Martirologio Romano: En Tolentino, del
Piceno, san Nicolás, presbítero, religioso de la Orden de Ermitaños de San
Agustín, el cual, fraile de rigurosa penitencia y oración asidua, severo
consigo y comprensivo con los demás, se autoimponía muchas veces la penitencia
de otros († 1305).
Fecha de canonización: 1 de febrero de
1447 por el Papa Eugenio IV
Breve Biografía
Infancia
Este
santo recibió su sobrenombre del pueblo en que residió la mayor parte de su
vida, y en el que también murió. Nicolás nació en San Angelo, pueblo que queda
cerca de Fermo, en la Marca de Ancona, hacia el año 1245. Sus padres fueron
pobres en el mundo, pero ricos en virtud. Se cree que Nicolás fue fruto de sus
oraciones y de una devota peregrinación que hicieron al santuario de San
Nicolás de Bari en el que su madre, que estaba avanzada en años, le había
rogado a Dios que le regalara un hijo que se entregara con fidelidad al
servicio divino. En su bautismo, Nicolás recibió el nombre de su patrón, y por
sus excelentes disposiciones, desde su infancia se veía que había sido dotado
con una participación extraordinaria de la divina gracia.
Cuando
era niño pasaba muchas horas en oración, aplicando su mente a Dios de manera
maravillosa. Así mismo, solía escuchar la divina palabra con gran entusiasmo, y
con una modestia tal, que dejaba encantados a cuantos lo veían. Se distinguió
por un tierno amor a los pobres, y llevaba a su casa a los que se encontraba,
para compartir con ellos lo que tenía para su propia subsistencia. Era un niño
de excepcional piedad.
Desde
su infancia se decidió a renunciar a todo lo superfluo, así como practicar
grandes mortificaciones, y, desde temprana edad, adoptó el hábito de ayunar
tres días a la semana, miércoles, viernes y sábados. Cuando creció añadió
también los lunes. Durante esos cuatro días solo comía una vez por día, a base
de pan y agua.
El joven estudiante
Su
mayor deleite se hallaba en leer buenos libros, en practicar sus devociones y
en las conversaciones piadosas. Su corazón le perteneció siempre a
la Iglesia. Sus padres no escatimaron en nada que tuvieran al alcance para
mejorar sus geniales aptitudes.
Siendo
aún un joven estudiante, Nicolás fue escogido para el cargo de canónigo en la
iglesia de Nuestro Salvador. Esta ocupación iba en extremo de acuerdo con su
inclinación de ocuparse en el servicio a Dios. No obstante, el santo aspiraba a
un estado que le permitiera consagrar directamente todo su tiempo y sus
pensamientos a Dios, sin interrupciones ni distracciones.
Un sueño hecho
realidad
Con
estos deseos de entregarse por entero a Dios, escuchó en cierta ocasión un
sermón, de un fraile o ermitaño de la orden de San Agustín, sobre la vanidad
del mundo, el cual lo hizo decidirse a renunciar al mundo de manera absoluta e
ingresar en la orden de aquel santo predicador. Esto lo hizo sin pérdida de
tiempo, entrando como religioso en el convento del pequeño pueblo de Tolentino.
Nicolás
hizo su noviciado bajo la dirección del mismo predicador e hizo su profesión
religiosa antes de haber cumplido los 18 años de edad. Lo enviaron a varios
conventos de su orden en Recanati, Macerata y otros. En todos tuvo mucho éxito
en su misión. En 1271 fue ordenado sacerdote por el obispo de Osimo en el
convento de Cingole.
Su vida sacerdotal
Su
aspecto en el altar era angelical. Las personas devotas se esmeraban por
asistir a su Misa todos los días, pues notaban que era un sacrificio ofrecido
por las manos de un santo. Nicolás parecía disfrutar de una especie de
anticipación de los deleites del cielo, debido a las comunicaciones secretas
que se suscitaban entre su alma tan pura y Dios en la contemplación, en
particular cuando acababa de estar en el altar o en el confesionario.
Su ardor en el apostolado
y en la oración
Durante
los últimos treinta años de su vida, Nicolás vivió en Tolentino y su celo por
la salvación de las almas produjo abundantes frutos. Predicaba en las calles
casi todos los días y sus sermones iban acompañados de grandiosas conversiones.
Solía administrar los sacramentos en los ancianatos, hospitales y prisiones;
pasaba largas horas en el confesionario. Sus exhortaciones, ya fueran mientras
confesaba o cuando daba el catecismo, llegaban siempre al corazón y dejando
huellas que perduraban para siempre en quienes lo oían.
