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En pocas palabras, muy a menudo leemos en un
texto lo que queremos leer. La atención verdadera es una cuestión
de amor.
Cuando el amor desea para sí mismo, la memoria es
siempre selectiva. Pero si el amor quiere agradar, entonces el ojo y el oído
retienen hasta el más mínimo detalle.
Así que la atención, como la buena memoria, son unas
pruebas temibles. Incluso a la hora de probar nuestro amor hacia el Señor y su
Palabra.
Conocer y abrazar la Palabra
Si escuchamos “helado de chocolate” o “tarta de la
abuela”, entonces nuestra mente se despierta. Está escuchando. La realidad que
se ha formado nos atrae.
Así es con el Padre cuando escucha a su Hijo: Él lo
ama. Sus palabras son su palabra. El amor que el Padre tiene por su Hijo
produce en Él una realidad que Le atrae hacia el Hijo, como me aspira la imagen
de una tarta…
Esta realidad que se forma en Dios hacia el Hijo y que
los une, eso es el Espíritu, que
ha sido representado de distintas maneras.
Si nos es dado, nuestro espíritu se vuelve como el del
Padre, imantado a través del Hijo. Las palabras del Hijo se vuelven
nuestras, sus pensamientos más preciados que los nuestros.
¡Mejor! Buscamos en sus palabras el sentido pleno para
restituir el poder y los matices de sus sabores. Moldeado por la Escritura, nos
gustaría conocerlo personalmente y besarlo… como un enamorado besa una carta de
amor.
La Palabra, fría al principio, como una piedra de
sílex, transmitirá su llama si la frotamos un poco con nuestro corazón.
Por el padre Paul-Marie Cathelinais
Fuente: Edifa





