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Pienso que soy
yo el que construye, el que levanta, el que salva. Yo el que perdona, el que
consagra, el que llega a la meta, el que convierte.
Me
olvido de lo importante, y no pongo a Jesús en el centro de mi vida.
La lección de un niño
Me conmueve el
relato de un sacerdote español, José Rodrigo López
Cepeda, en el momento en el que sólo llevaba seis meses ordenado
sobre su experiencia con un niño con discapacidad que le ayudó como monaguillo.
El primer
domingo le pidió que hiciera todo lo que él hacía y el niño lo imitó en todo,
incluso a la hora de besar el altar con él al comenzar la misa. Al llegar a la
sacristía le pidió el sacerdote que no lo volviera a hacer, que él lo besaría
por los dos. Así sigue el relato:
«Al siguiente domingo,
al iniciar la Celebración y besar el altar, vi cómo Gabriel ponía su mejilla en
él y no se despegaba del altar con una gran sonrisa en su pequeño rostro. Tuve
que decirle que dejara de hacer aquello. Al terminar la Misa le recordé: –
Gabriel, te dije que yo lo besaría por los dos. Me respondió: – Padre, yo no lo
besé. Él me besó a mí. Serio le dije: – Gabriel, no juegues conmigo. Me respondió:
– ¡De verdad, me llenó de besos! La forma en que me lo dijo me llenó de una
santa envidia; al cerrar el templo y despedir a mis feligreses me acerqué al
altar y puse mi mejilla en él pidiéndole: – Señor, bésame como a Gabriel. Aquel
niño me recordó que la obra no era mía y que ganar el corazón de aquel pueblo
solo podía ser desde esa dulce intimidad con el Único Sacerdote, Cristo».
Me conmovió
este relato por lo verdadero, por la sencillez de Gabriel, por ese Jesús que me habla en los niños, en
los sencillos. Me encantaría llegar al altar de Jesús y
dejarme besar por Él, sonriendo, cada día.
Yo no soy dueño
Sé que no soy yo el dueño de todo lo que hago.
Es Jesús el que me salva, el que me levanta, el que construye con mis manos,
con mi vida entregada.
Quiero que la
vida de los que amo sea larga o la de esas personas que hacen tanto bien a los
hombres. Y me duele su ausencia cuando parten. No logro entender el sentido de
lo que no parece tener mucho sentido, como es la muerte.
Esta historia
de Gabriel me coloca de nuevo ante lo importante. ¿Me dejo besar por Jesús en mi
vida?Me cuesta mostrarme débil, frágil, vulnerable. He
puesto el acento en el yo, en mi labor, en lo que yo hago.
Yo soy
el protagonista activo en la vida y no pienso en dejarme hacer por Dios. No lo
quiero. Me pesa mi orgullo, mi fuerza, mi vanidad.
Sentirme
vulnerable es quizás el único camino para poner a Jesús en el centro y que sea
Él quien me bese a mí al llegar al altar y no yo a Él.
Que sean sus
labios los que me sostengan. Su cariño el que me levante cada mañana. Es su
obra, no la mía. No son mis sueños, son los suyos.
Él me
necesitará el tiempo que quiera. Eso es lo que importa, no hacer yo mi camino a
mi manera.
Acoger el amor
Por eso quiero
aprender a agradecer más, a alabar al Dios de mi vida. Quiero recostarme sobre
su pecho, el altar que beso en cada eucaristía.
Sentir su
aliento en mi alma diciéndome que me quiere mucho, que soy lo más valioso, que
mi vida merece la pena y que no dude nunca de todo lo que puedo lograr si no
desfallezco, si no me acomodo, si no pienso que ya está todo decidido. Porque
no es así.
En cualquier
momento puede acabar mi camino, dejándome con las manos justo en la acción,
trabajando por su reino. No me desesperaré, ni perderé nunca la ilusión.
Necesito
agradecer por el día que amanece, por las horas que aún tengo por vivir, por
los logros y por los fracasos. Necesito ser tan niño como Gabriel,
porque así la vida es más fácil y todo se llena de sonrisas y de besos.
Quisiera mirar
así a los demás, dispuesto a hacer lo que me digan. Quiero esa docilidad de
Gabriel y esa forma de entender la vida. Dice un salmo:
«No endurezcáis vuestro
corazón».
Dejarse besar
Puedo perder la
inocencia de los niños, puede
la vida volverme duro e insensible, incapaz de sonreír al
dejarme besar. Me falta esa mirada de niño. Mi corazón se vuelve duro al ser
herido, al tocar los sinsabores de la vida.
Quiero
mirar a Jesús y dejarme besar por Él. Me quiere más que a nadie. Ha
soñado conmigo y sabe todo lo que puedo dar. Me conoce por mi nombre, por mi
verdad.
No por esa
apariencia que yo intento vender al mundo. Mi autosuficiencia, mi orgullo y mi
vanidad. Ese deseo de sobresalir, de ocupar los primeros puestos. El afán de
ser tomado en cuenta y valorado. La tendencia a hacer las cosas yo solo sin
contar con nadie, sin contar con Dios.
Hoy recuerdo a
Gabriel, ese niño lleno de inocencia que pone su rostro en quien de verdad
importa y se deja besar. Esa mirada de cielo en la tierra es la que necesito
para comprender que la
vida se juega cuando decido dejarme hacer por Dios, besar por Jesús.
Me
abandono en sus manos y asumo que todo va a salir bien. No porque yo lo haga
todo bien, sino porque es la obra de Dios y no la mía.
Quiero
asumir que Él ya ha vencido al mal y a la muerte. No he sido yo, ha sido
Él. Eso es lo que cuenta después de todo. Quiero ser más niño y mirar así a Jesús, con alma dócil. Que
me bese.
Y me dirija
palabras como estas, que me hagan sentir especial:
"Animo, hija; tu fe te ha salvado" (Mateo 9,22)
"¡Ven!" (Mateo 14,29)
"El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra" (Lucas 1,35)
"Queda limpio" (Mateo 8,3)
"Tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará" (Mateo 6,4)
"También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y
tendrán una alegría que nadie les podrá quitar" (Juan 16,22)
"No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha
elegido" (Juan 15,16)
"Ya no les digo siervos, porque un siervo no sabe los planes de su
amo. Les digo amigos" (Juan 15,15)
"Ni un solo cabello de su cabeza caerá sin permiso de mi Padre"
(Lucas 21,18)
"Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá"
(Mateo 7,7)
"¿Por qué tenéis miedo?" (Mateo 8,26)
"Tu fe te ha salvado. Vete en paz" (Lucas 7,50)
"Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo"
(Mateo 28,20)
"Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23,43)
"Yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros" (Juan
14,20)
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia