![]() |
pixpoetry/Unsplash | CC0 |
«Lo que sucede
es la única cosa que podía haber sucedido».
Nada de lo que
me sucede en la vida es accidental. No podría haber sido de otra
manera. Ni siquiera el detalle más insignificante.
A menudo me
quedo pensando en lo que podía haber sido de mi vida si yo hubiera dicho otra
cosa en aquel momento.
O hubiera
hecho algo diferente, o elegido otro camino. O simplemente si yo no hubiera
estado allí, sino en otro lugar. De nada sirven esas conjeturas.
Nada de eso es
pensable. Las cosas han
sido de una determinada manera querida o permitida por Dios.
A veces
pretendo encontrarle un sentido a todo. Trato de entender los caminos de Dios y
quiero que todo encaje dentro de lo razonable.
Ha sido buena
esta enfermedad para educarme en la paciencia. Ha sido buena la ausencia para
valorar lo que tengo. Ha sido buena la pérdida para amar lo que sí poseo.
No creo en un
Dios que me quite la vista para desarrollar el oído. No creo en un Dios que me
mande un mal para que yo crezca y madure.
Las cosas son
lo que son y podría llegar a decir que mi vida ha sido perfecta. Aunque
vea con claridad que no es así. Pero para mí sí lo ha sido.
Ha sido
perfecto dentro del dolor, la soledad y la pérdida. Y tengo la oportunidad
de verlo todo o como una
ganancia o como una derrota.
Creo en un
Dios que me enseña a sacar
un bien de cada mal que sufro. No me deja solo después de
mi naufragio. Se aferra a mi tabla para sujetar mis miedos. Y sostiene mi vida
en medio de temblores.
Y me enseña a
salir adelante. Me abre horizontes amplios. Y me permite valorar lo que tengo,
sin pensar demasiado en lo que he perdido.
No todo habrá
tenido un sentido en mi historia. No lo pretendo. No quiero racionalizar las desgracias
buscando ganancias posibles en pérdidas muy duras.
La vida es
como es, no como yo quisiera pintarla. Por mucho que la reinvente cada mañana no puedo maquillar mis heridas detrás de
una apariencia festiva.
Vendo en mis
imágenes el que quiero ser. Disimulo mis profundos vacíos. Y me invento una
vida mejor que la que nunca había soñado. Una vida digna de ser admirada. Lista
para ser presentada como impecable a los ojos del mundo.
¿Acallo
entonces las batallas perdidas? ¿Omito los dolores y los perdones que no logro
dar? ¿Silencio las mentiras que me envenenaron y el dolor de las pérdidas?
No necesito ir
por la vida desnudando mis miserias. Dios las conoce y me ama en mi
pudor, en lo más íntimo. Y los que me aman conocen todo mi pasado, toda mi
verdad.
Ante ellos
vivo despierto, con paz, abierto en canal con todo lo que tengo. Y agradecido
por ese Dios que en ningún momento de mi camino tomó un rumbo diferente al mío.
En mis
decisiones equivocadas acompañó paciente mis pasos. Y sostuvo mi llanto cuando
no soporté tantas injusticias. Y me enseñó a pescar en río revuelto. Y me ayudó
a confiar cuando todo lo había perdido.
Ese Dios de mi
providencia. Ese ángel custodio que puso en mi camino. Esa sonrisa sincera y
ese abrazo dado, recibido.
Me enseñó a
vivirlo todo, lo bueno y lo malo. Valorando agradecido todo lo que tengo. La
vida es la que es. Es la mejor vida que jamás pude haber soñado. Puedo decir lo
que hoy escucho en el salmo:
Creo en ese
Dios que no me enseña a fuerza de golpes del destino. No despliega su poder
para hacer naufragar mi frágil barca. No se ausenta de mi ruta para que yo me
pierda.
Es mi padre
que me ayuda a sacar un bien de un mal. Una ganancia de una gran pérdida. No
todo tiene sentido. Y no todo cuadra en mi vida.
Sólo sé
que me gusta cómo es mi
camino imperfecto, mis cimientos ruinosos. Acepto mis
decisiones torpes. Y sé que quizás podría haber hecho las cosas de forma
diferente.
Pero ese
sentimiento no cambia nada. Los pasos son los que han sido y hoy soy el que soy
gracias a todo lo vivido. Bueno y malo. Aciertos y errores.
Puede la
mariposa volar porque al salir del capullo tuvo que hacer un esfuerzo que
superaba su capacidad. Peleó contra la resistencia que retenía sus ansias de
volar. Y venció, superando esa barrera que parecía infranqueable.
Y fruto del
esfuerzo sus alas estaban fortalecidas. Podía volar. Si un Dios escondido hubiera eliminado la
resistencia del capullo no habría podido volar. Mis alas
no servirían para elevar el vuelo.
Así es en la
vida tantas veces. Las dificultades no son lo que más deseo. No está hecho mi
corazón para la muerte, para el sufrimiento, sino para el bien y la vida.
Pero
luego, cuando paso por
momentos de dolor, algo en mí se fortalece. Algo así como
un órgano interior que desconocía antes. Una capacidad oculta que me hace capaz
de lo imposible, puedo volar.
Y logro así
levantarme por encima de todos mis miedos y debilidades.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia