La vida se posee entregándola
El Sucesor de Pedro considera que
para realizar sueños grandes se parte “de las grandes decisiones”, remarcando
que la vida “es el tiempo de las decisiones firmes, fundamentales, eternas”:
“Elecciones banales conducen a una vida banal, entonces, las elecciones grandes
hacen grande la vida. En efecto, nosotros nos convertimos en lo que elegimos,
para bien y para mal (…). Pero si optamos por Dios “nos volvemos cada día más
amados y si elegimos amar nos volvemos felices”, indica.
Las obras de misericordia
En su homilía, el Santo Padre se
ha referido al Evangelio en el que Jesús “Nos dice que el bien que hagamos a
uno de sus hermanos más pequeños —hambrientos, sedientos, extranjeros, pobres,
enfermos, encarcelados— se lo haremos a Él (cf. Mt 25,37-40)”.
Realizar los sueños de Dios
En esta línea, el Papa invita a
no renunciar “a los sueños grandes”, pues, “no estamos hechos para soñar con
las vacaciones o el fin de semana, sino para realizar los sueños de Dios en
este mundo. Él nos ha hecho capaces de soñar para abrazar la belleza de la
vida”.
Y las obras de misericordia son
las obras más bellas de la vida, “van al centro de nuestros grandes sueños. Si
tienes sueños de gloria verdadera, no de la gloria del mundo que va y viene,
sino de la gloria de Dios, este es el camino”, subraya.
“El Señor de la vida nos quiere
llenos de vida y nos da el secreto de la vida: esta se posee solamente
entregándola. Y esta es una regla de vida: la vida se posee, ahora y
eternamente, sólo dándola”, aclara.
Obstáculos para las elecciones
A continuación, el Obispo de Roma
se refiere a los obstáculos “que vuelven arduas las elecciones”, tales como “el
miedo, la inseguridad, los porqués sin respuesta, tantos porqués”. Sin embargo,
apunta, “el amor nos pide que vayamos más allá, que no nos quedemos sujetos a
los porqués de la vida, esperando que llegue una respuesta del Cielo.
La respuesta ha llegado, es la mirada del Padre que nos ama y nos ha enviado el
Hijo”.
“El amor nos impulsa a pasar de
los porqués al para quién, del por qué vivo al para quién vivo,
del por qué me pasa esto al para quién puedo hacer el bien. ¿Para quién? No
sólo para mí mismo: la vida ya está llena de decisiones que tomamos mirando
nuestro beneficio (…)”, pero “corremos el riesgo de que pasen los años pensando
en nosotros mismos sin comenzar a amar”, subraya.
Elegir lo que nos hace bien
Por último, el Papa Francisco
describe que lo que el Espíritu Santo sugiere al corazón no es “¿qué me apetece
hacer?”, sino “¿qué te hace bien?”: “Aquí está la elección de cada día: ¿Qué
quiero hacer o qué me hace bien? De esta búsqueda interior pueden nacer
elecciones banales o elecciones de vida, depende de nosotros. Miremos a Jesús,
pidámosle la valentía de elegir lo que nos hace bien, para seguir sus huellas
en el camino del amor, y encontrar la alegría. Para vivir, no para ir tirando”,
concluyó.
Al final de la celebración, antes
de la bendición, ha tenido lugar el paso
de la Cruz y el Icono de María Salus Populi Romani, símbolos de las
Jornadas Mundiales de la Juventud, desde la representación de la juventud
panameña hasta la juventud portuguesa.
A continuación, sigue la homilía
completa del Papa Francisco.
***
Homilía del Santo Padre
Lo que acabamos de escuchar es la última página del Evangelio de Mateo previa a la Pasión: Jesús, antes de entregarnos su amor en la cruz, nos deja su última voluntad. Nos dice que el bien que hagamos a uno de sus hermanos más pequeños —hambrientos, sedientos, extranjeros, pobres, enfermos, encarcelados— se lo haremos a Él (cf. Mt 25,37-40). Así nos entrega el Señor la lista de los dones que desea para las bodas eternas con nosotros en el Cielo. Son las obras de misericordia, que transforman nuestra vida en eternidad. Cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Las pongo en práctica? ¿Hago algo por quien lo necesita? ¿O hago el bien sólo a los seres queridos y a los amigos? ¿Ayudo al que no me puede devolver? ¿Soy amigo de un pobre? Y así, tantas preguntas que podemos hacernos.
“Yo estoy ahí”, te dice
Jesús, “te espero ahí, donde no imaginas y donde quizás ni siquiera quieres
mirar, ahí en los pobres”. Yo estoy ahí, donde el pensamiento dominante
—según el cual la vida va bien si me va bien a mí— no muestra interés. Yo
estoy ahí, dice Jesús también a ti, joven que buscas realizar los sueños de la
vida.
Yo estoy ahí, le dijo Jesús a un
joven soldado hace algunos siglos. Tenía dieciocho años y todavía no estaba
bautizado. Un día vio a un pobre que pedía ayuda a la gente, pero no la recibía
porque “todos pasaban de largo”. Y aquel joven, “comprendió que, si los demás
no tenían compasión, era porque el pobre le estaba reservado a él”, para él.
Pero no tenía nada consigo, sólo su capa militar. Entonces la rasgó por la mitad
y dio una mitad al pobre, sufriendo las burlas de algunos a su alrededor. La
noche siguiente tuvo un sueño: vio a Jesús, vestido con el trozo de la capa con
que había cubierto al pobre. Y lo escuchó decir: “Martín me ha
cubierto con este vestido” (cf. Sulpicio Severo, Vida de san Martín de
Tours, III). San Martín era un joven que tuvo aquel sueño porque lo había
vivido, aun sin saberlo, como los justos del Evangelio de hoy.
Queridos jóvenes, queridos hermanos y hermanas: No renunciemos a los sueños grandes. No nos contentemos con lo que es debido. El Señor no quiere que recortemos los horizontes, no nos quiere aparcados al margen de la vida, sino en movimiento hacia metas altas, con alegría y audacia. No estamos hechos para soñar con las vacaciones o el fin de semana, sino para realizar los sueños de Dios en este mundo. Él nos ha hecho capaces de soñar para abrazar la belleza de la vida. Y las obras de misericordia son las obras más bellas de la vida. Las obras de misericordia van precisamente al centro de nuestros sueños grandes. Si tienes sueños de gloria verdadera, no de la gloria del mundo que va y viene, sino de la gloria de Dios, este es el camino.
Lee el pasaje del Evangelio de hoy, y
piensa en ello. Porque las obras de misericordia dan gloria a Dios más que
cualquier otra cosa. Escuchar bien esto: las obras de misericordia dan gloria a
Dios más que cualquier otra cosa. Al final seremos juzgados sobre las obras de
misericordia.
Pero, ¿desde dónde se parte para realizar sueños grandes? De las grandes decisiones. El Evangelio de hoy también nos habla de esto. De hecho, en el momento del juicio final el Señor se basa en las decisiones que tomamos. Casi parece que no juzga: separa las ovejas de las cabras, pero ser buenos o malos depende de nosotros. Él sólo deduce las consecuencias de nuestras decisiones, las pone de manifiesto y las respeta. Entonces, la vida es el tiempo de las decisiones firmes, fundamentales, eternas. Elecciones banales conducen a una vida banal, elecciones grandes hacen grande la vida.
En efecto, nosotros nos convertimos en lo que elegimos, para
bien y para mal. Si elegimos robar nos volvemos ladrones, si elegimos pensar en
nosotros mismos nos volvemos egoístas, si elegimos odiar nos volvemos
furibundos, si elegimos pasar horas delante del móvil nos volvemos
dependientes. Pero si optamos por Dios nos volvemos cada día más amados y si
elegimos amar nos volvemos felices. Es así, porque la belleza de las
decisiones depende del amor: no olvidar esto. Jesús sabe que si vivimos
cerrados e indiferentes nos quedamos paralizados, pero si nos gastamos por los
demás nos hacemos libres. El Señor de la vida nos quiere llenos de vida y nos
da el secreto de la vida: esta se posee solamente entregándola. Y esta es una
regla de vida: la vida se posee, ahora y eternamente, sólo dándola.
Es verdad que hay obstáculos que
vuelven arduas las elecciones: a menudo el miedo, la inseguridad, los porqués
sin respuesta, tantos porqués. Sin embargo, el amor nos pide que vayamos más
allá, que no nos quedemos sujetos a los porqués de la vida, esperando
que llegue una respuesta del Cielo. La respuesta ha llegado, es la mirada del
Padre que nos ama y nos ha enviado el Hijo. No, el amor nos impulsa a pasar de
los porqués al para quién, del por qué vivo al para quién vivo,
del por qué me pasa esto al para quién puedo hacer el bien. ¿Para quién? No
sólo para mí mismo: la vida ya está llena de decisiones que tomamos mirando
nuestro beneficio, para tener un título de estudios, amigos, una casa, para
satisfacer los propios intereses, los propios pasatiempos. Pero corremos el
riesgo de que pasen los años pensando en nosotros mismos sin comenzar a amar.
Manzoni nos da un hermoso consejo: “Se debería pensar más en hacer el bien que
en estar bien; y así se acabaría estando mejor” (Los novios, cap. XXXVIII).
Pero no sólo las dudas y los
porqués son los que debilitan las grandes elecciones generosas, hay muchos más
obstáculos, todos los días. Está la fiebre del consumo, que narcotiza el
corazón con cosas superfluas. Se encuentra la obsesión por la diversión, que
parece el único modo para evadir los problemas, y en cambio sólo pospone los
problemas. Hay una fijación en la reclamación de los propios derechos,
olvidando el deber de ayudar. Y también está la gran ilusión sobre el amor, que
parece algo que hay que vivir a fuerza de emociones, cuando amar es sobre todo:
don, elección y sacrificio. Elegir, especialmente hoy, es no dejarse domesticar
por la homogeneización, es no dejarse anestesiar por los mecanismos de consumo
que desactivan la originalidad, es saber renunciar al aparentar y al mostrarse.
Elegir la vida es luchar contra la mentalidad del usar y tirar y
del todo y rápido, para conducir la existencia hacia la meta del Cielo,
hacia los sueños de Dios. Elegir la vida es vivir, y nosotros hemos nacido para
vivir, no para ir tirando. Esto ha dicho un joven como vosotros [el beato Pier
Giorgio Frassati]: “Yo quiero vivir, no ir tirando”.
Muchas elecciones surgen cada día
en el corazón. Quisiera darles un último consejo para que se entrenen a elegir
bien. Si nos miramos dentro, vemos que a menudo nacen en nosotros dos preguntas
distintas. Una es: ¿Qué me apetece hacer? Es una pregunta que con frecuencia
engaña, porque insinúa que lo importante es pensar en uno mismo y seguir todos
los deseos e impulsos que uno tiene. Sin embargo, la pregunta que el Espíritu
Santo sugiere al corazón es otra: no ¿qué me apetece hacer?, sino ¿qué te hace
bien? Aquí está la elección de cada día: ¿Qué quiero hacer o qué me hace bien?
De esta búsqueda interior pueden nacer elecciones banales o elecciones de vida,
depende de nosotros. Miremos a Jesús, pidámosle la valentía de elegir lo que
nos hace bien, para seguir sus huellas en el camino del amor, y encontrar la
alegría. Para vivir, no para ir tirando.
© Librería Editorial Vaticana
Larissa I. López
Fuente: Zenit