Juan Bautista en el Jordán supo descubrir que aquel hombre que parecía como cualquier otro era Dios
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Jeffrey Bruno | JTB | Aleteia |
La primera epifanía tuvo
lugar en Belén,
al hacerse carne Dios en Jesús y manifestarse a los reyes magos venidos de
tierras lejanas.
Muchos años más tarde, en el río Jordán,
se manifiesta Jesús al pueblo judío, al pueblo creyente que espera al Mesías,
en el momento de ser bautizado.
Y después en Caná, cuando ya tiene a sus
discípulos a su lado, se manifiesta Jesús en su poder a aquellos que ya creen
en Él.
Dios se
muestra
Cuando Dios se manifiesta
en mi vida me hace ver la verdad de su presencia en mi pobreza. Me hace ver que lo
que sucede a mi alrededor es milagroso y no es obra mía. Eso me conmueve.
Pero muchas veces me cuesta verlo pasando por mi
vida. San Pablo habla de ese Jesús que pasa ante los hombres sin que lleguen a
ver en Él a Dios:
«Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios
con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los
oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él».
Jesús, lleno del Espíritu Santo, pasó haciendo el
bien entre los hombres. Y les manifestó el amor de Dios. Yo
también necesito el Espíritu Santo en mi vida para ver a Jesús actuando,
haciendo milagros en mis manos y en otros.
Juan,
testigo creíble
Jesús se manifiesta entre los hombres con todo su
poder. Hoy lo hace en el Jordán. No hace nada especial, no hay milagros. Es un
hombre más entre muchos hombres.
Pero en ese momento es señalado por Juan como el Mesías. Eso
basta, porque Juan es creíble, tiene sus discípulos:
«Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo
no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con
agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo».
Al ver al Mesías, les dice a los suyos quién es de
verdad el Mesías.
Aparentemente es un hombre más que llega y espera
su turno para ser bautizado como cualquier otro hombre. Juan lo ve llegar, lo
reconoce y lo señala.
Algo en su corazón le dice
que es Él, no lo duda y da testimonio de su verdad. Quiere que los suyos
sigan a Jesús, que crean en Él. Está dispuesto a ser ignorado y abandonado
después en una cárcel. Sin que nadie lo libere. Sin llegar a ser él mismo un
discípulo de Jesús.
Lo dejan solo y comienzan a seguir a ese Dios que
se ha manifestado entre ellos.
La verdad
de las cosas a la vista
Hoy todos quieren saber la verdad sobre todos. Que
haya transparencia en la vida, luz en las personas. Quieren saberlo todo de
cualquiera. Y muchos lo publican todo en las redes sociales. Especialmente los
éxitos y las alegrías.
Pero a veces es sólo una apariencia,
el barniz que cubre mi vida, una parte de mi verdad.
A mí me gusta que se manifieste la
verdad de las cosas, de las personas. Lo auténtico, lo verdadero, lo más hondo.
Pero sólo Dios conoce la verdad de cada hijo. Sabe mi
verdad más íntima.
Buscando
certezas
Hoy quiero que Jesús se manifieste en mi vida. Él
es quien actúa en mí, quiero tener la certeza.
A menudo veo que no está claro. Es como en la
historia de Jesús. Los magos de Oriente recorren largas distancias siguiendo
una estrella. Lo que importa no es la estrella, sino lo que ella ilumina con su
poca luz. Basta esa estrella para manifestar la verdad oculta en Belén.
Pero allí sólo hay un niño, una madre joven, un
padre que custodia. Y nada más. El misterio escondido más absoluto. Y en medio de
esa oscuridad hay una luz que desvela el misterio.
Pero sólo los magos de
Oriente entienden algo. Ellos tienen el don de mirar la vida con el corazón. Y ponen
a los pies del niño todo lo que tienen, oro, incienso y mirra.
Pero más que eso, ponen sus vidas, porque lo han
perdido todo por buscar al Mesías. Lo pierden todo para ganar lo más grande,
una esperanza que no morirá nunca.
Lo mismo sucede en ese río Jordán lleno de hombres
que buscan la conversión. Entre tanta humanidad Dios se hace
carne, se hace presente.
Para confundir al que no
sabe mirar en lo escondido, ni sabe diferenciar la verdad de la mentira, ni lo
auténtico de lo aparente.
Descubrir
la verdad tras la apariencia
Nadie lo reconoce, sólo Juan. El corazón no le
engaña. Y renuncia a todo, a su propia misión, para dar paso a Jesús. Esa
mirada es la que quiero yo. Una mirada que vea la luz en la noche, la
verdad detrás de la apariencia.
Tengo en mi alma el deseo de buscar siempre una
estrella y a un niño iluminado por su luz. También comparto el mismo sueño con
todos los que buscaban su salvación en el Jordán.
Yo también quiero un
cambio en mi vida que le dé sentido a todo lo que vivo. Y quiero ver a Jesús
oculto entre los hombres. Como un hombre igual que yo esperando en la
misma fila, buscando la misma esperanza.
Me detengo a mirar a Jesús en las aguas del
Jordán. Dios
se manifiesta en lo cotidiano, en el misterio oculto bajo la
piel humana. ¿Qué tendría de especial ese hombre que es tan humano como ellos?
¿Y ese niño pobre nacido en Belén? ¿Iba a salvar Él el mundo?
El corazón duda porque no es fácil descubrir a
Dios oculto en la carne. En la apariencia mortal está camuflado ese Dios eterno
en el que creo. Y mi salvación, tan anhelada, está escondida en poderes humanos tan
débiles.
No hay un poder que me asegure el triunfo final.
Nada que me asegure los días venideros, ni la paz, ni la salud. ¿Cómo puedo
confiar cuando Dios se manifiesta de esta forma tan humana, tan tangible, tan
incierta, tan frágil?
No cualquiera descubrió al rey de reyes oculto en
un pesebre en Belén. No cualquiera siguió a un hombre igual a muchos hombres
que parecía necesitar como ellos la conversión.
¿Un bautismo del Espíritu Santo? El corazón no
acaba de entender las formas y los caminos que elige Dios para confundir a los
que se creen santos y sabios. Y así, oculto en la debilidad humana, se
hace más claro su poder.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia