Confiar en el anuncio de los ángeles y creer en el Niño Jesús y adorarle acaba con la oscuridad y la desesperanza
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apid | Depositphotos |
Algunos llevan
todo tipo de regalos. Se detienen felices ante el portal. Descubren los signos
que los ángeles les anunciaron. Un niño envuelto en pañales. Llegan los
pastores y encuentran a un niño y unos padres con él:
«Cerca de Belén había unos pastores que pasaban la
noche en el campo cuidando sus ovejas. De pronto se les apareció un ángel del
Señor, la gloria del Señor brilló alrededor de ellos y tuvieron mucho miedo.
Pero el ángel les dijo: – No tengáis miedo, porque os traigo una buena noticia
que será motivo de gran alegría para todos: – Hoy os ha nacido en el pueblo de
David un salvador, que es el Mesías, el Señor. Como señal, encontraréis al niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
Pastores que
velan y cuidan
Los pastores
tienen miedo. Están acostumbrados a la noche, a permanecer en vela. La vida es
dura para ellos. Tienen miedo a perder lo poco que tienen.
Llevan vidas
rudas y no son tan inofensivos e inocentes como las figuritas que coloco en el
pesebre. Esos pastores no siempre tenían buenas intenciones. No todo lo hacían
bien.
Pero hoy me
detengo ante estos hombres
audaces, valientes, que velan en la noche cuidando sus rebaños.
Los peligros acechan y ellos están atentos y despiertos para defender a sus
ovejas e incluso dar la vida por ellas.
Me gusta esa
imagen del pastor que cuida a sus ovejas y está despierto y atento en la noche.
Vence el miedo y el frío. En torno a una hoguera deja pasar las horas.
Testigos presenciales que creen
Y de repente esa noche todo se ilumina con la
presencia de unos ángeles. Tienen que alegrarse porque ha
nacido el Señor. Ni ellos mismos esperan que cambie su suerte.
Pero esos ángeles
indican lo contrario. Algo está sucediendo que tiene que ver con ellos. ¿Un
niño tan pequeño? ¿Cuánto tendrán que esperar para que algo cambie en sus
vidas?
No parece
sencillo. Ese niño sin
poderes no iba a sacarles de la pobreza, ni iba a traer la paz
que todos necesitaban. ¿Por qué se alegran entonces?
No creo que
entendieran lo que estaba ocurriendo. Pero aun así son los primeros testigos presenciales. Lo
ven allí, en la humildad de aquel establo, un niño, un padre y una madre.
Y creen.
Alma de niño
Esa fe de niño de
los pastores me conmueve. Ese respeto infinito ante lo que no entienden. Yo
quisiera ser así y no lo soy.
Me gustaría
entender más cosas de las que entiendo. Busco respuestas en este mundo esquivo.
Me falta fe. Esta actitud de los pastores es la que hoy le quiero pedir a Dios.
Ellos se
alegran sin comprender nada, porque tienen alma de niños y creen en lo
imposible.
En aquella cueva estaba
cambiando la historia pero era imposible verlo. Y ellos lo
ven sin verlo. Creen sin tocarlo.
No tengo esa
mirada ingenua. No soy tan niño. Todo lo quiero racionalizar, busco que tenga
un sentido, que sea creíble, razonable, lógico.
No deseo que las
cosas cambien demasiado, pero sí deseo la paz, la salvación, la alegría. El
coro de los ángeles me anuncia que ha nacido Dios entre los hombres.
Y yo hoy lo creo.
Y eso que a mi alrededor los signos son de muerte, de
pandemia, de conflicto social, de guerras, de injusticias, de abusos, de
violencia. Signos que me hablan de desesperanza y soledad, de desamor y odio.
De la fe a la adoración
Y yo me
arrodillo ante un pesebre con corazón de niño. Me pongo en camino
buscando a ese niño recién nacido al que todavía no conozco.
¿No será una
pérdida de tiempo? No lo creo. Confío y
sigo caminando. No voy solo, me uno a tantos otros pastores que como yo también
han creído. Dejo a un lado mi rebaño para buscar a Dios porque lo he oído:
«Ahí está vuestro Dios. Ahí viene el Señor con
poder. Como pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos los corderitos, en el
seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas».
Ese Dios que es
pastor es el que viene a hacerse carne en mi vida y puede cambiar todo si tengo
fe. No sé el cuándo ni el cómo, pero confío con una fe ciega.
La fe que lleva a la paz
Me falta fe. No
tengo esa fe de los pastores. Y quisiera vivir confiado y con paz. Comenta
santa Margarita de Alacoque:
«Conservad la paz del corazón, que es el mayor
tesoro. Para conservarla, nada ayuda tanto como el renunciar a la propia
voluntad y poner la voluntad del Corazón divino en lugar de la nuestra, de
manera que sea ella la que haga en lugar nuestro todo lo que contribuye a su
gloria, y nosotros, llenos de gozo, nos sometamos a Él y confiemos en Él
totalmente».
La paz me la da el
confiar totalmente en Dios en circunstancias difíciles. Es eso lo que necesito,
caminar como esos pastores con la confianza de saber que voy a encontrar a un
niño envuelto en pañales.
Eso basta para
tener paz. Esa promesa escondida en una cueva es suficiente.
Me impresionan la
confianza y la fe de los pastores. Necesitan paz y esa paz, en esa noche de
ángeles, llega a sus corazones.
Han
puesto sus vidas en las manos de Dios y desaparecen sus miedos. Me gusta esa actitud
filial y confiada. Es la que necesito tener siempre. Especialmente en estos
tiempos de pandemia, oscuridad y desesperanza.
Dios me puede dar
la paz que necesito. Puede regalarme esa confianza que aún no tengo para poder
vivir cuidando cada día a mi rebaño. Necesito más fe y esa mirada de niño confiado.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia