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Sin embargo, esta gran mujer estaría
en contra de dos extremos en los cuales frecuentemente caemos: los psicologismos,
y, por otro lado, los espiritualismos evasores.
En la experiencia Teresiana el
perfecto equilibrio está en considerar las dos dimensiones: el conocimiento
propio y la espiritualidad (conocimiento desde Dios).
Para Teresa solo conociendo a Dios podemos
conocer adecuadamente a la persona: “Así el alma en el propio conocimiento;
créame y vuele algunas veces a considerar la grandeza y majestad de su Dios:
aquí hallará su bajeza mejor que en sí misma”.
Según Teresa, el fundamento de nuestra
dignidad está en que hemos sido creados a imagen de Dios, pero además en que
estamos habitados en lo interior por su presencia misma:
“Estando
una vez en las horas con todas, de presto se recogió mi alma y parecióme ser
como un espejo claro toda, sin haber espaldas, ni lados, ni alto, ni bajo que
no estuviese toda clara, y en el centro de ella se me representó Cristo nuestro
Señor, como le suelo ver. Parecíame en todas las partes de mi alma le veía
claro como un espejo, y también este espejo (yo no sé decir cómo) se esculpía
todo en el mismo Señor por una comunicación que yo no sabré decir, muy amorosa”.
Para ella la otra dimensión
fundamental de este conocimiento propio será el tomar conciencia de nuestras
limitaciones y pecados.
Sin embargo, nadie debe quedarse
anclado en esa consideración y vivir su conocimiento propio solo desde esa
dimensión.
Lo que sí hay que hacer es tomar
ventaja de ellas: “procuremos siempre mirar y remirar nuestra pobreza y miseria,
y que no tenemos nada que no lo recibimos”.
En resumen, el conocimiento propio está centrado
en tres tipos de conocimiento.
1. Por un lado, Dios
mismo.
2. En segundo lugar, el
proyecto que Dios tiene sobre cada uno de nosotros, valorando
nuestra dignidad y la consideración de los dones y talentos recibidos.
3. Y finalmente, la toma de conciencia
de nuestra debilidad, pero vista desde la mirada amorosa
de Dios.
“El demonio…
tuerce el propio conocimiento”
Ella también nos dice que el mal
espíritu nos incitará a que lleguemos a desvalorarnos o a confiar demasiado en
nosotros mismos.
La tentación es la de una falsa
humildad. En todas las faltas de valoración personal,
generalmente el mal espíritu anda de por medio.
Para contrarrestar esto la santa nos
invita a poner
los ojos en Cristo, quien nos muestra la verdad sobre quienes
somos. Teresa nos dice que tener un adecuado conocimiento de sí mismo nos evita
muchas tentaciones.
El
conocimiento propio desde Dios
Al hablar del conocimiento propio en
Teresa de Jesús, habrá que tomar en cuenta el principio unificador de su
existencia: Jesús.
En Teresa, es fácil descubrir cómo ha
integrado su vida desde la perspectiva divina. Ha hecho incluso de sus pecados una
verdadera historia de salvación.
De hecho, cada etapa que narra de su
vida no la narra desde hechos aislados, sino que se experimenta verdaderamente
integrada en Dios.
En la oración de Teresa se dan cita
todas las dimensiones de su personalidad: la alegría, el arrepentimiento, la
afectividad, las tristezas, los anhelos; pero sobre todo la gratuidad.
Cada etapa de
su vida prorrumpe en una oración y ello es signo de saberse integrada desde
Dios.
“Jamás nos
acabamos de conocer, sino procuramos conocer a Dios; y, mirando su grandeza,
acudamos a nuestra bajeza y, mirando su limpieza, veremos
nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos
estamos de ser humildes”.
A medida que crece nuestra experiencia
de oración, si esta es auténtica, llegaremos a un conocimiento
de la grandeza de Dios, y a la vez, a una mayor comprensión de
nuestro ser.
Ayudas para
el camino
La primera ayuda es la oración.
No podemos hablar de una oración que no ilumine nuestra vida; no hay oración
neutra o que deje indiferente la vida del que ora.
Las amistades en Dios también
son importantes para Teresa. La santa se muestra muy abierta a dejarse conocer
por los otros, es una tarea que recomienda como favorable para los que van en
camino de la santidad.
Con mucha madurez, debemos dejar que
los otros nos muestren quiénes somos, aspectos valiosos que a veces
desconocemos de nosotros mismos.
Las críticas también son
medio de descubrimiento para Teresa. Cuando está iniciando su vida mística cae
en la cuenta de que todas las murmuraciones que se hacían en su contra le
ayudaban a conocerse a sí misma:
“Sabéis vos,
mi Señor, que clamaba muchas veces delante de vos, disculpando a las personas
que me murmuraban porque me parecía les sobraba razón”.
Y como ya hemos dicho, nuestras miserias
personales se convierten también en una vía para descubrir
quiénes somos.
Teresa toma conciencia de sus pecados
y limitaciones, pero las mira como el escenario
en donde Dios actúa. No se queda viendo solo sus miserias,
sino que mira cómo el Señor se ha valido de todas ellas para demostrarle su
amor:
“Bien sabe Su Majestad que sólo puedo presumir de su misericordia”.
Siguiendo a Teresa, constatamos que la
verdadera experiencia
de Dios no comienza cuando ya hayamos superado nuestros
pecados o limitaciones, sino que, todo lo contrario, crece
y madura en medio de la fragilidad:
“Mientras
mayor mal, más resplandece el gran bien de vuestras misericordias. ¡Y con
cuánta razón las puedo yo para siempre cantar!”.
La verdadera
humildad
Nuestros dones y talentos son
concedidos por Dios, pero no se nos regalan en base a nuestro merecimiento.
Cuando Dios otorga los dones, cuando
son verdaderamente auténticos, ellos mismos llevan impreso el carácter de la
humildad, pero creer que no somos capaces de nada es una gran tentación.
Por eso para Teresa la
verdadera humildad es andar siempre por los caminos de la verdad de nosotros
mismos.
*Todas las citas son tomadas de
escritos de la santa.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia






