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Hoy es el punto
geográfico que se señala como origen de la gran pandemia de nuestro siglo: el coronavirus que
origina la covid-19 y que ya ha causado más de un millón y medio de muertos en
todo el planeta.
Para los
cristianos, puede ser algo más que «un foco de muerte»: Wuhan
se cuenta entre los lugares del mundo en que el cristianismo ha dejado la huella de
los santos.
Deseos de ir a
las misiones
Perboyre nació en Puech
(Francia) el 6 de enero de 1802. Ingresó en la congregación de san Vicente de Paúl y
enseguida mostró su vocación de misionero.
Pero tuvo que
esperar algunos años hasta que su salud y la decisión de sus superiores le
permitieron viajar en 1835 a las misiones de China.
Perboyre recaló
primero en Macao.
En aquel momento, los cristianos estaban perseguidos en China y el religioso se
las ingenió para poder predicar en la clandestinidad: guardó el
hábito, vistió con indumentaria china y se dejó crecer barba, bigote y coleta.
Después de un
tiempo pasó a la misión de Honán, desde la que se atendía a niños
abandonados. La labor social estaba llena de preocupación por
las almas, así que el padre Perboyre evangelizaba a pequeños y adultos.
Persecución de la Iglesia en China
Dos años más tarde,
el misionero fue destinado a la provincia de Hupeh. Arreciaba la persecución de
los cristianos hasta tal punto que el gobernador ocupó y destrozó la misión.
Perboyre pudo escapar y esconderse en las montañas del área sur del río
Yang-Tse Kiang.
En aquella
situación, le dio albergue un catecúmeno en su
choza. Sin embargo, en vez de protegerlo lo delató y lo denunció ante un mandarín a
cambio de 30 monedas de plata.
Perboyre fue
inmediatamente detenido y comenzó así su martirio: se le presentó ante los
tribunales locales, recibió azotes y fue torturado, se le denigró y luego, con
un hierro candente, le grabaron a fuego ideogramas en chino
sobre el rostro.
Se negó a pisar
el crucifijo
A continuación sus
verdugos querían que pisoteara un crucifijo pero Perboyre se negó. De nuevo lo
llevaron a la cárcel y tuvo que compartir celda con otros delincuentes.
Un año después de
su detención, fue llevado a la capital de la provincia, Wuhan, y allí le ahorcaron
en un madero en forma de cruz.
Al igual que los
cristianos amamos Roma precisamente porque allí se vertió la sangre de muchos
mártires, también Dios nos llama a amar Wuhan. No a
considerarla una tierra maldita donde se generó el coronavirus, sino porque
también es tierra
fecundada por el testimonio del mártir Jean-Gabriel Perboyre.
Dolors
Massot
Fuente: Aleteia






