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A partir de
los 20 años, va surgiendo poco a poco una toma de consciencia, transformada por
la protección del planeta o por una auténtica preocupación por la vida
interior: el consumo no da la felicidad. Y
redescubrimos la sencillez.
Un poco por
todo el mundo florecen movimientos que preconizan la frugalidad y la sobriedad,
en oposición al “siempre más” de la sociedad de consumo. Iniciativas como “un
año sin” tele, “un año sin” compras, “un año sin” coche, reciben cada vez más
apoyo de la gente. Pero para algunos, simplificar su vida para ir a
lo esencial parece ser una tarea demasiado abstracta y difícil. Sin
embargo, no hay que saber astrofísica para aplicar este modo de vida.
La sencillez no es austeridad ni frustración
Armelle tiene
tres hijos. Con su marido decidieron vivir en el campo para tener contactos
sencillos y criar a sus hijos en la naturaleza. Compra de segunda mano la ropa
de la familia. “Entre vecinos, compartimos las verduras y frutas del huerto. No
tenemos televisión y eso nos permite vivir auténticas veladas familiares o
culturales. Reparamos nuestros aparatos para que duren más tiempo y nuestras
vacaciones las pasamos siempre en la montaña, muy cerca de casa. Es una
elección”.
Su lucha
antiderroche llega a todos los niveles: compartir el coche, prever las compras
con antelación para evitar una compra compulsiva… Con sus amigos, Armelle ha
instituido los “días de regalos”: pone en su jardín todos los objetos ya no les
son útiles y todo el mundo puede escoger los que quiera. “De
esta limpieza extraigo una liberación que me orienta hacia lo esencial: el amor
y el servicio. Sin contar la alegría enorme que me da”.
La sencillez
no es austeridad ni frustración, sino “la elección de un estado mental que
consiste en disfrutar más del ser que del tener”, afirma
Isabelle, médica y adepta de la sencillez.
No se trata de
cultivar la pobreza por la pobreza, sino más bien una forma de distancia frente
a los bienes materiales de los que Dios nos hizo administradores. “Más
concretamente, vivir en la sencillez es imponerse restricciones”,
precisa Cyrille Court, pastor protestante.
Renunciar y
contentarte
“Se trata de
renunciar a las cosas superfluas y aprender a contentarse con lo importante,
con lo esencial”. Aquí están las palabras clave: renunciar y contentarse,
las dos caras de la sencillez. Vivirla no es un proceso indoloro aunque,
extrañamente, tampoco carece de alegría, si creemos a quienes la practican.
Pero ¿de dónde
viene esta vocación? Las respuestas son diversas. Algunos han decidido proteger
el planeta y prohibirse todo rastro superfluo de CO2. Otros se acercan a los
sabios antiguos para encontrar la paz, una calidad del ser, lejos de las
sirenas del mundo.
La perspectiva
cristiana va más lejos. La sencillez se busca ante todo para dejar
espacio al amor: amor a Dios, a los otros y a uno mismo. Todos
los cristianos están llamados al desprendimiento, si
escuchamos lo que dice san Lucas (14,25-35): para unos, esto significará venderlo todo
para seguir a Cristo; para otros, compartir los bienes, compartir su tiempo o
sus talentos.
Pero, más
concretamente, ¿qué hay que hacer para ir a lo esencial?
SER CONSCIENTE
La primera
etapa de la simplificación es tomar consciencia de que el bienestar
acapara nuestros pensamientos y termina por alejarnos de Dios.
En nuestra sociedad de abundancia, lograr desprenderse de las incitaciones
constantes al consumo es un auténtico ingreso en la resistencia.
“Nuestra sociedad funciona en base a una frustración programada”, señala
Pierre. Sacarnos de ahí significa detenernos un momento para reflexionar sobre
la forma en que gestionamos nuestros bienes y para poner freno a la fiebre
compradora. Aplicar este enfoque de sencillez obliga a plantearse algunas
preguntas esenciales. ¿Cuál es el valor de las cosas? “¿Quién puede permitirse
eso? ¿Es realmente útil?”, se pregunta Pierre antes de comprar un objeto.
