Final del ciclo sobre COVID-19
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Audiencia General, 30 septiembre 2020 (C) Vatican Media |
Ayer, 30 de septiembre de 2020, la audiencia general de los miércoles
se ha celebrado públicamente en
el patio de San Dámaso.
Dignidad, solidaridad y subsidariedad
Francisco se refirió al camino recorrido durante las catequesis de
estos meses sobre cómo sanar el mundo actual, que sufre “por un malestar que la
pandemia ha evidenciado y acentuado”. Y recordó que la dignidad, la solidaridad
y la subsidiariedad son “vías indispensables para promover la dignidad humana y
el bien común”.
“Quisiera que este camino no termine con estas catequesis mías, sino
que se pueda continuar caminando juntos, teniendo ‘fijos los ojos en Jesús’ (Hb 12,
2)”, la mirada en Jesús “que salva y sana al mundo”, expresó.
Contemplar la belleza de cada persona
Para que esto suceda realmente, el Papa señaló que es necesario
“contemplar y apreciar la belleza de cada ser humano y de cada criatura”, pues
cada una “tiene algo que decirnos de Dios creador”.
Así, continuó, “podremos contribuir a la nueva sanación de las
relaciones con nuestros dones y nuestras capacidades” y “regenerar la sociedad
y no volver a la llamada ‘normalidad’, que es una normalidad enferma”.
Normalidad del Reino de Dios
En este sentido, apuntó que la normalidad a la cual estamos llamados es
la del Reino de Dios, donde “los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos
quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncian a los
pobres la Buena Nueva” (Mt 11, 5).
En esta normalidad del Reino de Dios es importante “que el pan llegue a
todos, que la organización social se base en el contribuir, compartir y
distribuir, con ternura, no en el poseer, excluir y acumular. ¡Porque al final
de la vida no llevaremos nada a la otra vida!
“La ternura es la señal propia de la presencia de Jesús. Ese acercarse
al prójimo para caminar, para sanar, para ayudar, para sacrificarse por el
otro”, añadió.
Heridas del coronavirus
Para el Pontífice, “un pequeño virus sigue causando heridas profundas y
desenmascara nuestras vulnerabilidades físicas, sociales y espirituales” y ha
evidenciado “la gran desigualdad que reina en el mundo”.
Estas injusticias “no son naturales ni inevitables”, sino “obras del
hombre, provienen de un modelo de crecimiento desprendido de los valores más
profundos”, que ha hecho “perder la esperanza en muchos y ha aumentado la
incertidumbre y la angustia”.
Una sociedad más sana
or todo ello, para salir de la pandemia, “tenemos que encontrar la cura
no solamente para el coronavirus —¡que es importante! —, sino también para los
grandes virus humanos y socioeconómicos”, subrayó.
Por último, el Santo Padre indicó que “tenemos que ponernos a trabajar
con urgencia para generar buenas políticas, diseñar sistemas de organización
social en la que se premie la participación, el cuidado y la generosidad, en
vez de la indiferencia, la explotación y los intereses particulares”: “Una
sociedad solidaria y justa es una sociedad más sana”.
A continuación, sigue la catequesis del Papa Francisco.
***
Catequesis – “Curar el mundo”: 9. Preparar el futuro junto con
Jesús que salva y sana
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las semanas pasadas, hemos reflexionado juntos, a la luz del
Evangelio, sobre cómo sanar al mundo que sufre por un malestar que la pandemia
ha evidenciado y acentuado. El malestar estaba: la pandemia lo ha evidenciado
más, lo ha acentuado. Hemos recorrido los caminos de la dignidad, de la
solidaridad y de la subsidiariedad, caminos indispensables para promover la dignidad
humana y el bien común. Y como discípulos de Jesús, nos hemos propuesto seguir
sus pasos optando por los pobres, repensando el uso de los bienes y cuidando la
casa común. En medio de la pandemia que nos aflige, nos hemos anclado en los
principios de la doctrina social de la Iglesia, dejándonos guiar por la fe, la
esperanza y la caridad. Aquí hemos encontrado una ayuda sólida para ser
trabajadores de transformaciones que sueñan en grande, no se detienen en las
mezquindades que dividen y hieren, sino que animan a generar un mundo nuevo y
mejor.
Quisiera que este camino no termine con estas catequesis mías, sino que
se pueda continuar caminando juntos, teniendo “fijos los ojos en Jesús” (Hb 12,
2), como hemos escuchado al principio; la mirada en Jesús que salva y sana al
mundo. Como nos muestra el Evangelio, Jesús ha sanado a enfermos de todo tipo
(cfr. Mt 9, 35), ha dado la vista a los ciegos, la palabra a los
mudos, el oído a los sordos. Y cuando sanaba las enfermedades y las dolencias
físicas, sanaba también el espíritu perdonando los pecados, porque Jesús
siempre perdona, así como los “dolores sociales” incluyendo a los marginados
(cfr. Catecismo
de la Iglesia Católica, 1421). Jesús, que renueva y reconcilia a cada
criatura (cfr. 2 Cor 5, 17; Col 1, 19-20), nos regala los
dones necesarios para amar y sanar como Él sabía hacerlo (cfr. Lc 10,
1-9; Jn 15, 9-17), para cuidar de todos sin distinción de raza, lengua
o nación.
