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Opus Dei Communications Office | CC BY-NC-SA 2.0 |
1. AMAR LA REALIDAD DE
NUESTRAS CIRCUNSTANCIAS PRESENTES
“¿Quieres de
verdad ser santo?”, preguntaba san Josemaría. “Cumple el pequeño deber de cada
momento: haz lo que debes y está en lo que haces”. Más
tarde, desarrollaría esta perspectiva realista y concreta de la santidad en
medio del mundo en la homilía Amar al mundo apasionadamente:
“Dejaos, pues,
de sueños, de falsos idealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar mística
ojalatera —¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esta profesión, ojalá
tuviera más salud, ojalá fuera joven, ojalá fuera viejo!…—, y ateneos,
en cambio, sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde
está el Señor”.
Este “santo de
lo ordinario” nos invita a sumergirnos de verdad en la aventura de lo cotidiano:
“No hay otro
camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida
ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca”.
2. DESCUBRIR ESE “ALGO
DIVINO” OCULTO TRAS LOS DETALLES
“Dios está
cerca”, recuerda Benedicto XVI. Este es también el camino en el que san
Josemaría acompañaba dulcemente a sus interlocutores:
“Vivimos como
si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no
consideramos que también está siempre a nuestro lado”.
¿Cómo
encontrarlo, cómo establecer una relación con Él?
“Sabedlo bien: hay
algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes,
que os toca a cada uno de vosotros descubrir”.
En el fondo,
se trata de transformar todas las circunstancias de la vida
corriente, agradables o menos agradables, en fuente de diálogo con Dios. Y
por tanto de contemplación:
“Pero esa
tarea vulgar —igual que la que realizan tus compañeros de oficio— ha de
ser para ti una continua oración, con las mismas palabras
entrañables, pero cada día con música distinta. Es misión muy nuestra transformar
la prosa de esta vida en endecasílabos, en poesía heroica”.
3. BUSCAR LA UNIDAD DE
VIDA
Para san
Josemaría, la aspiración a una vida de oración auténtica está íntimamente
ligada a una búsqueda de mejoría personal, a través de la adquisición de
virtudes humanas “engarzadas en la vida de la gracia”. Paciencia ante el
adolescente rebelde, sentido de amistad y capacidad de fascinación en las
relaciones con los demás, serenidad ante un fracaso doloroso…
Aquí está,
según san Josemaría, la “materia prima” del diálogo con Dios, el campo de
ejercicio de la santificación. Se trata de “materializar la vida
espiritual” para evitar la tentación de “llevar como una doble vida: la vida
interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y
separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades
terrenas”.
Un diálogo que
aparece en Camino ilustra bien esta invitación:
“Me preguntas:
¿por qué esa Cruz de palo? —Y copio de una carta: ‘Al levantar la vista del
microscopio la mirada va a tropezar con la Cruz negra y vacía. Esta Cruz sin
Crucificado es un símbolo. Tiene una significación que los demás no verán. Y el
que, cansado, estaba a punto de abandonar la tarea, vuelve a acercar los ojos
al ocular y sigue trabajando: porque la Cruz solitaria está pidiendo unas
espaldas que carguen con ella’”.
4. VER A CRISTO EN LOS
DEMÁS
Nuestra vida
cotidiana es esencialmente una vida de relaciones, familiares, amistosas,
profesionales… Fuentes de alegría al igual que de tensiones inevitables. Según
san Josemaría, el secreto es saber “reconocer a Cristo, que nos sale al
encuentro, en nuestros hermanos los hombres. (…) Ninguna persona es un verso suelto, sino
que formamos todos parte de un mismo poema divino, que Dios escribe con el
concurso de nuestra libertad”.
Las relaciones
cotidianas adquieren, desde ese momento, también, un relieve insospechado.
“—Niño. —Enfermo. —Al escribir estas palabras, ¿no sentís la tentación de
ponerlas con mayúscula? Es que, para un alma enamorada, los niños y los
enfermos son Él”.
Y de ese
diálogo íntimo y continuo con Cristo deriva también de forma natural las ganas
de hablar a los demás de Él: “El apostolado es amor de Dios, que se desborda,
dándose a los demás”.
5. HACERLO TODO POR
AMOR
“Todo lo que
se hace por Amor adquiere hermosura y se engrandece”. Esta es sin duda la
última palabra de la espiritualidad de san Josemaría. No se trata de intentar
hacer grandes acciones o esperar circunstancias extraordinarias para
comportarse de forma heroica. La cuestión es, más bien, esforzarse humildemente
en el pequeño deber de cada momento poniendo todo el amor y toda la perfección
humana de los que seamos capaces.
A san
Josemaría le gustaba especialmente servirse de la imagen del pequeño burro de
noria cuya vida, en apariencia insípida y monótona, resulta de una
extraordinaria fecundidad:
“¡Bendita
perseverancia la del borrico de noria! —Siempre al mismo paso. Siempre las
mismas vueltas. —Un día y otro: todos iguales. Sin eso, no habría madurez en
los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín. Lleva
este pensamiento a tu vida interior”.
Por Béatrice de La Coste
Fuente: Edifa