¿Cómo creer en la buena noticia
si los cristianos están más preocupados por el contenido de sus platos que por
la suerte de su prójimo?
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| © Antonio Guillem I Shutterstock |
A veces el portal de Belén dice más o menos algo,
pero no se sabe que ese niñito acostado en un simple pesebre ha venido para
aportar el amor y la alegría que buscamos desesperadamente.
“¡Estoy deseando que termine la Navidad!”,
confiesa Dany, de dieciocho años. “Ya no somos niños pequeños. Se acabó lo de
Papá Noel y todo eso, así que, ¿qué más hay que pase en Navidad? Comemos
demasiado, dormimos mal y, ocho días después, vuelta a empezar”.
Una
visión alternativa de la Navidad
No podemos resignarnos ante la apropiación materialista de
la fiesta de la Navidad. Si no, Dany y sus semejantes terminarán por desesperar
totalmente.
Los cristianos somos responsables de nuestros
hermanos, somos responsables del Evangelio que el Señor nos ha confiado:
debemos evangelizar. No es algo facultativo, es un deber. Y especialmente en
este tiempo de Adviento.
Yo
los envío como a ovejas en medio de lobos (Mt 10,16)
Jesús nos lo advirtió. Así que no nos sorprendamos
cuando seamos incomprendidos, burlados o despreciados. No
nos inquietemos ante los obstáculos que surjan para desanimar nuestro celo
evangelizador.
En cierto modo, es más bien una buena señal: el
Maligno detesta particularmente la alegría e intenta por todos los medios
impedirnos extenderla.
¡Evangelizar nunca fue fácil! Pero si el Señor nos
lo pide, Él nos dará los medios para ello. Confiemos en Él.
Anunciar la alegría de la Navidad es, primero, vivirla y
compartirla
¿Cómo podría el mundo creer en la Buena Nueva de la
Navidad si los cristianos, como los demás, están enredados en sus inquietudes,
obcecados en la carrera del dinero y de los bienes materiales, más
preocupados por el contenido de sus platos que por la suerte de su prójimo?
Durante este tiempo de Adviento, preguntémonos
cuál es, para nosotros, el sentido de la fiesta de Navidad. ¿Dónde está lo
esencial? ¿Qué es lo que este esencial cambia o debería cambiar en nuestras
vidas?
Estas
semanas que preceden a la Navidad se nos presentan como una oportunidad de
conversión. Si no entramos más en el misterio de la Navidad, no podremos
evangelizar.
Acciones
concretas
A cada familia le corresponde encontrar su modo: invitar a
una o varias personas aisladas, organizar un tentempié parroquial de chocolate
caliente y dulces a la salida de la misa de medianoche, servir la
cena a personas ancianas, llamar a nuestros
padres, abuelos o amigos lejanos (una llamada de teléfono puede ser un precioso
regalo de Navidad), fabricar con los niños tarjetas de Navidad o
regalos pequeños (pasteles, trufas de chocolate, estrellas plateadas, etc.) que
irán a ofrecer a los vecinos o a algún anciano o anciana que viva sola.
Los primeros a quienes
anunciar: nuestros hijos
Anunciar la alegría de la Navidad es recordar también,
en todo momento, que Dios se hizo hombre para salvarnos del mal y de la muerte,
que Papá Noel no es más que un personaje de leyenda, mientras que Jesús existió
de verdad, que está vivo hoy, que la historia de la Navidad no es una bonita
leyenda pasada sino una Buena Nueva siempre actual.
Es Clara que, desde sus seis años, responde a un
comerciante que le pregunta qué le va a traer Papá Noel: “No existe. El que
existe es Jesús”.
Y Marcos quien, en medio de un grupo de
estudiantes hablando sobre la Navidad con decepción, se atreve a manifestar la
dicha que le traen las navidades en familia.
Auténticas
Navidades
Si Marcos encontró las palabras apropiadas para
anunciar la alegría navideña, si mantuvo ante esta fiesta la fascinación de su
infancia, es que ha vivido en su familia unas navidades auténticas, centradas
en lo esencial, donde la alegría no venía ni de la suntuosidad de los regalos,
a menudo modestos, ni de la abundancia de la cena, ni de la espera de Papá Noel
o los Reyes Magos.
Los primeros a los que tenemos que anunciar la
alegría de la Navidad son nuestros hijos: preparemos para ellos y con ellos una
bellísima fiesta de Navidad para que descubran, a través de las pequeñas
alegrías humanas, la alegría de Dios.
Por
Christine Ponsard
Fuente:
Edifa






