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Estos pequeños rifirrafes ordinarios,
entre los que se pueden encontrar los reproches continuados, minan la relación
y pueden llegar a etiquetar, precipitadamente, al agresor/a como “perverso
narcisista” y, por tanto, al agredido/a como “la” víctima. Esta fórmula en
forma de condena podría evitar vislumbrar nuestra parte de responsabilidad por
haber aceptado esos comportamientos. Sin embargo, es importante recordar la
regla del 80/20 aplicada a la comunicación. Es decir, un
umbral mínimo de cuatro intervenciones positivas para pronunciar una
intervención negativa.
Un camino de
ternura y de humildad
¿Son inevitables los reproches en la
pareja? ¿Cómo salir de esas espirales mortíferas en las que nadie
encuentra, evidentemente, su espacio de bienestar conyugal? El
descubrimiento del otro, diferente de la imagen que teníamos de él o ella,
provoca un cierto número de sentimientos mezclados y a menudo negativos: ira
por haber sido “engañado/a” o por haberse equivocado, exasperación por que las
cosas no vayan como se querría, pero también decepción, con el otro y con uno
mismo, por no lograr adaptarse a esas diferencias que surgen.
Sin embargo, es precisamente la
aceptación de esta realidad donde está el desafío de la vida de pareja. Sí, mi
cónyuge es diferente, aunque compartamos una serie de valores que nos resultan
fundamentales. ¡No me he casado con mi clon, por fortuna!
Y va a ser necesario que nos adaptemos el uno al otro, que tengamos en cuenta
nuestras formas de funcionar (¡y esto en todos los ámbitos!), para construir
ese “nosotros” que caracterice a la pareja. Detrás de los reproches se
despliegan generalmente cuestiones de poder: «sé lo que nos
conviene, quiero controlar la situación».
Para evitar estancarse en relaciones
destructivas, la idea clave es expresar las emociones con
moderación. Hablar de “yo” y no de “tú”. Poner límites,
serenamente, a la violencia expresada. Y si los comportamientos no consiguen
mejorar, será útil que la pareja recurra a un tercero, neutral, para que les
ayude a dar con lo que se oculta tras esas pequeñas peleas ordinarias.
“Señor, haz de mi un instrumento de tu
paz. (…) Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión”, nos propone san
Francisco. Un camino de ternura y de humildad.
Marie-Noël Florant
Fuente: Edifa