Reconocer el claroscuro de la vida espiritual llena la vida
de paz
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| Daniel Tadevosyan - Shutterstock |
Los protagonistas
de las nuevas series de hoy no soy esencialmente buenos. No se presentan ante
mí como la encarnación de una perfección inalcanzable.
De la misma forma
sus opuestos, los que podrían ser en otra época la viva encarnación del mal,
tampoco son malos en esencia.
Ambos tienen el
bien y el mal confundidos en sus entrañas. Algo así como un poco de bondad y
mucha debilidad.
Humano no es perfecto
No hay
protagonistas parecidos a los súper héroes de antiguas películas o de otras
modernas, que siempre eligen la opción correcta, siempre hacen el bien, siempre
logran solucionar los problemas que parecían sin solución.
Muchas series
presentan protagonistas como yo, humanos,
de carne y hueso. Se levantan a menudo con miedo, sueñan lo imposible y les
gustaría alcanzarlo, pero tropiezan.
Después
de cada caída piensan que son lo peor, indignos y torpes. Pero vuelven a
intentarlo. No
veo en ellos una perfección inalcanzable.
Son personajes
más reales que
de ficción. Eso me gusta. Es la vida misma retratada ante mis ojos. No cometen
grandes crímenes, sólo los comunes, los menos vistosos.
No reaccionan
como a mí me gustaría, en ese intento mío por ver fuera de mí lo que yo no
logro vivir. Son héroes
de andar por casa. Frágiles y muy reales. En una película
decía la protagonista:
«Nos portamos mal cuando no somos responsables.
Fui la peor versión de mí misma. No creí que me estaban viendo. Pensé que
estaba sola».
Es como la vida
misma, como yo mismo. Cuando no me ven soy yo mismo sin miedo. Cuando me ven trato de dar una imagen
respetable, digna y santa. Y eso no me hace bien.
No tendría que
exponer mis pecados en público, eso no. Pero quiero mostrarme ante los demás en
mi verdad.
Los peligros de
idealizar
Miro a estos
protagonistas tan frágiles y veo en mí los mismos desórdenes que ellos tienen.
Y me identifico con sus luchas infructuosas y con sus fracasos.
Me gusta
idealizar a las personas. Busco héroes fuera de mí que sí sean lo que yo
no logro ser. Por eso ensalzo a las personas poniendo en ellas pensamientos,
acciones y deseos que realmente no tienen. Pero me gustaría que los tuvieran.
Proyecto en mis
héroes un ideal que me parece inalcanzable. Creo que ellos siempre actúan bien. Y así como ensalzo, luego derribo.
Cuando veo que
esos protagonistas de mi vida no están a la altura, no son tan bellos ni tan
perfectos como yo creía. Y me duele en el alma. Me siento engañado, cuando
ellos nunca lo pretendieron.
Pero yo los ensalcé y ahora quiero hundirlos,
que todos conozcan sus mentiras. Tengo que cambiar por dentro, dejar de buscar
lo que no existe.
Todas las
personas que conozco llevan en su interior mi misma lucha. La lucha entre el
bien y el mal, entre lo que sueñan y lo que logran.
Yo me hago una
imagen de la realidad, de las personas. Y veo lo que no existe, pero me lo
creo. Y luego, cuando me confronto con la verdad, me duele en lo más hondo.
Pero la culpa es mía.
Quiero
mirarme a mí y la realidad como es. Es difícil, pero puedo lograrlo.
Sano realismo
En mi Adviento
hay protagonistas como en el primer Adviento. Allí estaban José y María, los
pastores, los Reyes Magos, los romanos, los habitantes de Belén.
He tendido desde
niño a ver protagonistas totalmente buenos: María, José, los Reyes, los
pastores, los ángeles. Y otros totalmente malos: los romanos que buscan al
niño, los habitantes de Belén que le cerraron la puerta a Jesús.
Pienso entonces
que hay unos malos y
otros buenos. Pero tampoco fue así realmente, no hay nada tan absoluto.
Los que cerraron
las puertas no eran tan malos. Seguramente no habría sitio por culpa del censo.
Y actuaron como yo actúo, cerraron sus entrañas, no fueron misericordiosos.
Como yo tal vez
sería si me pasara lo mismo, o como yo actúo cuando me pasa algo parecido.
Tengo mi tiempo, mi espacio, mi ritmo. No quiero que me molesten y cierro la
puerta.
O los pastores,
no todos serían tan puros. Hombres rudos de campo que buscaban quizás algo
distinto a lo que encontraron. No serían tan buenos como los dibujo.
Ni tan malos
todos los romanos. Es fácil meter en el mismo saco de bondad o maldad a las
personas. Los descalifico totalmente o los ensalzo sin poner reparos.
Grises y
claroscuros
Pero la vida no
es así, hay muchos tonos
grises y en ellos se mueve mi camino. Voy eligiendo el bien que quiero realizar
pero las intenciones que me mueven no son tan puras.
Hago el
mal sin quererlo,
sin desearlo, y no era tan mala mi intención. Hago el mal con intención pero no
es tan voluntario.
Porque estoy
herido y tengo intenciones que me mueven desde mi dolor. Encasillo a las
personas, me encasillo a mí mismo.
O soy
santo o soy un pecador sin remedio. No es tan claro. Hay claroscuros en mi vida. Hay
sombras y luces. Hace frío y calor. Hay día y noche.
No todo lo que
hago está bien. No todo el bien que hago es puro. Saber esto me da paz, no me la quita. Me
hace pensar que el protagonista de mi vida no es perfecto. Como no lo fueron
los pastores, ni los reyes, ni los romanos. En todos había esa lucha escondida
entre el bien y el mal.
Así emprendo este
Adviento, desde mi pobreza y mi riqueza. No soy lo peor y no soy lo mejor. Es
una mezcla extraña que me hace más consciente de mi verdad.
Soy de Cristo. En
Él quiero descansar.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






