9 – Septiembre. Sábado de la XXII semana de Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 6, 1-5.
Un sábado, iba él caminando por medio de un sembrado y sus discípulos arrancaban y comían espigas, frotándolas con las manos.
Unos fariseos dijeron: «¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?».
Respondiendo Jesús, les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, y tomando los panes de la proposición, que solo está permitido comer a los sacerdotes, comió él y dio a los que estaban con él».
Y les decía: «El
Hijo del hombre es señor del sábado».
Comentario
El evangelio de la misa de hoy,
como el de ayer, nos recuerda otra controversia de algunos fariseos con Jesús.
Estas controversias giraban en torno a elementos fundamentales de la
religiosidad judía y Jesús tenía mucho interés en que sus interlocutores
purificaran su forma de entenderlas. Cuando Dios pidió al pueblo de Israel
vivir el sábado, y lo hizo de una forma especialmente solemne, no le impuso una
carga, sino que le dio un don, porque la ley de Dios no es imposición sino una
gracia, una ayuda singular dada a quien se ama de un modo especial. Pero el don
es inferior al donador. Si no cuidamos los dones y profundizamos en su sentido,
somos capaces de empequeñecer el don haciéndolo superior a su donador.
Para los cristianos, el precepto
dominical es un don. La idea de dedicar ese día de un modo particular a dar
centralidad a la Eucaristía y a dar gracias a Dios a través del descanso y el
carácter festivo no es imponer, sino animar a considerar que todo lo que existe
es regalo de Dios para nosotros, para que lo cuidemos, cosa que solo podremos
hacer si lo miramos con agradecimiento. Al mismo tiempo, cuando este mundo
pase, quien quedará es el Señor, nuestro verdadero Descanso, no el domingo,
pues el domingo está al servicio del Señor. Ese es su sentido.
Dios anima a los fariseos a que
no se escondan en preceptos, por muy importantes que sean, para no vivir el
fundamental, el que resume toda la ley: amar a Dios con todo el corazón y amar
al prójimo como a uno mismo. Si uno ama a Dios con todo el corazón, vivirá con
alegría el precepto del sábado o del domingo, y comprenderá su sentido. Jesús
se dirige también a nosotros a través de estas controversias, y nos pide que
amamos sinceramente lo que vivimos. Que no seamos cumplidores externos. Y amar
sinceramente no es sencillo, porque amar así significa implicarnos con toda
nuestra persona en el objeto de nuestro amor, esto es, ponernos a su servicio:
“No he venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20,28).
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei






