Aprovechaba cualquier circunstancia para hacer apostolado y presentar a Cristo a los jóvenes
Siendo ya obispo auxiliar, recibí
el encargo de la Pastoral Universitaria y pude comprobar su entrega apostólica
en este campo, nada fácil por cierto. También pude constatar su trabajo con
jóvenes en la Iglesia del Espíritu Santo, encomendada a la Prelatura del Opus
Dei, donde fui en varias ocasiones a realizar el sacramento de la Confirmación.
Lo primero que quiero destacar es
que fue un sacerdote de los pies a la cabeza, un hombre de Dios. Aprovechaba
cualquier circunstancia para hacer apostolado y presentar a Cristo a los
jóvenes. Y lo hacía con cercanía y mucho sentido del humor. Siempre le he
conocido alegre, trabajador incansable, con gran creatividad. Todavía tengo en
casa la cruz que ideó como si fuera una medicina con un prospecto médico que es
una original catequesis sobre el sentido de la redención de Cristo. Siempre lo
he visto feliz con su sacerdocio y con un entrañable amor a la Virgen, que para
él, como buen maño, es la Pilarica.
Durante la preparación de la JMJ
manifestó un tesón enorme en lo que se proponía, luchando contra viento y marea
por conseguirlo, consciente de que era la voluntad de Dios… No se dejaba vencer
por las dificultades, que eran muchas, y tenía una confianza enorme en la
Providencia. No se me olvidará en la tormenta de la vigilia de jóvenes, cuando
parecía que todo iba en contra, cómo se dirigía al Señor y a la Virgen, bajo la
lluvia, diciéndoles con mucho genio: «no podéis hacernos esto, que lo hacemos
por vosotros».
También era experto en guardarse
alguna carta para sacarla en el momento oportuno y ofrecer soluciones a los
problemas que se planteaban y que parecían no tener solución. Las iniciativas
que proponía, creativas, estaban impregnadas de verdadera pasión por la Iglesia
y por el Papa.
Hace unos dos años cuando me
llamó por teléfono porque quería visitarme en Segovia. Yo no sabía nada de su
enfermedad, pero percibí enseguida que estaba seriamente enfermo. Me contó lo
que le pasaba con enorme paz y serenidad y con su típico sentido del humor.
Hasta me dijo más o menos el tiempo que le quedaba de vida, según el
diagnóstico de los médicos. Me edificó mucho el modo como había aceptado la
enfermedad y su inquebrantable confianza en el Señor.
Posteriormente, con la enfermedad
muy avanzada, pude hablar todavía una vez por teléfono y, al exponerle las
dificultades de mi diócesis, me dijo con mucho cariño y convicción: «pues ya
sabes, aquí me tienes para lo que necesites». Estaba entregado en manos de
Dios.
Fuente: Revista Ecclesia