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By Eugenio Marongiu/Shutterstock |
«Dicen que
naces para algo, pero ¿cómo sabes qué es esa cosa? ¿Qué pasa si eliges la
incorrecta? O la de otra persona, y quedas atrapado».
He nacido para algo, tengo una misión
delante de mis ojos y a veces no la veo. Hago cosas, vivo experiencias, ¿tengo
claro lo que quiere Dios para mi vida?
¿Y si me equivoco de misión?
Un año más ante mis ojos. ¿Será el año en el que sepa
el sentido de lo que hago? ¿Seguiré haciendo lo mismo que hasta ahora? Comenta
el protagonista de la película:
«No sé qué voy
a hacer con mi vida, pero sí se que voy a vivir cada minuto de ella».
Trato de acertar con mi propósito, con mi sentido,
con mi misión. ¿Y si no acierto? ¿Y si me meto en la piel de
otro queriendo vivir su vida y no la mía?
Corro el peligro de no ser fiel a lo que dice mi
corazón. Simplemente quiero aprender a vivir el presente con un
sentido.
El presente en
tus manos
En ocasiones tengo expectativas de lo que creía iba a
ser el sueño de mi vida. Y cuando llega no es tal como yo lo había soñado. Y
entonces me levanto con un nuevo sueño. Queriendo recorrer otra etapa distinta
del camino.
Y no sé si acierto tampoco. Esa lucha mía por acertar,
por encontrar, por ser feliz haciendo lo que me hace feliz, a mí, a otros…
Lo importante será vivir cada minuto de mi vida con
pasión.
«Un pez joven
le pregunta a un pez sabio: – ¿Dónde está el océano? Y el pez sabio le
responde: – Aquí donde nadas es el océano. Y el joven responde: – No, esto es
solo agua».
Vivo soñando con océanos que no toco, que no veo, que
no encuentro. Y no me doy cuenta de que lo que hoy hago puede que sea mi
océano. Quiero vivirlo con alegría. Sin pedirle más al hoy de lo que me
pueda dar.
Alguien te ama
siempre
Escucho las palabras del profeta. Son las palabras que
Jesús hizo suyas en su corazón. Son palabras que dan alegría y esperanza:
«Mirad a mi
siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre Él he puesto mi
espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no
voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no
lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta
implantar el derecho en la tierra y sus leyes, que esperan las islas. Yo, el
Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te
he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de
los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que
habitan en las tinieblas».
Parece una misión imposible, inabarcable. Una misión
que supera las fuerzas de cualquier hombre. Pero Dios sostiene a su
hijo en esa entrega. Es su elegido, su preferido.
En Jesús el
sentido de tu vida
Estas palabras me tocan personalmente. Yo
también quiero ser como Jesús.
No quiero quebrar la caña cascada, pero a veces, con
mis gritos, con mi falta de respeto, puedo hacerlo. No quiero apagar la llama
vacilante, y a veces con mis exigencias y demandas, la acabo apagando.
Quiero abrir los ojos de los ciegos, para que vean lo
que yo veo, lo que Dios les muestra. Y llevar sus corazones y atarlos al de
Dios. Quiero liberar a los cautivos que viven presos de sus ambiciones y
pecados.
O dejar que sea Dios a través mío el que los libere.
Jesús libera, no soy yo.
Quiero dar luz al que habita en las tinieblas, más con
mis obras que con mis palabras. Veo a menudo que mis obras no son de luz, sino
de oscuridad.
Me parece una misión para toda una vida. ¿No podría
ser ese el sentido de mis pasos? ¿Es suficiente para colmar todos mis sueños y
pretensiones?
Sueña y ten
paciencia
Sueño con un océano que a menudo no logro ver en lo
que me sucede, en lo cotidiano, en mis aguas diarias donde Dios habita.
Me imagino recorriendo parajes diferentes. Habitando
tierras distintas a la de ahora. Haciendo cosas únicas y sagradas, nuevas. Y dejo
de valorar mi presente, mi momento, la tierra que habito, el silencio que
guardo, las palabras que lanzo al viento.
Quiero amar la misión de hoy, la que ahora
toco. Mi misión humana en el plan de Dios. El otro día escuchaba una
canción de Cristóbal Fones:
«Vivo en el
lado desnudamente humano de la vida, vivo en el lado sagradamente humano de la
vida. Amo lo que se gesta en el silencio, el confluir del río en la llanura,
los embarazos y el muy sabio invierno. Soy figura emergiendo de la piedra».
Pensaba que también vivo yo en ese lado humano de la
vida, allí donde la belleza surge silenciosamente de la tierra y no hay nada
que temer.
Basta con tener paciencia y esperar.
Con vivir dejando que surja la figura tallada desde la piedra. Poco a
poco descubriré para qué he nacido.
Irás
descubriendo
Mientras tanto tendré que vivir con alegría cada hora
de esta vida donde Dios me habita. Esa certeza es la que me sostiene. Un
Dios que me ama y sabe que me necesita en esta tierra para dar alegría y
sembrar esperanza.
El cómo quiere que lo haga lo iré descubriendo paso a paso, sin miedo, no me complico demasiado. Sé que Él sabe
mejor que yo lo que me conviene.
No pretendo una misión que no sea la mía. Y sé que
puedo confundirme a veces. Vuelvo a empezar. La vida merece la pena cuando la
vivo con pasión y alegría. No me desanimo.
Los días pasan sin darme cuenta. Tengo el poder oculto
bajo la piel de transformar lo que toco. Puedo reinventarme cada
nuevo año, volver a existir con una fuerza antes desconocida.
El desafío te
reta
La misión me supera, eso siempre lo espero. Como me
deseaba una persona al comenzar el año:
«Que siempre
tengas un trabajo que te supere y la certeza de tener siempre menos dinero del
que necesitas».
Me gustó pensar en un desafío ante mis ojos que supere
mis fuerzas. Para que no me acostumbre a recorrer siempre los mismos mares. Y
no caiga en ese aburguesamiento que le quita la magia a mis días.
Quiero comenzar siempre de nuevo a recorrer caminos
nuevos. Con menos poder del que quisiera, menos fuerzas de las que necesito.
Sin todas las capacidades de las que me harían falta. Con menos tiempo del que
quisiera.
Siempre viviré al límite, en tensión, sin bajar la
guardia. Atento a la vida que pasa ante mis ojos, dispuesto a vivir, a
actuar, a dar la vida.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia