
Shutterstock
Una pequeña de seis años se
esforzaba en obligar a su hermano mellizo a obedecerla amenazándole: “¡Si no
haces lo que te digo irás al Infierno!”. Aunque
nos sentimos más divertidos que irritados por este tipo de afirmaciones, vemos importante
hacer descubrir al niño que Dios no es el argumento supremo del que hacer uso y
abuso a nuestro antojo para poner Su omnipotencia al servicio de nuestra
impotencia.

Y, sin embargo, ¿acaso no utilizamos los adultos
exactamente el mismo tipo de argumentos, en particular en el ámbito de la
educación? “Has puesto triste al Niño Jesús; Dios te ha castigado;
Jesús no te quiere cuando haces eso; Jesús está enfadado; ¡Dios lo ha
querido!”. Y aunque no nos reconozcamos en ninguna de estas fórmulas, sigue
siendo cierto que, con frecuencia, “utilizamos” a Dios y lo cerramos dentro de
los límites de lo que creemos saber de Él.
Este es un riesgo al que nos enfrentamos todos, en especial porque
muchas pequeñas frases las pronunciamos sin reflexionar verdaderamente sobre
todo lo que implican. A continuación, algunos ejemplos de frases que desterrar.
Evitar mostrar a Jesús “de pequeño”
de manera corriente
No es falso hablar del “Niño Jesús”, ya que Jesús se hizo hombre
y, por tanto, primero fue niño. Pero no es deseable representarlo en estos
términos de manera habitual porque, para el niño, Jesús solamente será el “Niño
Jesús”, el pequeño bebé del portal de Belén o de la casa de Nazaret.
Entonces seguirá siendo un “Niño Jesús para niños” que arriesgan a
dejar de lado al crecer, en el museo de las chiquilladas y los recuerdos de la
infancia. “No debemos aprender nada durante la infancia que nos veamos
obligados a olvidar más tarde”.
“Jesús no te quiere cuando te
comportas así”
Esta fórmula hay que proscribirla
completamente porque es del todo falsa. Jesús nos ama infinitamente a todos, hasta al peor de los
pecadores.
Un niño que escucha decir eso crecerá con el temor a perder el
amor de Dios y se convencerá de que ese amor es meritorio, que Dios no ama al
pecador.
Lo que dicen los padres durante los primeros años posee un impacto
tal que el niño, ya de adulto, seguirá marcado por esta imagen de un Dios que
sólo nos ama cuando nuestra conducta es satisfactoria.
En el mismo orden de ideas, nunca
deberíamos decir: “No me gustan las niñas mentirosas (o los niños
coléricos, por ejemplo)”, una fórmula acortada para significar que no nos gusta
cuando los niños mienten. Pero lo que los niños entienden al escucharnos es que
no les queremos cuando mienten.
Quizá pueda parecer un detalle algo puntilloso, y quizás lo sea en
cierto modo, pero la educación se hace desde las pequeñas cosas y, en este
caso, hay que recordar que la manera en que amamos a nuestros hijos, en que les
significamos nuestro amor, les ayuda a percibir y a vivir el amor de Dios.
“Dios te ha castigado”
Aunque es cierto que el sufrimiento es la consecuencia del pecado,
es falso y peligroso presentar un sufrimiento o un fracaso como la sanción
directa de un pecado concreto.
Recordemos la respuesta de Jesús a sus discípulos cuando le
preguntaron en relación a un ciego: “Y sus discípulos le preguntaron: ─Rabí, para que este hombre
haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres? ─Ni él pecó, ni sus
padres ─respondió
Jesús─, sino que esto sucedió para que la obra
de Dios se hiciera evidente en su vida” (Jn 9,2-3).
Si el niño se lastima con motivo de una desobediencia y escucha
decir que se trata de un castigo de Dios, pensará que el sufrimiento es siempre
“merecido” y, al contrario, que la felicidad o la idea que se haga de ella (la
salud, la suerte, la ausencia de sufrimiento, el placer) es siempre señal de
una conducta que complace a Dios.
“Jesús no está contento, lo has
hecho entristecer”
Afirmación ambigua, por ser cierta y falsa a la vez.
Claire, desde su sentido común de diez años, señala: “¡Jesús no
puede estar triste porque está feliz para siempre en el Cielo!”. Lógico. Pero
también podemos hacer notar a Claire que son sus propios pecados, los pecados
de hoy, los que crucificaron a Jesús. Jesús sufrió con antelación por todos los
pecados de las personas pasadas, presentes y futuras.
Incluso si sólo existieran los pecados de Claire, Jesús habría
dado su vida igualmente. Decir que nuestro pecado hace sufrir a Jesús es, por
tanto, falso. Pero conviene estar atentos: lo
que cuenta no es lo que tengamos intención de decir, sino lo que el niño
percibe y comprende.
El niño corre el riesgo de pensar que la
felicidad de Jesús depende de él, de su conducta buena o mala, cosa que es
errónea. En realidad, la felicidad de Jesús no se ve destruida por el
pecado, sino por la felicidad del pecador.
De igual modo, la calidad del amor de Jesús hacia nosotros
no depende de nuestra respuesta: Dios nos ama gratuitamente, totalmente e
incondicionalmente. Este es el amor que tenemos que contar y
repetir sin cesar a nuestros hijos.
Christine Ponsard
Fuente: Edifa