Desarrollar la generosidad es uno de los aspectos importantes de la educación cristiana. Con motivo de la Jornada Mundial de la Generosidad, Aleteia te ofrece algunos consejos para enseñar a tus hijos a dar y a compartir
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La
felicidad está más en dar que en recibir” (He 20,35).
“No se trata de un simple llamamiento moral, ni de
un mandato que llega al hombre desde fuera. La inclinación a dar está radicada
en lo más hondo del corazón humano”, dijo san Juan Pablo II en su mensaje para
la Cuaresma en 2003.
En este día de generosidad,
reflexionemos sobre cómo podemos enseñar a nuestros hijos a compartir.
La
alegría del donativo
Todos hemos experimentado la alegría del donativo.
Pero sabemos también que eso no se vive sin lucha: dar exige
preferir el amor de los otros al embrujo de la ganancia.
Algo que, en lo concreto de nuestras vidas,
resulta muy exigente. Y quizás es especialmente difícil en esta época en la que
el deseo de acumular bienes es cada vez más apremiante.
Los niños no escapan a estas exhortaciones. Los
publicistas saben bien que uno de los mejores medios de impulsar a los padres a
consumir es seducir a sus hijos. Suscitan así innumerables deseos para cuya
satisfacción hace falta dinero, cada vez más dinero.
San Pablo nos recordó que la “raíz de todos los
males es el amor al dinero” (1 Tm 6,10), mientras el discurso ambiental nos
martillea lo contrario. Lo cual hace de la educación para compartir algo
particularmente arduo.
Por otro lado, los medios de comunicación modernos
ponen ante nuestros ojos la miseria y el sufrimiento de poblaciones enteras.
Los niños son sensibles a ello y participan de buen grado en las campañas de
donativos y otras invitaciones a la solidaridad. Pero, ¿se trata realmente de
un acto de compartir?
La educación en el donativo no se reduce a un
óbolo de algunos euros (a menudo extraídos del monedero de los adultos) ni al
entusiasmo pasajero para una manifestación solidaria.
En el fondo, de lo que se trata es de descubrir el
don de uno mismo. Podemos dar mucho y, sin embargo, obviar lo
esencial. Es lo que nos explica Jesús cuando, sentado en el templo, mira a las
personas colocar sus ofrendas.
De la paupérrima viuda que solo echó unas
insignificantes monedas, el Señor afirma:
En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que
todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les
sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía” (Lc 21,3-4).
Aunque es fundamental
enseñar a los niños a compartir, no es solamente porque haya personas con necesidad. Además, sus donativos
parecen insignificantes en comparación a las sumas necesarias para aliviar la
miseria del mundo. Pero compartir es una manera de comenzar a “dar la vida
por los amigos”.
¿Cómo
animar a los niños a compartir?
Como siempre, lo primero es dar ejemplo:
sin que haya necesidad de hacer exhibición de nuestra generosidad, los niños
perciben bien si somos o no avaros con nuestros bienes, nuestro tiempo, nuestra
tranquilidad, etc.
Eso transpira, sin que nos demos cuenta
necesariamente, a través de nuestras reflexiones, de la manera en que acogemos
a un amigo inoportuno, de nuestras reacciones ante una persona necesitada e
incluso de nuestra actitud en la mesa.
Porque
la escuela del saber compartir empieza en las pequeñas cosas de la vida diaria:
la última porción de tarta o el mejor lugar que cedemos a otro, el favor
prestado con discreción, el ordenador abandonado para jugar con un niño…
Acompañemos la progresión de cada niño en función
de su edad y de su personalidad. Algo que será relativamente fácil para uno
puede costar mucho a otro, ¡no hay que comparar!
Si no, el orgullo y la envidia envenenan pronto
sus corazones. Para evitar esas tentaciones, enseñemos a nuestros hijos a
compartir sin destacar el hecho, de manera que “sepa tu izquierda
lo que hace tu derecha” (Mt 6,3).
Además, no olvidemos que la gran generosidad
de algunos niños oculta a veces el deseo de “comprar” el afecto de su entorno o
esconde una intensa culpabilidad frente al dolor de los pobres. Conviene estar
atentos a esto, para calmarles y devolver las cosas a su justo lugar.
Christine Ponsard
Fuente: Edifa