Si las adversidades, la sequía interior y la fatiga nos sumergen en el frío y la oscuridad del invierno, recupera así el fuego del Espíritu
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| Francisco Moreno | CC0 |
El frío entumece
el cuerpo y carga sobre los más desvalidos una amenaza mortal. La luz, tan
pálida y tan extraña, parece devorada por la noche.
Nuestras vidas
espirituales también pasan por estos periodos en los que el alma está
entumecida, sin fervor, sin gusto en la oración, sumergida en unas tinieblas
persistentes.
La primavera espiritual se está
preparando
Todas las
estaciones tienen su importancia. Y sabemos bien que, a pesar de las
apariencias, la naturaleza trabaja en invierno preparando la deslumbrante
eclosión de la primavera.
Los
periodos de frío, de silencio, de oscuridad, de espera, donde todo parece
morir, nunca son fáciles de atravesar, pero son una etapa necesaria.
La clave es
vivirlos en la esperanza, sin dejar que el sufrimiento genere callo en
nosotros, sin encerrarnos en las nostalgias y los remordimientos, sin dejarnos
engañar por las apariencias.
Entonces, tarde o
temprano, quizás cuando menos lo pensemos, la primavera llegará con su cortejo
de alegrías, su alegre luminosidad y las promesas del verano.
¿Cómo se vive en
invierno? Dentro de casa, cerca del fuego, en la intimidad del hogar. De la
misma manera, los inviernos espirituales son una invitación a entrar en
nosotros mismos para recuperar el fuego del Espíritu Santo que fundirá la
escarcha de nuestra alma endurecida.
No temamos
el invierno
¿Has tenido la
impresión de que ya no sabes rezar? A veces ya no sentimos en nosotros
ese amor ni esa alegría, solamente un desierto helado donde Dios parece
ausente.
Sin
embargo, el
fuego está ahí. El
amor ardiente de nuestro Dios sólo quiere calentarnos.
Para
encontrarlo, debemos aceptar descender a las profundidades de nuestras
tinieblas, nuestras heridas, nuestras fragilidades. Que nos reconozcamos como
pobres y pecadores.
No temamos el
invierno: Jesús
mismo quiso unírsenos en el frío para liberarnos de él.
A pesar de las
apariencias, esas largas semanas o incluso años en que toda oración nos parece
vana, y tenemos la impresión de estar lejos de Dios, son en realidad momentos de
elección.
Nos es dado
entrar en la intimidad de Aquel que, por amor a nosotros, descendió a lo más
negro de la agonía.
La noche del invierno
es una puerta abierta a la Luz, si aceptamos sumergirnos en ella. Aunque no lo
sintamos, estamos muy cerca del fuego ardiente del amor de Dios.
Y
el aparente muro que nos separa es justamente una protección, para que podamos
estar cerca de Él sin quedar calcinados.
Señor, eres
nuestra esperanza
Es la esperanza
la que nos enseña esto. Si la esperanza fuera el fruto de nuestros
razonamientos, de nuestras impresiones o de nuestra experiencia, no resistiría
mucho tiempo a los rigores del invierno.
Pero la esperanza
es un don de Dios. En la noche más negra, en los fríos más mortales, podemos
repetir incansablemente:
Señor, eres nuestra esperanza
Poco importan las
palabras, poco importa que las dirijamos directamente a Dios o que las hagamos
llegar a través de María rezando nuestro rosario.
Lo que cuenta es
este grito lanzado hacia Aquel que es “la resurrección y la vida”, este grito
que transmite a la vez nuestra pobreza y nuestra confianza.
La victoria es nuestra
La primavera ya
está aquí. La resurrección, victoria absoluta de Jesús sobre todas las noches y
todos los inviernos del mal, ya es nuestra. “Con él resucitaron”, afirma san
Pablo. “Cristo los hizo revivir con él, perdonando todas nuestras faltas” (Col
2, 12-13).
No es solamente
un futuro: es una realidad ya presente, aunque no podamos vivirla aún en su
plenitud.
Estemos atentos a
los signos que, en el centro mismo de nuestros inviernos, revelan la presencia
de la primavera –en la sonrisa de un amigo, en un instante de paz profunda o en
una pequeña alegría imprevista– y sepamos dar gracias por ello.
No hay nada como
la alabanza para apresurar la venida de los días hermosos.
Por Christine
Ponsard
Fuente: Edifa






