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“Pero, ¿puede una mujer olvidarse del niño que
cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna lo
olvidase, yo nunca me olvidaría de ti. Mira cómo te tengo grabada en la palma
de mis manos.” (Isaías 49)
Me podrás decir
que eres débil y pecador. No te desanimes, todos lo somos.
“Si decimos que no tenemos pecado, nos estamos
engañando a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn 1,8).
Las Escrituras
nos dicen:
“Somos débiles pero el Espíritu viene en nuestra
ayuda. No sabemos cómo pedir ni qué pedir, pero el Espíritu lo pide por
nosotros, sin palabras, como con gemidos. Y Aquel que penetra los secretos más
íntimos entiende esas aspiraciones del Espíritu, pues el Espíritu quiere
conseguir para los santos lo que es de Dios. También sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los
que lo aman, a quienes él ha escogido y llamado.” (Romanos 8)
¡Ponte a buscar a Dios ya!
Es hora
de salir en búsqueda de Dios. Él anhela ser encontrado.
Dios te ama a
pesar de todo lo que haces. ¿Por qué? Porque Dios es amor y es Padre. Te
ama con el amor eterno de un padre al que le ilusiona que su hijo pase una
maravillosa eternidad a su lado, que no te pierdas por el pecado.
Nuestro
Dios es el Dios de las oportunidades.
Mientras estés
vivo, hasta tu último aliento, Dios te dará la oportunidad de cambiar,
arrepentirte y buscarlo. Basta un simple “Perdóname Señor” en un momento de peligro,
con un arrepentimiento sincero y el propósito de buscar un sacerdote y la firme
intención de la confesión sacramental tan pronto puedas, para que Dios te mire
complacido y te perdone. Es lo que se llama contrición perfecta.
Mi experiencia es
que Dios se deja encontrar cuando clamamos y lo llamamos y lo buscamos… Las
Sagradas Escrituras están llenas de promesas que Dios siempre cumple.
Esta es una de mis favoritas:
“Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo
los escucharé; y cuando me busquen me encontrarán, siempre que me imploren con
todo su corazón.» (Jeremías 29)
¿Cómo puede amarme sabiendo lo que hago?
Me gusta recordar
la experiencia de un amigo que una noche decidió salir a evangelizar a los
menos afortunados en las calles de Panamá. Llevaba unos libros de crecimiento
espiritual y unos chocolates para obsequiar.
Cuando terminaba
de evangelizar, notó una mujer que se ocultaba en un arbusto. Estaba en una
esquina oscura. Se acercó a ella y le obsequió unos libros y algunos chocolates
y le dijo con una sonrisa amable: “Dios
te ama”. La mujer rompió a llorar. “¿Cómo puede amarme, sabiendo lo que
hago?”. Mi amigo le dijo: “Eres una de sus hijas preferidas”.
Ella no dejó de agradecer y despedirlo con un: “Dios te bendiga. Dios te bendiga”.
Hoy Dios
te llama, te pide que seas santo, que vivas para Él. ¿Lo escucharás?
Claudio de Castro
Fuente:
Aleteia