Se
trata sobre todo de llevar a las personas en el corazón
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Jack Frog | Shutterstock |
Para
millones de madres, la maternidad espiritual es ante todo un “nacimiento a la
vida adulta”. Después de haberle dado la vida o haberlo recibido en el hogar,
hay que ayudar al niño a crecer y construirse para que un día pueda volar con
sus propias alas. Ayudarle a lograr plenamente la talla de hombre o de mujer.
Más allá de eso, la cuestión
es ayudar al niño a lograr aquello para lo que
fue creado: amar a Dios, Padre, Hijo y Espíritu, y dejarse amar y transformar
por Él hasta convertirse en la obra maestra única que Dios quiere hacer de él o
ella.
Un auténtico nacimiento a la
vida espiritual que se realiza a través del apego a Cristo, Camino, Verdad y
Vida, a la Iglesia y a María, modelo de maternidad.
Más concretamente,
“la madre espiritual ayuda a su hijo a crecer en la fe, la esperanza y la
caridad, a través de la transmisión de las grandes verdades que enseña la
Iglesia y del arraigamiento en la vida sacramental y la palabra de Dios”,
explica el padre Roger Nicolas.
La primera formadora
En
este ámbito, el ejemplo y el testimonio valen más que los discursos bonitos. “Si la
fe es vital para la madre, lo será también para los hijos”, asegura el padre Nicolás.
Según la experiencia de
Florence: “Yo vi a mi madre ir a misa todos los días de su vida con tal fervor
que nunca necesitó sermonearme para que yo fuera cada domingo. Su ejemplo era suficiente”.
Esto no dispensa a la madre
de una transmisión explícita de la fe por la palabra. ¿Cuántos santos o humildes
cristianos no aprendieron las grandes oraciones o verdades de la vida cristiana
sobre el regazo de su madre?
Celia Martin invitaba a sus
hijas a “poner perlas en sus coronas”, es decir, a hacer buenas acciones o
pequeños sacrificios para “convertir a un pecador” o “consolar a Jesús”.
Florence enseña a sus hijos
a vivir la comunión de los santos:
“Mi
hija de 11 años ha tenido una gran decepción en la escuela. Lo he pasado fatal
por ella. Pero le he propuesto ofrecer junto a ella su pena por un niño japonés
que lo había perdido todo por un tsunami”.
“Hay que enseñar
a los niños a ofrecer las penas, pero también las alegrías”, insiste Olivia, que “no
pierde oportunidad” de incitar a sus hijos a la alabanza y a la acción de gracias “por todos los regalos
que nos hace Dios y que hay que saber reconocer”.
De este modo, ser madre
espiritual de un hijo o una hija significa regocijarse
y dar gracias con él o ella en la alegría. O compartir su sufrimiento y
ayudarle a “sublimarlo”, ofreciéndolo con él o ella.
“Es una participación en la
maternidad de María, cantando el Magnificat en
casa de Isabel y sufriendo con su Hijo al pie de la cruz, ofreciéndose con Él
al Padre para la salvación del mundo”, explica el padre Roger Nicolás.
La fuerza de la oración de las madres
También
significa enseñarles a decir “sí”. En las pequeñas cosas,
primero, a través de la obediencia al educador y la fidelidad al deber de estado
(hacer bien sus deberes, poner la mesa), para que un día pueda hacerlo en las
cosas más grandes.
De forma más amplia, implica
enseñarles a cumplir la voluntad de Dios. La madre se entrega también en ello,
como santa Mónica por su hijo Agustín, ofreciendo
y rezando personalmente por su hijo. Es
el sentido del movimiento de “La Oración de las Madres”, extendido por el mundo
entero.
Pero el corazón de una madre
es más grande que el templo de Jerusalén, es decir, que la
maternidad espiritual de la madre sobrepasa el círculo de sus hijos.
Uniéndose a la de las
contemplativas y, más ampliamente, a la de todos los bautizados, se ejercita en
favor del prójimo, del vecino de rellano que comparte una confesión o del
misionero del extremo del mundo de quien no conoce ni el nombre ni sus
problemas concretos.
“Ser su madre espiritual”,
explica el padre Roger Nicolas, “es llevarles
en su corazón; confiarlos al Señor, con sus preocupaciones humanas y
espirituales;
no por pedir alguna gracia particular, porque no sabemos lo que quiere Dios,
sino para que Él pueda realizar sus propósitos de amor sobre ellos”.
De forma más general, es ofrecer
y rezar por las almas. Para su salvación y, mejor aún, su santificación.
“Acercar las almas a Dios”, dice la Iglesia. En ello, la madre se une a la
carmelita.
Maternidad espiritual es entrega
Pero
la maternidad espiritual de la madre hacia el prójimo no se paga solamente con
oraciones y ofrendas, sino que se vive a través de la entrega de sí misma, en
una caridad muy concreta, materializada por verbos como ayudar,
escuchar, visitar… Resumiendo:
amar.
Para la madre, el prójimo
más próximo es su esposo, el padre de sus hijos. Él necesita del corazón de
madre tierno, generoso y comprensivo de su esposa.
“Tienes que amar a tu
marido”: esta frase la recibió Florence en el confesionario y la marcó, y la
repite una y otra vez “para mantener el rumbo de lo que va primero”.
“La madre ama con un corazón indulgente
y compasivo, dispuesto a comprender, consolar y perdonar, a imagen del de María”,
enfatiza el padre Roger Nicolás.
“La mujer, cuando va a dar a
luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se
olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al
mundo”, dice san Juan (16,21).
La
maternidad espiritual está hecha a imagen de la maternidad según la carne: la
cruz y la alegría se mezclan en ella.
Para vivirla con fecundidad,
la ayuda de María es preciosa: “Ella es a la vez modelo, desde la Anunciación
hasta el Calvario, y auxilio, tanto en la luz como en la noche”, concluye el
sacerdote Roger Nicolas.
Por
Elisabeth de Baudoüin
Fuente:
Aleteia