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Ángelus 25 octubre 2020 (C) Vatican Media |
Desde la ventana de su despacho
en el Palacio Apostólico que da a la Plaza de San Pedro, el Papa también
advirtió: “Mientras haya un hermano o hermana a quien cerremos el corazón,
estaremos lejos de los discípulos que Jesús quiere que seamos”.
“Muchas veces nosotros
descuidamos el escuchar al otro porque es aburrido o porque me quita tiempo, o
de llevarlo, acompañarlo en sus dolores, en sus pruebas… ¡Pero siempre
encontramos tiempo para chismorrear, siempre!”, le dijo a la escasa
multitud que acudió a pesar de las nuevas restricciones para combatir la
propagación de la COVID-19.
AK
A continuación, siguen las
palabras del Papa, según la traducción oficial ofrecida por la Oficina de
Prensa de la Santa Sede.
***
Palabras antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
En la página evangélica de hoy
(cfr. Mt 22, 34-40), un doctor de la Ley pregunta a Jesús cuál es “el
mandamiento mayor” (v. 36), es decir el mandamiento principal de toda la Ley
divina. Jesús responde sencillamente: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (v. 37). Y a continuación añade:
“El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (v. 39).
La respuesta de Jesús retoma y une dos preceptos fundamentales, que Dios ha dado a su pueblo mediante Moisés (cfr Dt 6, 5; Lv 19, 18). Y así supera la trampa que le han tendido para «ponerle a prueba» (v. 35). Su interlocutor, de hecho, trata de llevarlo a la disputa entre los expertos de la Ley sobre la jerarquía de las prescripciones. Pero Jesús establece dos fundamentos esenciales para los creyentes de todos los tiempos, dos fundamentos esenciales de nuestra vida.
El
primero es que la vida moral y religiosa no puede reducirse a una obediencia
ansiosa y forzada. Hay gente que trata de cumplir los mandamientos de forma
ansiosa o forzada, y Jesús nos hace entender que la vida moral y religiosa no
puede reducirse a una obediencia ansiosa y forzada, sino que debe tener como
principio el amor. El segundo fundamento es que el amor debe tender juntos e
inseparablemente hacia Dios y hacia el prójimo. Esta es una de las principales
novedades de la enseñanza de Jesús y nos hace entender que no es verdadero amor
de Dios el que no se expresa en el amor al prójimo; y, de la misma manera, no
es verdadero amor al prójimo el que no se deriva de la relación con Dios.
Jesús concluye su respuesta con estas palabras: “De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas” (v. 40). Esto significa que todos los preceptos que el Señor ha dado a su pueblo deben ser puestos en relación con el amor de Dios y del prójimo. De hecho, todos los mandamientos sirven para realizar, para expresar ese doble amor indivisible.
El amor por Dios se expresa sobre todo en la oración, en
particular en la adoración. Nosotros descuidamos mucho la adoración a Dios. Hacemos
la oración de acción de gracias, la súplica para pedir alguna cosa…, pero
descuidamos la adoración. Adorar a Dios es precisamente el núcleo de la
oración. Y el amor por el prójimo, que se llama también caridad fraterna, está
hecho de cercanía, de escucha, de compartir, de cuidado del otro. Y muchas
veces nosotros descuidamos el escuchar al otro porque es aburrido o porque me
quita tiempo, o de llevarlo, acompañarlo en sus dolores, en sus pruebas… ¡Pero
siempre encontramos tiempo para chismorrear, siempre! No tenemos tiempo para
consolar a los afligidos, pero mucho tiempo para chismorrear. ¡Estad atentos!
Escribe el apóstol Juan: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar
a Dios a quien no ve” (1 Jn 4, 20). Así se ve la unidad de estos dos mandamientos.
En el Evangelio de hoy, una vez
más, Jesús nos ayuda a ir a la fuente viva y que brota del Amor. Y tal fuente
es Dios mismo, para ser amado totalmente en una comunión que nada ni nadie
puede romper. Comunión que es un don para invocar cada día, pero también
compromiso personal para que nuestra vida no se deje esclavizar por los ídolos
del mundo. Y la verificación de nuestro camino de conversión y de santidad está
siempre en el amor al prójimo. Esta es la verificación: si yo digo “amo a Dios”
y no amo al prójimo, no va bien. La verificación de que yo amo a Dios es que
amo al prójimo. Mientras haya un hermano o una hermana a la que cerremos
nuestro corazón, estaremos todavía lejos del ser discípulos como Jesús nos
pide. Pero su divina misericordia no nos permite desanimarnos, es más nos llama
a empezar de nuevo cada día para vivir coherentemente el Evangelio.
Que la intercesión de María
Santísima nos abra el corazón para acoger el “mayor mandamiento”, el doble
mandamiento del amor, que resume toda la ley de Dios y de la que depende
nuestra salvación.
Raquel Anillo
Fuente: Zenit