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| Audiencia General, 4 nov. 2020 © Vatican Media |
La audiencia
general de hoy, 4 de noviembre de 2020, ha sido emitida desde la biblioteca
del Palacio Apostólico vaticano, sin fieles, como medida de prevención
frente a la COVID-19. A lo largo de la misma, el Santo Padre ha continuado con
el ciclo de catequesis sobre la oración reflexionando, efectivamente, sobre el
tema “Jesús, maestro de oración” (Lectura Mc 1,32.34-38).
Antes de comenzar, Francisco se ha referido ante las cámaras al hecho
de tener que transmitir la audiencia de nuevo desde la biblioteca “para
defendernos de la COVID” y ha advertido la necesidad de “estar muy atentos a
las indicaciones de las autoridades”, tanto políticas como sanitarias, “para
defendernos de esta pandemia”.
Jesús recurre “a la fuerza de la oración”
El Papa ha recordado cómo Jesús “recurre constantemente a la fuerza de
la oración”. “Los Evangelios nos lo muestran cuando se retira a lugares
apartados para rezar”, tratándose de “observaciones sobrias y discretas, que
dejan solo imaginar esos diálogos orantes”.
“Estos testimonian claramente que, también en los momentos de mayor
dedicación a los pobres y a los enfermos, Jesús no descuidaba nunca su diálogo
íntimo con el Padre”, sentía la “necesidad de reposar en la comunión
trinitaria, de volver con el Padre y el Espíritu”.
Para el Pontífice, “la oración de Jesús es una realidad misteriosa, de
la que intuimos solo algo, pero que permite leer en la justa perspectiva toda
su misión”. Por ejemplo, prosigue, un sábado, la ciudad de Cafarnaún se
transforma en un “hospital de campaña” en el que Jesús sana a los enfermos,
pero antes del alba, “desaparece, se retira a un lugar solitario y reza”.
“La oración es el timón que guía la ruta de Jesús” y “las etapas de su
misión no son dictadas por los éxitos”, sino que “la vía menos cómoda es la que
traza el camino de Jesús, pero que obedece a la inspiración del Padre” que Él
escucha y “acoge en su oración solitaria”, describió.
Primacía
Asimismo, el Obispo de Roma subrayó que, como señala el Catecismo, “Con
su oración, Jesús nos enseña a orar” (n. 2607). De su ejemplo, por tanto,
pueden extraerse algunas características de la oración cristiana.
En esta línea, reconoció que, ante todo, la oración presenta “una
primacía”: es “el primer deseo del día”, “restituye un alma a lo que de otra
manera se quedaría sin aliento”: “Un día vivido sin oración corre el riesgo de
transformarse en una experiencia molesta, o aburrida: todo lo que nos sucede
podría convertirse para nosotros en un destino mal soportado y ciego”, apuntó.
Escucha y encuentro con Dios
La oración, continuó, consiste sobre todo en la “escucha y encuentro
con Dios”, de modo que los problemas de todos los días “no se convierten en
obstáculos, sino en llamamientos de Dios mismo a escuchar y encontrar a quien
está de frente”.
Así, orar “tiene el poder de transformar en bien lo que en la vida de
otro modo sería una condena”, de “abrir un horizonte grande a la mente y de
agrandar el corazón”.
Arte para practicar la insistencia
La segunda característica, prosiguió el Papa Francisco, muestra cómo la
oración “es un arte para practicar con insistencia”. “Todos somos capaces de
oraciones episódicas, que nacen de la emoción de un momento”, pero Jesús nos
educa en otro tipo de oración “que conoce una disciplina, un ejercicio y se
asume dentro de una regla de vida”.
“Una oración perseverante produce una transformación progresiva, hace
fuertes en los períodos de tribulación, dona la gracia de ser sostenidos por
Aquel que nos ama y nos protege siempre”, agregó.
Soledad
Otra característica de la oración de Jesús es la soledad. El Santo
Padre sostiene que “toda persona necesita de un espacio para sí misma” en el
que pueda “cultivar la propia vida interior, donde las acciones encuentran un
sentido”, pues “sin vida interior nos convertimos en superficiales, inquietos,
ansiosos”, somos “hombres y mujeres siempre en fuga”.
Además, el Sucesor de Pedro explicó que la oración de Jesús “es el
lugar donde se percibe que todo viene de Dios y a Él vuelve” y que rezar “nos
ayuda a encontrar la dimensión adecuada, en la relación con Dios, nuestro
Padre, y con toda la creación”.
Abandono en Dios
La oración de Cristo es, finalmente, “abandonarse en las manos del
Padre, como Jesús en el huerto de los olivos, en esa angustia: ‘Padre si es
posible…, pero que se haga tu voluntad’”.
Para el Obispo de Roma “es bonito”, “cuando nosotros estamos inquietos,
un poco preocupados, y el Espíritu Santo nos transforma desde dentro y nos
lleva a este abandono en las manos del Padre”.
A continuación, sigue la catequesis completa de Francisco.
***
Catequesis – 13. Jesús, maestro de oración
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Lamentablemente hemos tenido que volver a esta audiencia en la
Biblioteca y esto para defendernos de los contagios del COVID. Esto nos enseña
también que tenemos que estar muy atentos a las indicaciones de las
autoridades, tanto de las autoridades políticas como de las autoridades
sanitarias, para defendernos de esta pandemia.
Ofrecemos al Señor esta distancia entre nosotros por el bien de todos y
pensemos, pensemos mucho en los enfermos, en aquellos que entran en los
hospitales ya como descartados, pensemos en los médicos, en los enfermeros, las
enfermeras, los voluntarios, en tanta gente que trabaja con los enfermos en
este momento: ellos arriesgan la vida pero lo hacen por amor al prójimo, como
una vocación. Rezamos por ellos.
