10 mandamientos olvidados de la ley del amor para seguir los
pasos de Dios
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Hoy
Jesús me invita a cuidar el amor en mi vida:
“Si
me amáis, guardaréis mis mandamientos; El que tiene mis mandamientos y los
guarda, ese es el que me ama; y el que me ame será amado de mi Padre; y Yo lo
amaré y me manifestaré a él”.
El
amor es la clave de
todos los entresijos del alma humana. Es la llave que descerraja todas las
puertas y abre todas las clausuras. Es lo único que puede levantarme del polvo
de la agonía, de la angustia y la desilusión, del hastío de la vida.
Sueño
con un amor puro, incondicional, fuerte y tierno. Un amor que no se dé nunca
por vencido. No un amor que cree dependencias y haga de mi vida una cárcel sin
misericordia.
He
visto demasiadas relaciones viciadas y enfermas. Relaciones que se rompen por egoísmo. He
sido testigo de muchos amores inmaduros y poco generosos. Amores que no permiten que
el otro crezca desde su verdad.
Se me ha llenado muy a
menudo la boca de un amor que no calma el hambre del alma. El
amor implica el cumplimiento de los mandamientos de Dios. El amor hace fácil
seguir su querer.
Pero no todo es tan
sencillo. Mi corazón es una caja de sorpresas. Tantas veces hago lo que no
quiero y no llevo a cabo lo que deseo. Como dice Goethe: “Dos
almas moran, ¡ay!, en mi pecho; y una quiere separarse de la otra”.
Estoy
dividido por dentro. Amo a Dios y no sigo sus mandatos. Cuando sus mandatos
son un camino de sabiduría. No hago lo que me conviene y acabo haciendo
justamente lo contrario. Así de vana es mi vida y pobre mi voluntad. Como leía
el otro día:
“Si
echas de menos a alguien, llámalo. Si quieres encontrarte con alguien,
invítalo. Si quieres ser comprendido, explica. Si tienes preguntas, hazlas. Si
no te gusta algo, dilo. Si te gusta algo, manifiéstalo. Si quieres algo,
pídelo. Si amas a alguien, díselo”.
Soy una caja llena de
contradicciones. Deseo algo y no lo digo. Amo a alguien y no se lo expreso. Deseo
algo y nadie lo sabe. Callo pensando que los demás deberían intuirlo.
Amo a Dios y a los hombres,
pero no se nota en la inconsistencia de mis actos vacíos. Voy como un borracho
siguiendo una dirección que no me conviene.
Me gustaría tener el corazón
en su sitio. Todo en orden. Todo controlado. Pero no lo logro.
Si
amo a Dios guardaré sus mandamientos. Si lo amo de verdad mi vida merecerá la
pena. Los mandamientos son el camino que me
conviene.
Como cuando mi madre me
pedía algo siendo yo pequeño y yo lo veía como una carga. No lo deseaba, no
quería obedecer, pero era lo que necesitaba.
No
quiero amar lo que deseo, sino lo que me conviene. Es así con las cosas, con
los proyectos, con las personas.
Puedo equivocarme y poner mi
corazón en el lugar no deseado. Vivo atado a cosas que me quitan la paz. Me
parecen lo más importante de mi vida, pero me están esclavizando.
En esta época de pandemia
que vivo se alteran mis prioridades. Parecía fácil vivir antes de este presente
tan extraño. Entonces parecía tener claras mis prioridades, mis amores, mis
opciones de vida.
Ahora se ha roto todo como
un jarrón de porcelana y soy incapaz de unir las piezas. Curioso, cuando algo
deja de estar frente a mis ojos y presentarse como lo más valioso, dejo de
valorarlo.
Tomando distancia oportuna
vuelvo a poner las cosas en su lugar. Pero en el momento estrecho de la
decisión, cuando el tiempo parece escaso y tengo que decidir lo que me
conviene, en ese momento de tensión, no tomo la decisión correcta.
Está demasiado próximo el
objeto de mi deseo, lo que mueve mi alma a través de mis ojos y me encuentro
ciego. No logro salir de mí mismo, no logro avanzar más allá de lo inmediato.
Decido
lo que no me conviene y me precipito. Por eso me viene bien parar. ¿Cuáles
son los mandamientos que Dios me pide?
1. Que
lo ame a Él sobre todas las cosas.
2. Que respete sus deseos cuando me susurre al oído lo que quiere para mi vida.
3. Que sea fiel a los amores que tengo y me dan la vida.
4. Que cuide mi cuerpo, mi alma, mi paz. Que me deje tiempo para el silencio, para el trabajo, para el ocio.
5. Que sepa elegir lo correcto para no hacer daño a mi prójimo, aquel que está a mi lado.
San Francisco de Sales me lo
ha hecho ver con claridad:
“Entre
los que están comprendidos dentro de la palabra ‘prójimo’ no hay nadie que
tenga más derecho a ese apelativo que quienes conviven con nosotros”.
Son
los más cercanos los prioritarios en mi vida. Tal vez antes daba la importancia a
los demás, a los de lejos, a los del trabajo. Vivía para mis historias,
centrado en mí y no volcado en los míos.
Ahora resulta que el tiempo
se detiene y me confronta con la verdad de mi vida.
¿Cuáles
son los mandamientos de Dios que tantas veces
olvido?
1.
Que ame a mi prójimo como a mí mismo. Que lo cuide como la cara pupila de mis
ojos. Que busque su felicidad antes que la mía.
2.
Que sepa hacer de la renuncia un camino sagrado.
3.
Que sea íntegro, fiel, coherente, de una sola pieza. Honrado y honesto.
4. Que
haga de la alegría la norma de mi vida.
5.
Que viva pensando en dónde puedo servir en lugar de buscar continuamente ser
servido.
6.
Que me guarde mis críticas destructivas. Que no viva hablando de los defectos
tan visibles de los demás.
7.
Que renuncie a mis miedos y se los entregue a Dios cada mañana.
8.
Que aprenda a confiar porque ese Dios que tanto me ama no se ha olvidado de mis
pasos.
9.
Que sepa partir mi capa con el desnudo y dar mi vida por el que nada tiene.
10.
Que no busque siempre ser halagado, tomado en cuenta y bendecido. Y me dedique
mejor a bendecir a todos los que Dios ha puesto en mi camino.
Así de sencillo parece
seguir los pasos de Dios. Pero no lo es. Hace
falta que su amor encienda la luz de mi mirada para caminar.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia