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En una época en
que la indignación parece tener la última palabra, ¿por qué no revisamos
nuestros hábitos? “La gratitud tiene la ventaja de ser un sentimiento que
podemos elegir experimentar”, escribe Florence Servan-Schreiber en Tres
subidones al día (ed. RBA). ¿Por qué no nos ponemos a
ello? Aquí tienes una lista (no exhaustiva) de cosas que hacer para poder dar
gracias en cualquier circunstancia.
1. APRENDER A RECIBIR CUMPLIDOS, FAVORES Y REGALOS
No es sencillo
recibir cumplidos y regalos: decir gracias transmite corrección, pero más aún
una actitud interior que no es fácil de adoptar. ¿Somos capaces de aceptar de otra persona
lo que quiere darnos?
Se plantean dos obstáculos para un agradecimiento
sincero: la desconfianza o
la sospecha (de
ser manipulados, por ejemplo) y el rechazo de la dependencia del otro cuando
nos consideramos en deuda.
Un consejo para avanzar: reconocer que no somos
autosuficientes, sino que nuestra vida y nuestra felicidad pasan por la relación y
el intercambio.
2. ESFORZARSE POR LIBERARSE DE LOS RESENTIMIENTOS, ENFADOS Y TEMORES
QUE OBSTACULIZAN LA GRATITUD INTERIOR
Gratitud,
gratitud, ¡qué fácil es decirlo! ¿No es este el método Coué de autosugestión?
¿O una técnica de gran ingenuidad que ignora las torpezas del mundo y la
tragedia de la vida? Puede parecernos imposible, incluso obsceno, dar gracias
en cualquier circunstancia.
La gratitud es como una fuente que puede estar
atascada por la amargura, la ira o el miedo.
Estos sentimientos, cuando resisten, remiten a menudo a heridas del
pasado.
A veces hay que tomar los medios para
descongestionar el camino… no sin haber aceptado la existencia de obstáculos. Y
aunque no todo el mundo necesita un acompañamiento terapéutico (¡por fortuna!),
unos retiros de curación o un tiempo espiritual intenso pueden ayudar a dejar
en manos de Dios estas “grandes piedras”.
3. DEJAR ATRÁS LAS QUEJAS
La queja puede
tener una virtud temporal porque permite estar en contacto con nuestra pena y
nuestra insatisfacción. Sin embargo, a la larga, no hace mucho bien, ni a
nosotros mismos ni a quienes nos rodean, ya que posiciona como víctima.
A veces es una simple negativa a vivir, en
contraposición a la gratitud. “Con la gratitud, decimos sí a nuestra
existencia”, explica Florence Servan-Schreiber.
“Reconocemos en primer lugar que vale la pena ser
vivida. Entonces nos dejamos penetrar por el reconocimiento, lo que
confirma que la fuente de este bienestar se encuentra, al menos en parte, fuera
de nosotros mismos”.
¿El salmista no hace el mismo camino, que comienza
por: “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, para terminar por: “Hablarán del
Señor a la generación futura, anunciarán su justicia a los que nacerán después,
porque esta es la obra del Señor”?
4. ESFORZARSE POR EXPRESAR EL
RECONOCIMIENTO A LOS DEMÁS
“No faltan las
oportunidades para la gratitud”, explica el psiquiatra Christophe André en El arte de la
felicidad (ed. Kairós).
“Como la felicidad, sólo necesitan de un pequeño esfuerzo de abertura, de
atención y de reflexión. Por ejemplo, hacia todas las personas
que nos han ayudado a ser quienes somos: padres, abuelos, familiares, amigos,
educadores… Todas esas personas que han compartido momentos de
nuestra vida y que nos han dado felicidad o enseñado a acercarnos a ella, a través de
su amor y de su afecto”.
Expresar nuestra gratitud quizás sea invitar a
esas personas a participar de una etapa de nuestra vida: matrimonio, cumpleaños
importante, transición a la jubilación, abandono de una responsabilidad,
mudanza, etc.
La gratitud es siempre una cuestión de intercambio
y de relación, especialmente porque es contagiosa: “Quien da las gracias atrae las gracias”,
decía san Juan
de la Cruz.
5. APRENDER A CONTEMPLAR LAS COSAS SIMPLES
“Cada mañana, me
sorprendo y me alegro de estar viva. No me acostumbro”. Esta frase de la
escritora Colette Nys-Mazure en el libro Célébration du quotidien (Desclée
de Brouwer) resume toda una actitud que puede convertirse en hábito: el de “vivir en
poesía”.
“Puede ser que sólo seamos realmente nosotros
mismos en la fascinación, la alabanza, el reconocimiento”,
prosigue la autora. “Ahí se expresa lo mejor de nuestro ser, eso que canta, que
se abre y va al encuentro de Aquel que no se puede nombrar. Aferrarse a uno, desprenderse
de los errores, de los fracasos, entusiasmarse por abandonarse a la belleza que
salva y nos guía hacia Él, Dios de bondad y de ternura,
nuestra esperanza”.
En familia, decir la bendición de cada comida
puede ser una buena manera de entrenarnos juntos para bendecir y alabar.
6. ADQUIRIR EL HÁBITO DE LA
ORACIÓN DE ALIANZA
Extraída de la
espiritualidad ignaciana, la oración de alianza es una oración
en tres tiempos que podemos decir de noche en algunos minutos para revisar
nuestra jornada bajo la mirada de Dios.
Primer tiempo: el de alianza, donde decimos “gracias”
por los momentos de dicha y de consuelo, los signos y los hechos en los que
reconocemos la presencia de Dios en nuestra vida.
Segundo tiempo: pedimos “perdón”, reconocemos
nuestras carencias, nuestros pecados, nuestras rupturas de alianza, la forma en
que hayamos dañado el Amor.
Tercer tiempo, un “por favor” abierto sobre el
mañana: lo ofrecemos a Dios y reflexionamos sobre la forma en que, con Su
ayuda, podremos dar un paso más hacia la santidad.
Esta oración ejercita la gratitud, como una
actitud previa a toda contrición y a toda petición: es en relación a aquello
que hemos recibido de Dios que podemos evaluar nuestras faltas y enmendarnos.
Tres palabras que son transportables también a la vida cotidiana en pareja, que
también se nutre de la gratitud.
7. RECIBIR LA SALVACIÓN EN CADA EUCARISTÍA
Se olvida rápido
que “eucaristía” significa “acción de gracias” en griego. Comulgar el cuerpo y
la sangre de Cristo es recibir de nuevo la salvación en la vida.
Cada
misa es una oportunidad de decir “gracias” por el sacrificio único de Cristo
por la humanidad, sin el cual estaríamos condenados a la muerte.
La gratitud es la actitud fundamental del
cristiano: “Nosotros
amamos porque Dios nos amó primero” (1 Jn 4, 19).
Por Cyril
Douillet
Fuente: Edifa






