimiento de los
pasos. Pero no quedaba allí la cosa, el olor era embriagador: el azahar de los
naranjos en flor, las flores, la cera… Hasta el sudor de los costaleros se
añadía a esa mezcla curiosa.
El
pueblo llano me enseñó que no solo eran la vista, el oído y el olfato los
impactados, sino que al pasar las imágenes en medio de la calle, la gente
humilde se acercaban al paso y lo tocaban con sus manos como intentando robar
un poquito de gracia, dones y santidad, para ver si se pega algo de toda esta
historia de dolor por Amor a todos los hombres.
Me
faltaba un sentido: el gusto. No me defraudaron mis compañeros cuando, después
de pasar la cofradía, alguien dijo el proverbial: “Vamos a tomarnos algo”.
¡Todos los sentidos impactados! Una Semana Santa sin procesiones, como esta,
será una Semana Santa a la que le faltará algo muy importante para nosotros.
Memorial de los misterios
de la fe
No
obstante, nuestra fe e inteligencia nos recuerda que lo esencial, aunque
indispensable, nos sabe a poco. Porque nuestra inteligencia exige la verdad,
nuestra voluntad el bien, pero nuestros sentimientos exigen la belleza y en
esas expresiones, nos gusten más o menos, hay que decir que son un diez.
Puede
parecer que no estoy hablando de una Semana Santa sin procesiones, pero en lo
que quiero hacer hincapié es en que lo esencial es el memorial que los
cristianos vivimos hacia los misterios de nuestra fe.
Él nos amó primero
Como
muy bien explicaba el Papa Francisco, un memorial no es solo un recuerdo de
algo que ocurrió en el pasado, sino que ese recuerdo hace presente aquello que
ocurrió y que es el centro de nuestra vida cristiana y que el Credo nos
recuerda todos los domingos: Porque por nosotros y por nuestros pecados murió
Jesucristo.
O
como enriquece el Catecismo ante la pregunta: “¿Por qué la Santa Cruz es la
señal del cristiano?”. Nuestra fe se ilumina con esta respuesta: Porque en ella
murió Jesucristo, por Amor a nosotros, para perdonarnos de nuestros pecados. La
situación ahora nos exige unas normas tremendas, pero el Misterio es el mismo:
Un Dios que envió a su hijo a morir por nosotros y por Amor. Él nos amó
primero.
Por
último, quisiera compartir un poema atribuido a Antonio Linares Lucena que
expone este mensaje con gran belleza.
“Hay
quien dice y no es verdad que no saldrá el Penitente, el viernes de Madrugá,
y
que Jesús, como siempre, no hará su entrada triunfal,
entre
palmas que le ofrecen un nuevo Domingo más.
Y
dicen que así será, que no habrá reo de muerte, ni olivos donde rezar,
ni
una madre, inmensa pena, que va llorando detrás.
Hay
quien dice y nos es verdad, porque en el alma lo llevas, y en tus rezos siempre
están,
aunque
este año no salgan al cofrade le da igual,
que
en su casa lleva puesta la capa de su hermandad
y
una medalla en el pecho, a hierro y a fuego marcá.
Hay
quien dice y no es verdad, que no verás nazarenos, en hileras desfilar,
y
que la luz de tu vela, nadie la encenderá
que
no habrá capas ni cera, ni palios ni chicotás
y
que no habrá mantilleras, viendo a Cristo pasar
y
que no habrá costaleros, ni hombros en el varal.
Hay
quien dice y no es verdad, porque juntos lograremos vencer la enfermedad,
ese
será nuestro anhelo, nuestra mejor levantá.
Hay
quien dice y no es verdad, que no se oirán los tambores,
pero
irá marcando el paso, convertido en oraciones,
en
latidos fervorosos que marcan los corazones
de
una hueste musical, la bandas y agrupaciones irán al mismo compás.
Hay
quien dice y no es verdad, que no verás en tu puerta, ni a María ni a san Juan
y
a Jesús por saetas, ya nadie le cantará, ni estará tu puerta abierta,
por
si escucharas sus sones, en una calle desierta; mas se abrirán los balcones
y
nacerán mil promesas, entre aplausos y ovaciones
por
los héroes que se enfrentan, a la muerte sin temores,
tus
palmas serán la letra, de las saetas mejores.
Hay
quien dice, y no es verdad, que en sureña tierra mía Semana Santa no habrá,
ni
un ¡olé! en la amanecía; y lo mismo que nos da,
que
Cristo estará esos días contigo en un hospital,
al
lado de un policía, al lado de un militar,
con
los jóvenes que esperan, volverse a abrazar y recobrar su alegría,
y
Cristo siempre estará, contigo en la carretera, sorteando el temporal;
contigo
que el alma entregas, en esa tienda vacía, de un barrio de tu ciudad,
Cristo
siempre te espera, y en tu casa siempre está,
sigue
viviendo en la mía, sigue viviendo en la vuestra, como un vecino más,
no
habrá mejor cofradía, ni habrá mejor hermandad,
la
que nació aquellos días, Semana Santa bendita, la que se puso el costal,
sin
importar si creía o si sabía rezar, y mostró su gallardía, la que ayudó a los
demás,
la
de Jesús y María, la que no quiso llorar y levantó Andalucía,
hija
leal tierra mía de España y la Humanidad”.
D.
Manuel González López de Lemus, sacerdote
Fuente:
Zenit