Palabras antes del Ángelus
![]() |
Ángelus 8 dic. 2020 (C) Vatican Media |
Dios nos ha “elegido en él antes
de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados”, añadió, y nos invitó
a “acoger el hoy para decir “no” al mal y “sí” a Dios” y abrirse a su gracia.
A continuación, siguen las
palabras de Francisco en el Ángelus, según la traducción oficial ofrecida por
la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
***
Palabras antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
La fiesta litúrgica de hoy
celebra una de las maravillas de la historia de la salvación: la Inmaculada
Concepción de la Virgen María. También ella fue salvada por Cristo, pero de una
forma extraordinaria, porque Dios quiso que desde el instante de la concepción
la madre de su Hijo no fuera tocada por la miseria del pecado. Y por tanto
María, durante toda su vida terrena, estuvo libre de cualquier mancha de
pecado, ha sido la “llena de gracia” (Lc 1,28), como la llamó el ángel, y
disfrutó de una singular acción del Espíritu Santo, para poder mantenerse
siempre en su relación perfecta con su hijo Jesús; es más, era la discípula de
Jesús: la Madre y la discípula. Pero el pecado no estaba en Ella.
En el magnífico himno que abre la
Carta a los Efesios (cfr. 1,3-6.11-12), San Pablo nos hace comprender que
cada ser humano es creado por Dios para esa plenitud de santidad, para esa
belleza de la que la Virgen fue revestida desde el principio. La meta a la cual
estamos llamados es también para nosotros don de Dios, el cual —dice el
apóstol— nos ha «elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos
e inmaculados» (v. 4); eligiéndonos de antemano (cfr. v. 5), en Cristo, para
estar un día totalmente libres del pecado. Y esta es la gracia, es gratis, es
un don de Dios.
Y lo que para María fue al
inicio, para nosotros será al final, después de haber atravesado el “baño”
purificador de la gracia de Dios. Lo que nos abre la puerta del paraíso es la
gracia de Dios, recibida por nosotros con fidelidad. Todos los santos y las
santas han recorrido este camino. También los más inocentes estaban marcados
por el pecado original y lucharon con todas las fuerzas contra sus
consecuencias. Ellos han pasado a través de la “puerta estrecha” que conduce a
la vida (cfr. Lc 13,24). ¿Y vosotros sabéis quién es el primero de
quien tenemos la certeza de que haya entrado en el paraíso, lo sabéis? Un “poco
bueno”: uno de los dos que fueron crucificados con Jesús. Se dirigió a Él
diciendo: “Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu Reino”. Y Él respondió:
“hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,42-43). Hermanos y hermanas, la
gracia de Dios es ofrecida a todos; y muchos que sobre esta tierra son últimos,
en el cielo serán los primeros (cfr. Mc 10,31).
Pero atención. No vale hacerse
los astutos: posponer continuamente un serio examen de la propia vida,
aprovechando la paciencia del Señor —Él es paciente, Él nos espera, Él está
siempre para darnos la gracia—. Nosotros podemos engañar a los hombres, pero a
Dios no, Él conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos. ¡Aprovechemos el
momento presente! Este sí es el sentido cristiano de aprovechar el día: no
disfrutar la vida en el momento fugaz, no, este es el sentido mundano. Sino
acoger el hoy para decir “no” al mal y “sí” a Dios; abrirse a su Gracia, dejar
finalmente de plegarse sobre uno mismo arrastrándose en la hipocresía. Mirar a
la cara la propia realidad, así como somos; reconocer que no hemos amado a Dios
y no hemos amado al prójimo como deberíamos, y confesarlo. Esto es empezar un
camino de conversión pidiendo en primer lugar perdón a Dios en el Sacramento de
la Reconciliación, y después reparar el mal hecho a los otros. Pero siempre
abiertos a la gracia. El Señor llama a nuestra puerta, llama a nuestro corazón
para entrar con nosotros en amistad, en comunión, para darnos la salvación.
Y este es para nosotros el camino
para convertirnos en “santos e inmaculados”. La belleza incontaminada de
nuestra Madre es inimitable, pero al mismo tiempo nos atrae. Encomendémonos a
ella, y digamos una vez para siempre “no” al pecado y “sí” a la Gracia.
Raquel Anillo
Fuente: Zenit