Para que esto suceda realmente, necesitamos contemplar y apreciar la belleza de cada ser humano y de cada criatura. Hemos sido concebidos en el corazón de Dios (cfr. Ef 1, 3-5). “Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno de nosotros es amado, cada uno es necesario”[1]. Además, cada criatura tiene algo que decirnos de Dios creador (cfr. Enc. Laudato si’, http://69. 239). Reconocer tal verdad y dar las gracias por los vínculos íntimos de nuestra comunión universal con todas las personas y con todas las criaturas, activa “un cuidado generoso y lleno de ternura” (ibid., 220). Y nos ayuda también a reconocer a Cristo presente en nuestros hermanos y hermanas pobres y sufrientes, a encontrarles y escuchar su clamor y el clamor de la tierra que se hace eco (cfr. ibid., 49).
Interiormente movilizados por estos gritos que nos reclaman otra ruta (cfr. ibid., 53), reclaman cambiar, podremos contribuir a la nueva sanación de las relaciones con nuestros dones y nuestras capacidades (cfr. ibid., 19). Podremos regenerar la sociedad y no volver a la llamada “normalidad”, que es una normalidad enferma, en realidad enferma antes de la pandemia: ¡la pandemia lo ha evidenciado! “Ahora volvemos a la normalidad”: no, esto no va porque esta normalidad estaba enferma de injusticias, desigualdades y degrado ambiental. La normalidad a la cual estamos llamados es la del Reino de Dios, donde “los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncian a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11, 5). Y nadie se hace pasar por tonto mirando a otro lado. Esto es lo que debemos hacer, para cambiar.
En la normalidad del Reino de Dios el pan llega a todos y
sobra, la organización social se basa en el contribuir, compartir y distribuir,
no en el poseer, excluir y acumular (cfr. Mt 14, 13-21). El gesto que
hace ir adelante a una sociedad, una familia, un barrio, una ciudad, todos, es
el de darse, dar, que no es dar una limosna, sino que es un darse que viene del
corazón. Un gesto que aleja el egoísmo y el ansia de poseer. Pero la forma
cristiana de hacer esto no es una forma mecánica: es una forma humana. Nosotros
no podremos salir nunca de la crisis que se ha evidenciado por la pandemia,
mecánicamente, con nuevos instrumentos —que son importantísimos, nos hacen ir
adelante y de los cuales no hay que tener miedo—, sino sabiendo que los medios
más sofisticados podrán hacer muchas cosas, pero una cosa no la podrán hacer: la
ternura. Y la ternura es la señal propia de la presencia de Jesús. Ese
acercarse al prójimo para caminar, para sanar, para ayudar, para sacrificarse
por el otro.
Así es importante esa normalidad del Reino de Dios: que el pan llegue a
todos, que la organización social se base en el contribuir, compartir y
distribuir, con ternura, no en el poseer, excluir y acumular. ¡Porque al final
de la vida no llevaremos nada a la otra vida!
Un pequeño virus sigue causando heridas profundas y desenmascara
nuestras vulnerabilidades físicas, sociales y espirituales. Ha expuesto la gran
desigualdad que reina en el mundo: desigualdad de oportunidades, de bienes, de
acceso a la sanidad, a la tecnología, a la educación: millones de niños no
pueden ir al colegio, y así sucesivamente la lista. Estas injusticias no son
naturales ni inevitables. Son obras del hombre, provienen de un modelo de
crecimiento desprendido de los valores más profundos. El derroche de la
comida que sobra: con ese derroche se puede dar de comer a todos. Y esto ha
hecho perder la esperanza en muchos y ha aumentado la incertidumbre y la
angustia. Por esto, para salir de la pandemia, tenemos que encontrar la cura no
solamente para el coronavirus —¡que es importante! —, sino también para los
grandes virus humanos y socioeconómicos. No hay que esconderlos, haciendo una
capa de pintura para que no se vean. Y ciertamente no podemos esperar que el
modelo económico que está en la base de un desarrollo injusto e insostenible
resuelva nuestros problemas. No lo ha hecho y no lo hará, porque no puede
hacerlo, incluso si ciertos falsos profetas siguen prometiendo “el efecto
cascada” que no llega nunca[2].
Habéis escuchado vosotros, el teorema del vaso: lo importante es que el vaso se
llene y así después cae sobre los pobres y sobre los otros, y reciben riquezas.
Pero esto es un fenómeno: el vaso empieza a llenarse y cuando está casi lleno
crece, crece y crece y no sucede nunca la cascada. Es necesario estar atentos.
Tenemos que ponernos a trabajar con urgencia para generar buenas
políticas, diseñar sistemas de organización social en la que se premie la
participación, el cuidado y la generosidad, en vez de la indiferencia, la
explotación y los intereses particulares. Tenemos que ir adelante con la
ternura. Una sociedad solidaria y justa es una sociedad más sana. Una sociedad
participativa —donde a los “últimos” se les tiene en consideración igual que a
los “primeros”— refuerza la comunión. Una sociedad donde se respeta la
diversidad es mucho más resistente a cualquier tipo de virus.
Ponemos este camino de sanación bajo la protección de la Virgen María,
Virgen de la Salud. Ella, que llevó en el vientre a Jesús, nos ayude a ser
confiados. Animados por el Espíritu Santo, podremos trabajar juntos por el
Reino de Dios que Cristo ha inaugurado en este mundo, viniendo entre nosotros.
Es un Reino de luz en medio de la oscuridad, de justicia en medio de tantos
ultrajes, de alegría en medio de tantos dolores, de sanación y de salvación en
medio de las enfermedades y la muerte, de ternura en medio del odio. Dios nos
conceda “viralizar” el amor y globalizar la esperanza a la luz de la fe.
[1] Benedicto XVI, Homilía por el inicio del ministerio petrino (24 de abril de 2005); cfr. Enc. Laudato si’, 65.
[2] “Trickle-down effect” en inglés, “ derrame” en español (cfr. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 54).
© Librería Editorial Vaticana
Larissa I. López
Fuente: Zenit