El
nuevo artículo de padre Lombardi para mirar el futuro que nos espera: el tiempo
del Señor, redescubierto durante la emergencia, es una fuente de sentido para
el resto del espacio de nuestra existencia
Una
de las primeras observaciones que el Papa Francisco hace en la encíclica
Laudato sí, mirando "lo que está sucediendo en nuestra casa" se
refiere a la "aceleración", es decir, la continua aceleración de los
cambios de la humanidad y del planeta, unida a la intensificación de los ritmos
de la vida y del trabajo. Observa que esta velocidad está en desacuerdo con los
tiempos naturales de la evolución biológica y se pregunta si los objetivos de
los cambios están orientados al bien común y a un desarrollo humano integral y
sostenible.
Todos
los que hemos llegado a una cierta edad, mirando el corto tiempo de nuestras
vidas, hemos constatado muchas veces la cantidad de cosas que hemos visto
cambiar completamente, y que después de un ciclo de años cada vez más corto han
vuelto a cambiar. Afortunadamente, muchas cosas han cambiado para mejor, como
las condiciones de vida de muchas personas pobres, las posibilidades de
tratamiento y operaciones quirúrgicas, la libre circulación, la educación, la
información y la comunicación.
Pero al mismo tiempo también la obsolescencia de
muchos bienes se ha acelerado mucho más allá de lo necesario, sólo para
alimentar el desarrollo económico y los beneficios de ciertos sectores, la
publicidad empuja obsesivamente al deseo de novedades superfluas, creando una verdadera
adicción que hace parecer necesario la novedad, el último producto... Así que
en muchos campos la aceleración del cambio corre el riesgo de convertirse en un
fin en sí mismo, en una esclavitud más que en un progreso. Parece claro que se
ha tomado el camino de un ritmo insostenible, que antes o después se romperá,
como indican los gravísimos riesgos ambientales.
Por
su parte, muchas personas activas, bien integradas en el funcionamiento del
mundo moderno con funciones relevantes, están generalmente ocupadas en ritmos
de actividad muy intensos, por no decir frenéticos. A menudo participan con
pasión y gusto, pero luego se dan cuenta de que pagan un precio muy alto en
términos de relaciones humanas y familiares, de afectos y de equilibrio de la
personalidad en general.
Ahora
esta carrera cada vez más acelerada ha sufrido un shock formidable. Los índices
de actividad económica están alterados, nuestras agendas se han revolucionado,
las citas y los viajes se han cancelado. Para muchas personas, el tiempo se ha
vuelto vacío y se han desorientado.
Sí...
el tiempo... ¿Cómo vivirlo? ¿Para qué sirve al final? Existe el tiempo de la
actividad, pero también existe el tiempo de la espera llena de alegría, el
tiempo de estar juntos y de quererse, el tiempo de la contemplación de la
belleza, el tiempo de las largas noches de insomnio, de la espera en el
sufrimiento... También existe la posibilidad de perder mucho tiempo
innecesariamente, de amargarse por una sensación de inutilidad y vacío...
Existe también el tiempo del estar con uno mismo... ¿Existe también el tiempo
del estar con Dios? Cuando estamos llenos de vida, a menudo lo empujamos a los
márgenes de la existencia, porque nos las arreglamos para encontrar
innumerables cosas que hacer antes, que parecen más urgentes o agradables,
mientras que estar ante el Señor puede ser pospuesto.
Para
muchas personas este extraño tiempo de quedarse en casa debido a la pandemia ha
sido un tiempo de redescubrimiento de la oración. Nos preguntamos si la
reducida posibilidad de ir a la iglesia afectará negativamente en la fe y la
vida espiritual; pero también puede ser un momento en el que -como dijo Jesús a
la mujer samaritana- aprendamos a adorar al Señor en espíritu y en verdad en
cada lugar, incluso en la casa donde estamos obligados a permanecer, incluso en
una forzada inactividad exterior. Jesús añade que el Espíritu sopla donde y
cuando quiere, pero sin excluir que también nosotros podemos ofrecerle
ocasiones y vías para soplar, ayudándonos mutuamente de mil maneras para mantener
viva la presencia de Dios en el horizonte de nuestro tiempo, a través del
testimonio, la palabra, la cercanía en la caridad.
El
tiempo para el Señor puede parecer marginal en el día, pero en realidad es el
tiempo del que puede emerger una manantial de significado y orden para el resto
del espacio de nuestras vidas a la luz del Evangelio. ¿Qué ha sido bueno en mis
días, en este día mío? ¿Con qué espíritu he vivido mis relaciones con las
personas que me han sido confiado o que he encontrado? Todos hemos oído
hablar del "examen de conciencia" para ponernos ante Dios y así poner
nuestras vidas en orden. Pero muchas veces lo hemos olvidado. ¿La pandemia que
ha alterado los ritmos de nuestras vidas no es una ocasión inesperada para
reordenarlos de manera que encuentren su propósito y su significado?
¿Sólo para nosotros o no también para nuestra comunidad humana?
Federico
Lombardi
Vatican News