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| Rezo del Ángelus, 6 septiembre 2020 (C) Vatican Media |
Desde la Plaza de San Pedro en el
Vaticano, el Papa sugirió no absolutizar el presente, actuando “como si no
tuviéramos que irnos para la otra vida”: “cuando solo miramos el presente,
perdemos el sentido de la espera, que es tan hermosa, que es tan necesaria, y
que nos saca de las contradicciones del momento… Y entonces sólo nos preocupa
poseer, destacar, tener una buena colocación… Y cada vez más”.
Pero, advirtió, “si nos dejamos
guiar por lo que nos parece más atractivo, por lo que nos agrada, por la
búsqueda de nuestros intereses, nuestra vida se vuelve estéril”.
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Palabras antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
El pasaje evangélico de este
domingo (Mt 25,1-13) nos invita a continuar la reflexión sobre la vida
eterna que iniciamos con motivo de la Fiesta de Todos los Santos y la
Conmemoración de los fieles difuntos. Jesús narra la parábola de las diez
vírgenes invitadas a una fiesta de bodas, símbolo del Reino de los cielos.
En tiempos de Jesús existía la
costumbre de que las bodas se celebraran de noche; por lo tanto, el cortejo de
los invitados debía llevar lámparas encendidas. Algunas damas de honor son
necias: toman las lámparas, pero no llevan consigo el aceite; las prudentes, en
cambio, junto con las lámparas también llevan el aceite. El novio tarda, tarda
en llegar y todas se adormentan. Cuando una voz advierte que el novio está
llegando, las necias, en ese momento, se dan cuenta de que no tienen aceite
para sus lámparas; se lo piden a las prudentes, que responden que no pueden
darlo, porque no sería suficiente para todas. Mientras las necias van a comprar
aceite, llega el novio. Las muchachas prudentes entran con él en el salón del
banquete y se cierra la puerta. Las otras llegan demasiado tarde y son
rechazadas.
Está claro que con esta parábola
Jesús quiere decirnos que debemos estar preparados para el encuentro con Él. No
solo para el encuentro final, sino también para los pequeños y grandes encuentros
de cada día en vista de ese encuentro, para el cual no basta la lámpara de
la fe, también se necesita el aceite de la caridad y de las buenas
obras. La fe que verdaderamente nos une a Jesús es la que, como dice el apóstol
Pablo, “actúa por la caridad” (Ga 5, 6). Ser sabios y prudentes significa
no esperar hasta el último momento para corresponder a la gracia de Dios, sino
hacerlo activamente de inmediato, empezar ahora. “Yo … sí, luego me convertiré”
— “¡Conviértete hoy! ¡Cambia tu vida hoy!” — “Sí, sí: mañana”. Y lo mismo dice
mañana, y así nunca llegará. ¡Hoy! Si queremos estar preparados para el
último encuentro con el Señor, debemos cooperar con él a partir de ahora y
realizar buenas acciones inspiradas en su amor.
Sabemos que, lamentablemente, sucede que nos olvidamos de la meta de nuestra vida, es decir, la cita definitiva con Dios, perdiendo así el sentido de la espera y absolutizando el presente. Cuando uno absolutiza el presente, solo mira el presente, pierde el sentido de la espera, que es tan hermoso y tan necesario, y también nos saca de las contradicciones del momento. Esta actitud —cuando se pierde el sentido de la espera— excluye cualquier perspectiva del más allá: hacemos todo como si nunca tuviéramos que partir para la otra vida. Y entonces sólo nos preocupa poseer, destacar, tener una buena colocación… Y cada vez más.
Si nos dejamos guiar por
lo que nos parece más atractivo, por lo que me gusta, por la búsqueda de
nuestros intereses, nuestra vida se vuelve estéril; no acumulamos ninguna reserva
de aceite para nuestra lámpara, y se apagará antes del encuentro con el Señor.
Debemos vivir el hoy, pero el hoy que va hacia el mañana, hacia ese encuentro,
el hoy lleno de esperanza. Si, por el contrario, estamos atentos y hacemos el
bien correspondiendo a la gracia de Dios, podemos esperar serenamente la
llegada del novio. El Señor también puede venir mientras dormimos: esto no nos
preocupa, porque tenemos la reserva de aceite acumulada con las buenas obras de
cada día, acumulada con esa espera del Señor, que venga lo antes posible y que
venga para llevarme con Él.
Invoquemos la intercesión de
María Santísima, para que nos ayude a vivir, como hizo ella, una fe activa:
esta es la lámpara luminosa con la que podemos atravesar la noche más allá de
la muerte y alcanzar la gran fiesta de la vida.
Raquel Anillo
Fuente: Zenit






