La pandemia ha traído dolor, tristeza, pérdidas: de salud,
de trabajo, de seres que amamos, desesperación.
Segura estoy de que la gran mayoría -si no es que todos-
hemos sufrido algún tipo de estrago, consecuencia de esta “bendita” pandemia.
Shutterstock | Dusan Petkovic
A dondequiera que volteemos escuchamos historias tristes y
hasta trágicas sobre los tiempos que estamos viviendo. Y como si esto no fuera
suficiente, pareciera que la neurosis de la desesperanza y del pesimismo también
se quieren viralizar. Y claro, no es para menos. El dolor presente es
real. Yo también lo vivo.
Sin embargo, hoy te invito a que tú y yo, a pesar de los
pesares, seamos generadores de esperanza, portadores de alegría,
heraldos del amor. Porque siendo honestos, hay más, mucho más de lo
que podemos y debemos dar gracias.
Con la prudencia, caridad y la empatía necesaria cada vez que podamos recordemos y compartamos una o más bendiciones que nos ha traído este “bicho” llamado COVID-19.
¡El mundo necesita escuchar cosas bellas, milagros reales
del día a día!
¿Te imaginas si con este cambio de actitud tú y yo
lográramos hacer del amor y de la gratitud la nueva “pandemia”?
Feliz con mi familia, mi iglesia doméstica
En lo personal la pandemia del coronavirus me ha
invitado a apreciar aún más todo aquello que de verdad tiene valor y no
precio, como lo es tener y estar en familia. Hoy como nunca valoro
ser el corazón de mi casa, de mi pequeña iglesia doméstica y hago lo
mejor porque vivamos dentro de verdadero hogar, luminoso y alegre.
Tenía que llegar un bicho a recordarme mi lugar, en el mundo
y dentro de mi familia. Me removió el corazón de tal forma que hoy aprecio
aún más la oportunidad ser hija de Dios, esposa, madre, hermana, amiga. Hoy sé
que con poco soy inmensamente feliz y que solo sin Dios no se vive.
Así es. Gracias a esta pandemia muchas familias nos hemos
reencontrado, reconocido. Con gusto o a disgusto hemos tenido que convivir las
24 horas del días, los 7 días de la semana. Esto nos ha permitido cruzar
miradas, consolar tristezas, compartir sonrisas y dedicarnos tiempo. Hemos
vuelto a mirarnos a los ojos para reconocernos uno en el corazón del otro.
Ámame cuando menos lo merezca porque será cuando más lo
necesite”.
He aprendido
He reaprendido a vivir el mandamiento del amor de forma
heroica transformando cada experiencia en oportunidad para formarnos y
crecer en virtudes, como la caridad, la generosidad y
la paciencia. A ser más buscadora de talentos que cazadora de
defectos. A que, si alguien de mi familia es mi problema, yo soy la
solución.
Me he reconocido débil y vulnerable y, a la vez, fuerte
e inquebrantable porque mi pequeña iglesia doméstica, la cual se
compone de Dios, de Mamita María, mi esposo e hijos, es mi ciudad
amurallada que contiene todo lo valioso y necesario para seguir adelante. Es mi
principal fuente de amor y de gozo.
Es el enchufe en el que recargo pilas cuando me
siento desfallecer. Este es mi motivo para sonreír, mi razón para no darme
por vencida. Es mi refugio y mi sostén.
Tengo la certeza del amor de Dios en mi y la seguridad de
que no habrá pandemia que logre destruirla porque el amor es el lazo invisible
e incorruptible que nos une y nos unirá.
El hogar, reflejo de la Sagrada Familia
Segura estoy que muchos padres han caído en cuenta de que
sus hijos no necesitan ser llenados de cosas materiales si tienen su amor
tiempo completo. Si son papás presentes y constantes en el amor.
El que los hijos, en su mayoría, hayan tenido a un
hogar al cual recurrir en momentos de peligro -como fue el destape de esta pandemia–
es una bendición que no se puede dar por sentado.
Es tiempo de reforzar nuestra iglesia doméstica: Dios quiere
-y merece- matrimonios santos y familias unidas. Que cada hogar sea un
reflejo de la Sagrada Familia.
El mundo necesita familias que vivan en el amor y el perdón.
Hijos que vivan en hogares luminosos y alegres. ¡Ahora es nuestro tiempo
de brillar, pero no con luz propia, sino con la de Cristo, quien es la llama de
amor infinito!
Nuestra oportunidad
Nuestra iglesia doméstica estaba “casi” destroza porque nos
habíamos dejado llevar por el mundo, entre otras razones. ¡Pero ya no más!
Hoy, la vida (Dios) nos ha dado otra oportunidad para
de verdad valorar aquello que en algún momento dimos por hecho. Para
regresar nuestros ojos y nuestro corazón, repito, a todo aquello que tiene
valor y no precio.
La desgracia descubre al alma luces que en la prosperidad no
llega a percibir”. (Blas Pascal)
Fue nuestra iglesia doméstica quien nos recordó que lo
único necesario para salir adelante era contar con el amor de nuestra familia.
Ya no nos fijamos ni en el auto que teníamos, ni en el tamaño de la casa, ni en
cosas triviales, sino en cuidarnos, amarnos unos a otros y sentirnos protegidos
dentro de nuestro hogar junto a quienes más amamos.
No hay árbol recio y consistente, si el viento no lo azota
con frecuencia” (Seneca)
Hoy es cuando debemos probar de qué madera estamos hechos;
de hacer honor a cómo fuimos creados: a imagen y semejanza de Dios. Es tiempo
de confiar y salir adelante dando ejemplo de la fe que tenemos en nuestro
Creador porque sabemos que “todo obra para el bien de quienes le aman”.
Y como San Joselito repitamos:
Nunca fue tan fácil ganarse el cielo”.
Tú y yo tenemos un camino trazado y seguro para llegar a él:
nuestra pequeña, pero maravillosa iglesia doméstica.
Luz Ivonne Ream
Fuente: Aleteia