También,
con el poder del Señor, realizó innumerables milagros, en los que les pedía a
los recipientes: "No digan nada sobre esto. Denle las gracias a Dios, no a
mí." Los fieles estaban impresionados de ver sus poderes de persuasión y
su espiritualidad tan elevada por lo que tenían gran confianza en su
intercesión para aliviar los sufrimientos de las almas en el purgatorio. Esta
confianza se confirmó muchos años después de su muerte cuando fue nombrado el
"Patrón de las Santas Almas".
El
tiempo en que podía retirarse de sus obras de caridad, lo dedicaba a la oración
y a la contemplación. Nicolás de Tolentino fue favorecido con visiones y
realizó varias sanaciones milagrosas.
Pruebas
Nuestro
Señor, por su gran amor a Nicolás, quiso conducir al santo a la cumbre de la
perfección, y para ello, lo llevó a ejercer la virtud de distintos modos.
Nicolás padeció por mucho tiempo de dolores de estómago, así como malos humores.
Los Panes Milagrosos
Hacia
los últimos años de su vida, cuando estaba pasando por una enfermedad
prolongada, sus superiores le ordenaron que tomara alimentos más fuertes que
las pequeñas raciones que acostumbraba ingerir, pero sin éxito, ya que, a pesar
de que el santo obedeció, su salud continuó igual. Una noche se le apareció la
Virgen María, le dio instrucciones de que pidiera un trozo de pan, lo mojara en
agua y luego se lo comiera, prometiéndole que se curaría por su obediencia.
Como gesto de gratitud por su inmediata recuperación, Nicolás comenzó a
bendecir trozos de pan similares y a distribuirlos entre los enfermos. Esta
práctica produjo favores numerosos y grandes sanaciones.
En
conmemoración de estos milagros, el santuario del santo conserva una distribución
mundial de los "Panes de San Nicolás" que son bendecidos y continúan
concediendo favores y gracias.
Última enfermedad
La
última enfermedad del santo duró un año, al cabo de la cual murió el 10 de
septiembre de 1305. Su fiesta litúrgica se conmemora el mismo día. Nicolás fue
enterrado en la iglesia de su convento en Tolentino, en una capilla en la que
solía celebrar la Santa Misa.
Su veneración
En
el cuarentavo año después de su muerte, su cuerpo incorrupto fue expuesto a los
fieles. Durante esta exhibición los brazos del santo fueron removidos, y así se
inició una serie de extraordinarios derramamientos de sangre que fueron
presenciados y documentados.
El
santuario no tiene pruebas documentadas respecto a la identidad del individuo
que le amputó los brazos al santo, aunque la leyenda se ha apropiado del
reporte de que un monje alemán, Teodoro, fue quien lo hizo; pretendiendo
llevárselos como reliquias a su país natal. Sin embargo, sí se sabe con certeza
que un flujo de sangre fue la señal del hecho y fue lo que provocó su captura.
Un siglo después, durante el reconocimiento de las reliquias, encontraron los
huesos del santo, pero los brazos amputados se hallaban completamente intactos
y empapados en sangre. Estos fueron colocados en hermosas cajas de plata, cada
uno se componía de un antebrazo y una mano.
En el correr de los siglos
Nicolás
de Tolentino fue canonizado por el Papa Eugenio IV, en el año 1446. Hacia
finales del mismo siglo XV, hubo un derramamiento de sangre fresca de los
brazos, evento que se repitió 20 veces; el más célebre ocurrió en 1699, cuando
el flujo empezó el 29 de mayo y continuó hasta el 1ro. de septiembre. El
monasterio agustino y los archivos del obispo de Camerino (Macerata) poseen
muchos documentos en referencia a estos sangramientos.
Dentro
de la Basílica conocida como el Santuario S. Nicolás Da Tolentino, en la
Capilla de los Santos Brazos, del siglo XVI, se encuentran reliquias de la
sangre que salió de los brazos del santo. En un cofre ubicado encima del altar
de plata, se halla un cáliz de plata del siglo XV, que contiene su sangre. Una
urna del siglo XVII, hecha de piedras preciosas, tiene en exhibición, detrás de
un panel de vidrio, el lino manchado de sangre que se cree que fue la tela que
usaron para detener el flujo que hubo en el momento de la amputación.
Los
huesos del santo, con excepción de los brazos, estuvieron escondidos debajo de
la basílica hasta su redescubrimiento en 1926, fecha en que los identificaron
formalmente y los pusieron en una figura simulada, cubierta con un hábito
Agustino. Los brazos incorruptos, todavía en sus cubiertas o cajas de plata del
siglo XV, se hallan en su posición normal al pie de la figura. Las reliquias se
pueden apreciar en un relicario bendecido por el Papa Pío XI.
Inmediatamente
después de su muerte, se formó una comisión para coleccionar pruebas sobre sus
heroicas virtudes y sus milagros, pero intervino el suceso del traslado de los
Papas a Aviñón, y la canonización no se decretó hasta 1446 por el papa Eugenio
IV.