Durante su vida pública, Jesús recurre constantemente a la fuerza de la
oración. Los Evangelios nos lo muestran cuando se retira a lugares apartados a
rezar. Se trata de observaciones sobrias y discretas, que dejan solo imaginar
esos diálogos orantes. Estos testimonian claramente que, también en los
momentos de mayor dedicación a los pobres y a los enfermos, Jesús no descuidaba
nunca su diálogo íntimo con el Padre. Cuanto más inmerso estaba en las
necesidades de la gente, más sentía la necesidad de reposar en la Comunión
trinitaria, de volver con el Padre y el Espíritu.
En la vida de Jesús hay, por tanto, un secreto, escondido a los ojos
humanos, que representa el núcleo de todo. La oración de Jesús es una realidad
misteriosa, de la que intuimos solo algo, pero que permite leer en la justa
perspectiva toda su misión. En esas horas solitarias – antes del alba o en la
noche-, Jesús se sumerge en su intimidad con el Padre, es decir en el Amor del
que toda alma tiene sed. Es lo que emerge desde los primeros días de su
ministerio público.
Un sábado, por ejemplo, la pequeña ciudad de Cafarnaún se transforma en
un “hospital de campaña”: después del atardecer llevan a Jesús a todos los
enfermos, y Él les sana. Pero, antes del alba, Jesús desaparece: se retira a un
lugar solitario y reza. Simón y los otros le buscan y cuando le encuentran, le
dicen: “¡Todos te buscan!”. ¿Qué responde Jesús?: “Vayamos a otra parte, a los
pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido” (cfr
Mc 1, 35-38). Jesús siempre está más allá, más allá en la oración con el Padre
y más allá, en otros pueblos, otros horizontes para ir a predicar, otros
pueblos.
La oración es el timón que guía la ruta de Jesús. Las etapas de su
misión no son dictadas por los éxitos, ni el consenso, ni esa frase seductora
“todos te buscan”. La vía menos cómoda es la que traza el camino de Jesús, pero
que obedece a la inspiración del Padre, que Jesús escucha y acoge en su oración
solitaria.
El Catecismo afirma: “Con su oración, Jesús nos enseña a orar” (n.
2607). Por eso, del ejemplo de Jesús podemos extraer algunas características de
la oración cristiana.
Ante todo posee una primacía: es el primer deseo del día, algo que se
practica al alba, antes de que el mundo se despierte. Restituye un alma a lo
que de otra manera se quedaría sin aliento. Un día vivido sin oración corre el
riesgo de transformarse en una experiencia molesta, o aburrida: todo lo que nos
sucede podría convertirse para nosotros en un destino mal soportado y ciego.
Jesús sin embargo educa en la obediencia a la realidad y por tanto a la
escucha.
La oración es sobre todo escucha y encuentro con Dios. Los problemas de
todos los días, entonces, no se convierten en obstáculos, sino en llamamientos
de Dios mismo a escuchar y encontrar a quien está de frente. Las pruebas de la
vida cambian así en ocasiones para crecer en la fe y en la caridad. El camino
cotidiano, incluidas las fatigas, adquiere la perspectiva de una “vocación”. La
oración tiene el poder de transformar en bien lo que en la vida de otro modo sería
una condena; la oración tiene el poder de abrir un horizonte grande a la mente
y de agrandar el corazón.
En segundo lugar, la oración es un arte para practicar con insistencia.
Jesús mismo nos dice: llamad, llamad, llamad. Todos somos capaces de oraciones
episódicas, que nacen de la emoción de un momento; pero Jesús nos educa en otro
tipo de oración: la que conoce una disciplina, un ejercicio y se asume dentro
de una regla de vida. Una oración perseverante produce una transformación
progresiva, hace fuertes en los períodos de tribulación, dona la gracia de ser
sostenidos por Aquel que nos ama y nos protege siempre.
Otra característica de la oración de Jesús es la soledad. Quien reza no
se evade del mundo, sino que prefiere los lugares desiertos. Allí, en el
silencio, pueden emerger muchas voces que escondemos en la intimidad: los
deseos más reprimidos, las verdades que persistimos en sofocar, etc. Y sobre
todo, en el silencio habla Dios.
Toda persona necesita de un espacio para sí misma, donde cultivar la
propia vida interior, donde las acciones encuentran un sentido. Sin vida
interior nos convertimos en superficiales, inquietos, ansiosos – ¡qué mal nos
hace la ansiedad! Por esto tenemos que ir a la oración; sin vida interior
huimos de la realidad, y también huimos de nosotros mismos, somos hombres y
mujeres siempre en fuga.
Finalmente, la oración de Jesús es el lugar donde se percibe que todo
viene de Dios y Él vuelve. A veces nosotros los seres humanos nos creemos
dueños de todo, o al contrario perdemos toda estima por nosotros mismos, vamos
de un lado para otro. La oración nos ayuda a encontrar la dimensión adecuada,
en la relación con Dios, nuestro Padre, y con toda la creación.
Y la oración de Jesús finalmente es abandonarse en las manos del Padre,
como Jesús en el huerto de los olivos, en esa angustia: “Padre si es posible…,
pero que se haga tu voluntad”. El abandono en las manos del Padre. Es bonito
cuando nosotros estamos inquietos, un poco preocupados y el Espíritu Santo nos
transforma desde dentro y nos lleva a este abandono en las manos del Padre:
“Padre, que se haga tu voluntad”.
Queridos hermanos y hermanas, redescubramos, en el Evangelio,
Jesucristo como maestro de oración, y sigamos su ejemplo. Os aseguro que
encontraremos la alegría y la paz.
© Librería Editora Vaticana
Gabriel Sales Triguero
Fuente: Zenit






