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| Valeria Boltneva | CC0 |
«Demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo
más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la
voluntad de Dios y no según la nuestra».
Le doy gracias a Dios por lo que he vivido durante
tantos meses, días y horas. Estando confinado o saliendo a la calle con
mascarilla. Rezando por los enfermos o acompañando el dolor de
los que han perdido seres queridos.
No quiero olvidarme de todo lo que he amado y de
lo que me han amado, más de lo que esperaba.
Cosas
buenas del año pasado
Doy gracias por sentirme en casa y tener ya nuevas
raíces, en una tierra que era nueva. No quiero dejar de agradecer la confianza
recibida sin merecerlo, nunca se merece. Y valoro como un tesoro los encuentros
profundos.
Recuerdo con paz las reuniones por pantalla y las
conversaciones al aire libre, con media cara visible. Me llevo en el alma
tantas palabras guardadas. Y aún creo escuchar muy dentro las palabras gritadas
al viento.
Conservo en el mismo saco
el dolor y la tristeza. Y dejo que quede a un lado esa risa mía tan
honda.
Agradezco las montañas de esta tierra que me
habita, son como una corona que cubre, protege y guarda lo más sagrado del
valle. Recorro esos cauces secos, que aun sin agua me hablan de una vida oculta
que desconozco.
Agradezco la confianza de Dios en mí y de los
hombres y mi propia confianza en medio de tantas guerras.
Doy gracias por las
miradas de misericordia que he recibido. Y por haber palpado la esperanza en
tantas manos que luchan entregando la vida cada día.
Caminar
con las lecciones aprendidas
Hoy quiero soñar más fuerte, más hondo, con más
libertad, recorriendo estas montañas. Quiero caminar seguro por este año que
empieza.
No será fácil, me auguran y yo confío. Es tanto lo
que queda por trabajar, por conquistar, por encontrar, que no me desanimo.
Sé que no soy dueño del futuro, lo aprendí con la
pandemia. No
tengo el control de nada y mis planes ya no sirven.
Aprendí a ser más humilde a fuerza de algunos
golpes y más niño al mismo tiempo, dejando de ser adulto. Aprendí a reír por
nada y a llorar también por nada. A sacar lo que hay muy dentro del pozo de mi
alma.
Aprendí a guardar la vida ajena que se hace propia
de golpe, con un respeto infinito. Tejí bajo mi piel redes que cubren la vida,
la protegen, sosteniendo entre los dedos la fragilidad del alma.
Con fe y agradecimiento
Y sé que nada está escrito, todo puede
ser distinto, de mí depende. Sé que llevo muy dentro el
don de ser feliz y de hacer feliz al resto.
Basta con aceptar las diferencias que veo en mí y
en otros, por amar mis deficiencias que tanto me escandalizan y comprender de
verdad al que más sufre, sin apartarlo de mi camino.
Basta con mirar alegre la
vida que se me ofrece. Sin exigirle al presente lo que nunca puede darme. Despierto tras esta
noche con el alma llena de vida, feliz y confiada.
Estoy dispuesto a vivir atento, a querer aún más
la vida que Dios me regala y a soñar que María estará dándome abrazos en medio de
las tormentas.
Los silencios están llenos
de gritos de mi alabanza, dando gracias. Puedo construir un mundo más humano,
más fraterno. Me pongo manos a la obra.
No estoy solo, lo sé,
vamos juntos.
Eso me levanta el alma. Y así, viviendo el presente, construiremos el mañana.
Sé que la vida se escapa si no la vivo con pasión
cada día, cada hora. Y sé que los sueños se desvanecen si no los sigo soñando.
Mucho por
compartir
Tengo mucho por delante, la vida es larga. Hay
caminos por abrir, algunos ya se han abierto en medio de la montaña. Y mucho
por construir, lugares santos que hagan que mi alma sea más honda.
Todo lo que ya he vivido me ha hecho más
consciente de una cosa: lo que importa son los detalles de
la vida.
Cuentan las horas perdidas con los míos, con los
que amo, y no esas horas que les robé haciendo siempre algo importante. Valen
las palabras dichas, no las guardadas por miedo a no ser escuchado.
Cuentan los abrazos dados, esos que entregué sin
miedo, y no aquellos esquivados. Cuentan la intimidad que hago posible y el
compartir lo más sagrado.
Y sé que el dolor de los que sufren es menos dolor
si lo comparto con ellos, en medio de mi camino. Dejo de mirame
a mí mismo, preocupado por mis problemas, para mirar al que va conmigo; es
quien importa, quien cuenta, el que sufre a mi lado.
Esperando
en Dios
No me importan tanto las pequeñas derrotas de la
vida, la pena siempre pasa y al final quedan la paz y la alegría.
Sé que mi confianza no está puesta en la vacuna,
ni en los políticos, ni en la economía, ni en el fin de la pandemia.
Este año he aprendido a poner en Dios mi esperanza.
Sólo en Jesús, sólo en María, en ellos descansan mi vida y mi confianza ciega
de niño.
Creo que me he vuelto más hondo haciendo un surco
en la tierra y todo empezó ese día en el que perdí mis seguridades.
Por algo coroné a María con los montes de esta
tierra, una corona bendita. Y le entregué mi vida, dejando de ser yo dueño,
para que con ella hiciera lo que quisiera. Esa paz viene del cielo, en esa paz sí
confío. Y camino, y sueño, y doy la vida.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






