La felicidad puede ser hiriente para quienes no la tienen. La
alegría de unos puede dañar a otros. Entonces ¿qué hacer, no mostrar nunca
alegría? ¡Todo lo contrario!
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¿Tenemos
de verdad derecho a ser felices?
¿Podemos
lanzar nuestra felicidad a la cara de quienes sufren y viven tragedias?
Clémence
vivió este dilema tras la muerte trágica, con 19 años, de la hija de unos muy
buenos amigos. “Me sentía muy mal, como si hubiera dos
mundos paralelos: un
mundo donde todo iba bien y otro mundo sinónimo de tragedia. Pensaba en ello
sin cesar. Me sentía impotente. Encontraba a mi familia impertinente y egoísta.
Es muy complicado posicionarse en relación a lo insoportable”.
Es natural
sentirse zarandeado por un suceso dramático. Pero quedarse bloqueado en
reacciones emocionales y de indignación nos encierra en un repliegue sobre
nosotros mismos que siempre es estéril.
Para esta pregunta que nos
atañe a todos en un momento u otro, el padre Jean-Dominique Dubois responde:
“El cristiano que ha encontrado a Jesús no solo puede ser feliz, ¡sino que
tiene el deber de ser feliz! Dios no quiere el sufrimiento de las personas,
sino su felicidad. Quiere hacerles vivir su alegría”.
Sin embargo, el mal se
desata y afecta a seres humanos de todo el mundo. Por compasión, ¿no
debemos disimular un poco nuestra felicidad para ser solidarios con quienes
sufren?
Según Jacques Philippe, hay
que tener cuidado con no generalizar excesivamente el “todo va mal”. “Es un sentimiento
psicológico que no se corresponde en absoluto con la realidad. Algunas cosas
van mal, pero otras van bien. En el mundo hay amor y generosidad. Y Dios no dejará nunca
de amarnos y de ocuparse de nosotros. Así que podemos apoyarnos sobre una
realidad bella y sólida para esperar y encontrar la valentía de amar”, precisa
el sacerdote.
“¡El miedo
es lo contrario de la fe!”, recuerda el padre Jean-Dominique Dubois. Y añade:
“Nos culpabilizamos a menudo por negación de nuestros límites y porque hemos
expulsado completamente a Dios”.
La auténtica alegría
Es
crucial que cada uno busque su felicidad a pesar de que los vientos sean
desfavorables. Pero lo cierto es que no siempre se busca en el lugar adecuado…
Cuando se vive centrado en uno mismo, en el interés personal, la felicidad
puede desaparecer fácilmente ante las contrariedades y las dificultades.
El padre Dubois está
convencido de ello: “La verdadera alegría, la que Dios nos ofrece, está más
allá de los sentimientos. Va a dar a la felicidad humana su auténtica
dimensión, a irrigar todas nuestras dichas humanas y transfigurar nuestros
dolores”.
¿Cómo se recibe este don?
Con un acto de fe. “Hay que creer que el Señor quiere de verdad hacernos este
regalo y hay que ponerse de rodillas para recibirlo. En cada eucaristía, Dios
nos da toda su dicha. ¡Deberíamos dejarla estallar después de cada misa!”,
comenta el padre Jean-Dominique Dubois.
Y continúa: “¡Dios me venció
con su felicidad! Desde que yo era muy joven, el Señor puso en mi corazón una
alegría extraordinaria que me desborda completamente. ¡Me hice sacerdote porque
no puedo hacer otra cosa que transmitirla! Soy un servidor de la alegría. Y mi
mayor felicidad como sacerdote es ver a hermanos y hermanas tomando este camino
de la dicha”.
En
efecto, todos estamos en deuda con los demás por la felicidad que el Señor nos
da. Se agrieta si nos la guardamos para nosotros mismos o para nuestros
pequeños grupos cerrados.
“Al final de los tiempos,
accederemos todos a la plenitud de la felicidad. Nos corresponde a nosotros
compartir nuestras alegrías y sufrimientos”.
Pero,
¿cómo mostrar nuestra alegría a alguien que sufre sin herirle, sin agredirle?
“Hay
que respetar su dolor y recibir sus emociones negativas – responde el padre
Jacques Philippe.- Que el
otro se sienta comprendido en su angustia. Pero, al mismo tiempo, hay que
conservar esta alegría simple y humilde que es la dicha de la esperanza y
transmitirla en la medida de lo posible”.
Dios
no abandona a nadie en el sufrimiento, aunque parezca silencioso. Él envía su amor
delicadamente, con pequeñas pinceladas, y cuenta con nosotros para difundir su
paz y su alegría. Depende de cada uno reunirse con los demás con sus talentos y
su gracia propios.
“A
veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar
sería menos si le faltara una gota”, decía la Madre Teresa.
Para
responder al mal, al sufrimiento, debemos ser testigos de la alegría.
Es la alegría de Cristo, en la comunión con
el Padre, la alegría de amar y ser amado con un amor único, absoluto. Y
continúa el sacerdote: “No olvidemos que Jesús entró en su Pasión dando
gracias, no por masoquismo, ¡sino porque Él puede por fin salvar a los hombres
que somos y atraernos en su alegría!”.
“La
gente te dice gracias no porque hayas encontrado una solución a su sufrimiento,
sino porque, a través de tu amistad, han percibido que eran amados de una forma
única y absoluta”,
concluye el padre Jean-Dominique Dubois. “Así
que sí, ¡alegrémonos con verdadera felicidad!”
Solange du Hamel
Fuente:
Aleteia