Los 10 mandamientos: entiende el sentido de la ley cristiana
![]() |
| Rembrandt-Public Domain |
La
ley, para muchos tiene una connotación negativa, algo que ha de cumplirse.
Hemos nacido en la ley, normas que nos dicen lo que debemos hacer y lo que
debemos evitar. Pero la ley, para el cristiano, viene de un contexto mucho más
profundo.
Dios
eligió de
entre todas las naciones de la tierra a un pueblo, el que vendría a ser Su
pueblo: Israel. No era el mejor de
todos, ni el más numeroso, pero era el elegido.
Había prometido a algunos de
los hombres de este pueblo hacerlo poderoso y darles, en el tiempo, un gran
profeta, quien llevaría su Palabra al mundo.
Cumpliendo
su promesa, después de muchos años habiendo Israel caído en la esclavitud,
decide escuchar sus lamentos y liberarlo.
Con grandes prodigios y
poder, lo sacó de Egipto y lo llevó al desierto, y caminó con ellos durante
40 años, su destino: la tierra prometida, Canaán.
Siempre
presente,
los guiaba con la nube durante el día y con el fuego durante la noche.
El Todopoderoso iba delante,
velando por ellos, alimentándolos, animándolos, presentándoles desafíos para
que acudieran a Él y Él mismo pudiera proveerles de todo.
Este
pueblo no podía entender en sus corazones la magnitud del amor de este Dios, y
era bastante ingrato en su proceder, pero Dios era fiel, y permanecía día y noche,
delante de los suyos.
Israel iba conquistando cada
nación, como se lo había prometido Dios. Se hizo un pueblo numeroso y poderoso.
Bajo la nube, Dios se reveló como el Dios altísimo, el Dios de todo lo creado,
el que era, es y será.
Pero no sólo eso. También entregó
escrita en piedra, su propia ley, en piedra para que fuera permanente e
invulnerable por los siglos de los siglos. Este era el
secreto de la vida que debía respetarse.
Se la
entregó a Su pueblo, para que, cumpliéndola, pudieran vivir dignamente,
pudieran mantener su libertad y poseer la tierra prometida.
Cumpliendo la ley,
mantendrían su libertad, su bienestar y la tierra. Si incumplían la ley,
aquella que les permitía vivir dignamente como nación santa de Dios,
encontrarían indefectiblemente la esclavitud y la miseria.
Las cosas hoy no son
diferentes, la ley de Dios es permanente, grabada en piedra, su vigencia es
eterna. Si cumplimos la ley, escogemos la vida, la ley nos invita a
reencontrarnos con Dios, que viene siempre a nosotros.
La promesa sigue vigente,
hemos crecido en cantidad hasta hacernos una nación tan numerosa como numerosas
son las estrellas del cielo; y somos Su pueblo peregrino.
Aquellas palabras grabadas en
piedra resuenan así:
“Escucha Pueblo mío: Yo soy
Tu Dios, el que te sacó de la esclavitud, aquí estoy, este es el decálogo bajo
el que debes vivir tus días:
Primero, Ama a Dios sobre todas las
cosas, no deberás tener nada más valioso en tu vida que Yo, reconócete pequeño,
alejando tu mirada de ti, me encontrarás como Padre, segundo,
no tomes mi nombre en vano, estaré siempre a tu lado, soy testigo de tus días,
no faltes a tu Dios, tu Padre, tercero,
santifica las fiestas, hazte Mi pueblo dando gracias por las bendiciones, dones
y gracias que recibes, esto te convertirá en mi hijo muy querido, cuarto, honra a tu padre y a tu madre,
obedece, esto te enseñará a ser agradecido con aquellos que te dieron la vida, quinto, no matarás, no acabarás con la vida
de ninguno de tus hermanos, porque la vida me pertenece, yo, creador de la
vida, la concibo y la formo y tengo contado los días de cada uno de mis hijos, sexto, no cometerás actos impuros, aléjate
de esas costumbres aprendidas de otros pueblos, son ajenas al mío, que es santo
y camina hacia la santidad, Tu eres Mi pueblo, séptimo,
no robarás, así como proveí cuando atravesaste el desierto, en este peregrinar,
Dios tu Padre, te proveerá, en mi tendrás en abundancia porque “tú eres mi
hijo, no mi esclavo”, octavo, no
darás falso testimonio ni mentirás, tu Dios es Dios de la verdad, la mentira es
obra del príncipe de la mentira, lleva la verdad por delante, noveno, no consentirás pensamientos impuros,
no negociarás con nada que te haga impuro, yo soy un Dios fiel en amor,
igualmente lo serás tú, porque solo Dios es perfecto y a la misma perfección en
el amor has sido llamado, décimo, no
codiciarás los bienes ajenos, yo soy tu mayor bien y tu corazón deberá estar
puesto en mí”.
“Pregunta, pregunta a los
tiempos antiguos, que te han precedido desde el día en que Dios creó al hombre
sobre la tierra: ¿Hubo jamás desde un extremo a otro del cielo palabra tan
grande como esta? ¿Se oyó algo semejante? ¿Hay algún pueblo que haya oído la
voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y haya sobrevivido?” (Dt. 4,
32 – 33)
Lorena Moscoso
Fuente:
Aleteia






