La “dignidad humana” es el fundamento de los
Derechos Humanos, pero ¿qué significa que una vida tenga dignidad?
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Son dos los significados más utilizados:
como expresión valorativa, de que algo se hace “dignamente”, como adjetivación
de un modo de ser y de vivir, en ese sentido se habla de “vida digna” o “vida
indigna”, referida a la “calidad de vida”. En la modernidad se la vincula
también directamente a la libertad, a la autonomía de la persona.
La dignidad humana no se pierde
Pero su sentido original indica aquello
que tiene un valor absoluto, en sí mismo. De hecho, el origen latino del
término refiere a lo que es estimado o considerado por sí mismo, no como
derivado de otro. Tal como Kant formulaba, que todo ser humano es un fin en sí
mismo, no un medio para ser usado, a diferencia de los bienes.
Es la diferencia entre cosa y persona,
porque la persona no puede ser usada. Así entendida, el valor de la vida humana
como dignidad inherente a todo ser humano no depende de ninguna situación o
condición personal.
La dignidad en este sentido, nunca se
pierde y no se podría hablar de “estándares” de dignidad humana, porque habría
seres humanos menos dignos, en tanto que menos humanos. La mayoría de los autores entienden la dignidad
como atributo de la persona, que le corresponde al ser humano en razón de su
ser, no por sus capacidades o situaciones que viva.
Dicho
esto, dignidad humana implica primariamente que un
individuo siente respeto por sí mismo y se valora al mismo tiempo que
es respetado y valorado por los otros. Si no lo hiciera consigo mismo, eso
no implica que los demás no respetásemos esa dignidad. </
Que alguien diga que su vida no valga
nada, no implica que los demás no le valoremos. Implica la necesidad de que todos los seres
humanos sean tratados en pie de igualdad y que puedan gozar de los mismos
derechos.
El
valor de la vida humana
En las diferentes culturas el respeto a la
vida humana aparece como uno de los principios fundamentales y evidentes por su
dignidad que le es propia.
Como si estuviéramos ante una realidad
cuya fundamentación no necesitara ningún esfuerzo intelectual, como algo tan
básico y de sentido común que nadie pondría en duda. Porque sin la vida, ningún
otro valor ni derecho es posible. Es así uno de los universales éticos
presentes en la conciencia de la humanidad: “No matarás”.
Por otro lado, cuando se habla de una
“buena vida”, o de una “vida digna”, no se está refiriendo uno a que hay vidas
humanas más o menos valiosas que otras. Sino simplemente que hay maneras de
vivir que se consideran más deseables que otras, pero el uso de la palabra
dignidad puede dar lugar a confusiones.
Creo que todos estamos de acuerdo en que
todas las vidas humanas son igual de valiosas por su dignidad, pero no todas
las formas de vivir dan lo mismo. Y aquí es donde puede deslizarse un
malentendido peligroso: creer que una manera de vivir sea menos “digna” en el
sentido de menos deseable, y por ello quien viva así no sería “digno” de
continuar con vida.
¿La dignidad humana depende de alguna
capacidad o situación? ¿No es inherente a la condición humana de toda persona?
Es preocupante que en una sociedad donde las personas aprenden que no vale lo
que no es productivo, sientan ante los límites físicos o psicológicos, que no
valen nada, que su vida no es “digna”, que vale menos.
Una manera de ver la vida es también una
manera de valorar la propia. Pero ¿acaso se pierde la dignidad por ser
dependiente o por ser cuidado por otro? Siempre somos dependientes,
aunque no nos guste demasiado en la ilusión de la autonomía absoluta. Ser más
dependiente no nos hace menos humanos, ni menos dignos, más bien lo contrario.
Tenemos la experiencia de que cuando
alguien incluso ha perdido su autonomía física y psicológica, podemos amarle,
respetarle, valorarle por su dignidad de ser humano, independientemente de que
sea o no consciente de nuestros cuidados, porque es amable por sí mismo, no por
su estado o calidad de vida.
El problema de querer definir una vida
digna de vivir y otra que no lo es, ha sido históricamente una pendiente
peligrosa que quita la protección jurídica de toda persona por el hecho de ser
un ser humano.
La
Iglesia católica y la defensa de la dignidad humana
El Papa Francisco, en su primer año de
pontificado, reunido con la Federación Internacional de las Asociaciones
Médicas Católicas expresó la paradoja que vive la medicina hoy: “Por un lado el
progreso de la medicina, gracias a la labor de los científicos que, con pasión
y sin reservas, se dedican a la búsqueda de nuevas curas.
Por otro, sin embargo, nos encontramos con
el peligro de que el médico pierda su identidad como servidor de la vida”. Allí
se refirió a la “cultura del descarte” que busca eliminar seres humanos,
especialmente a los más débiles física o socialmente. La respuesta a esta
mentalidad es “un sí a la vida decidido y sin vacilar.
El primer derecho de la persona es su
vida. Ella tiene otros bienes y algunos de ellos son más preciosos, pero es
este el bien fundamental, la condición para todos los demás”. Por otra parte,
afirmó que “no existe una vida humana más valiosa que otra, igual que no existe
una vida humana cualitativamente más significativa que otra”.
El Papa afirmó también en aquella ocasión
que “las cosas tienen un precio y se pueden vender, pero las personas tienen
dignidad, valen más que las cosas y no tienen precio”.
Siete años después la Congregación para la
Doctrina de la Fe da a conocer un nuevo documento sobre sobre el cuidado de las
personas en fases críticas y terminales de la vida, en fuerte oposición a la
eutanasia y el suicidio asistido.
La Iglesia aclarando temas complejos
manifiesta una honda preocupación porque entiende que la dignidad de la vida
humana y de la vocación médica están en hoy en un serio peligro. Cuidar al
incurable y aliviar su sufrimiento es un reconocimiento de su dignidad como
persona humana.
Miguel
Pastorino
Fuente:
Aleteia