Este ingeniero
y padre de familia dice estar obsesionado por unas palabras de san Juan
Crisóstomo: “El pan que hay en tu despensa pertenece al hambriento; el
abrigo que cuelga, sin usar, en tu guardarropa, pertenece a quien lo necesita”.
Una reflexión
que todos pueden hacer, sobre todo en la forma de organizar una cena, el
armario, una boda o una fiesta cualquiera: evitar el exceso, el alarde
indecente de un lujo superfluo que satisface la vanidad pero que puede
escandalizar y herir a otros. Es perfectamente posible ser un buen anfitrión,
con sencillez.
LIBERARSE DE LA PRESIÓN SOCIAL
La segunda
etapa es liberarse de la presión de la sociedad con sus dictados profesionales
y sociales. Trabajar más para ganar más, multiplicar las aficiones, tener fama,
centrarse en el desarrollo personal… son cosas que practicamos a menudo en
detrimento de nuestro entorno y nuestra paz interior. ¿Somos libres con
respecto al modelo social, con respecto a los demás?
Poco a poco,
esta reflexión sobre la sencillez conduce a revisar nuestras prioridades.
Pierre ha decidido trabajar al 85 % de tiempo por solidaridad con los parados.
Así puede también ayudar a las asociaciones y hacer excursiones por la montaña.
En cuanto a Francisco, de 45 años, ha renunciado a su trabajo de investigadora
para ser “capellán” de un hospital y trabajar en la recepción de un centro de
buscadores de empleo.
Isabelle ha
dejado su agencia entre paréntesis durante diez años para criar más
tranquilamente a sus hijos y participar de la vida asociativa de su pueblo.
Stéphane y Marie rechazan “las salidas demasiado mundanas de las que vuelven
con el sentimiento de haber perdido la tarde” y privilegian las cenas entre
amigos. Este tiempo liberado presenta también la ventaja de hacernos más
disponibles a la familia, a los compromisos altruistas, a las auténticas
amistades.
DEJAR ESPACIO A DIOS
La última
etapa consiste en liberarnos de nosotros mismos. Cuanto
más grande sea el espacio en nosotros, más espacio podrá ocupar Dios, si
aceptamos renunciar a nosotros mismos. Nuestro corazón es complejo.
¿No tenemos a
veces la sensación de ser esquizofrénicos, zarandeados entre nuestras
aspiraciones profundas y las derivas de nuestro amor propio? Debatiéndose entre
tantas direcciones, nuestra vida se complica y pierde transparencia. El corazón
y los labios se vuelven dobles. La mirada se turbia, las máscaras proliferan.
Con la imagen
de los lirios del campo, el Señor nos invita a soltar lastre y a preocuparnos
solamente por su reino. Es necesario derrocar a esos personajes que nos hemos
fabricado. Significa aceptar soltar las riendas, un hecho temible, pero que se
llevará mejor cuando ganemos en flexibilidad. Este es el camino de la infancia
espiritual que nos indica Jesús: vivir como un niño, inconsciente de sí mismo,
desbordante de confianza. El niño no teme, sino que se maravilla.
“Cuando
estamos en la opulencia, a la carrera, estamos cegados, no vemos los regalos
que Dios nos da constantemente”, señala Isabelle.
“Es un
embeleso ver despertar el día; en el campo, encuentro la alabanza y el corazón
se calma”. Cuanto más sencillos, más cerca de Dios, es la verdad. Pero lo
recíproco también es cierto: “Cuanto más nos acercamos a Dios, más nos
simplificamos”, como dijo la madre Fébronie, subpriora del Carmelo, a santa
Teresa del Niño Jesús. También nos encontramos más a nosotros mismos, porque el
alma se desprende de las dobleces del pecado y aparece en su verdad. La
sencillez es un fin, la meta del camino. Está delante de nosotros, en los
brazos del Padre que nos espera. Es un don de Dios que nos transforma. La
sencillez está más allá de nuestras complicaciones, porque la sencillez es la
cura.
Florence Brière-Loth
Fuente: Edifa